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“No trates a los demás como no te gustaría que te tratasen a ti”, reza la llamada regla de oro de la ética, contenida en la tradición cristiana judía y cristiana, pero también en otras culturas

Bueno, la verdad es que en el evangelio de San Mateo lo que se dice es, de hecho, “haz a los demás lo que querrías que te hiciesen a ti” (no es literal: véase Mateo 7, 12). La diferencia no es pequeña. No dice que no eches de su asiento en el autobús al que ya está sentado, sino que cedas tu asiento al que entra, y no lo limita a los ancianos o a los enfermos, porque a muchos les gustaría que les ofreciesen sentarse, cuando están cansados, aunque sean jóvenes y fuertes.

Traslademos esa recomendación a la Responsabilidad Social de las Empresas (RSE o RSC). No dice que no contamines, sino que te esfuerces por reducir tus emisiones nocivas. Ni dice que pague religiosamente los impuestos, sino que dediques al bien de la sociedad los recursos que te gustaría que otros dedicasen, sea al medio ambiente, sea a la educación, a la sanidad o al fomento de la cultura. Estoy pasándome, ¿no? Quizás la RSE no deba regirse por una regla ética tan, digamos, agresiva, y menos de raíz religiosa. Vale, pero la RSE tiene también una dimensión ética, y la regla de oro no vale solo para los creyentes, sino que es una forma de comportarse válida para todos…

Hay una lectura de la RSC, yo diría que es la dominante, que se centra en los aspectos negativos. Podría venir representada por el énfasis que se pone, a menudo, en la gestión de riesgos, que es el punto de arranque de las estrategias de RSE en muchas empresas: vigila todos tus riesgos, financieros, materiales, reputacionales, regulatorios… O sea, no hagas cosas irresponsables socialmente, porque esto te pone en peligro. Luego está la otra lectura, la positiva: trata de hacer cosas bien hechas, aunque no hacerlo no genere riesgos para tu empresa. O mejor, porque el riesgo que estás generando, si te limitas a lo negativo, es convertir la responsabilidad social en algo limitado, orientado al beneficio (aunque, eso sí, un beneficio ilustrado), es convertir tu empresa en un conjunto de personas interesadas solo en lo que les beneficia, y prestando atención a las necesidades de otros solo si desatender esas expectativas puede acabar en un riesgo…

No se trata de convertir la empresa en una entidad social, sino de identificar la verdadera responsabilidad, que es, primero, por la acción (engañar al cliente, no pagar los impuestos, estropear el entorno), pero también por la omisión. Pero ser capaz de identificar las responsabilidades por omisión no es fácil, no se puede incorporar fácilmente a un programa o un plan, y exige mucha delicadeza de conciencia. El que está sentado en el autobús y ve subir una persona joven pero cansada, tiene una amplia gama de razones para no cederle el asiento y, desde luego, no estamos hablando de una obligación moral de hacerlo. El directivo que se cruza con un empleado en la fábrica, puede pasar de largo, o saludarle con formalidad, o pararse a preguntarle por sus hijos o por su salud. No es obligatorio, claro, y no podemos llamarle irresponsable si no lo hace, pero ya se ve que estamos en el terreno de la responsabilidad voluntaria: trátalo como te gustaría que te tratasen a ti. Y es una responsabilidad social, porque se refiere a un stakeholder interno, con ocasión del trabajo, una acción que contribuye a crear buen ambiente en la empresa y que satisfará una necesidad, si se quiere emotiva, pero real, del empleado.

 

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