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La escena tuvo lugar en Nueva York a finales de los años 40. Una niña, hija de emigrantes españoles, acude a la escuela por primera vez. En su cabeza revolotean muchos sentimientos que la hacen estar muy nerviosa: ilusión, alegría, esperanza y asombro; pero también miedo, preocupación, angustia, expectación. La profesora aparece y comienza a pasar lista. La niña escucha con gran atención pero no consigue escuchar su nombre entre los que recita la maestra. En realidad, la maestra sí que la ha llamado varias veces, pero la niña no ha reconocido su pronunciación. Y la escena se repite durante varios días. ¿Pueden imaginar la tristeza de aquella niña, que no escucha su nombre y a la que todo le parece extraño, hostil e inhóspito? ¿Pueden imaginar ustedes su soledad, su aislamiento? 

El nombre de aquella niña era Carmen, y hoy es la máxima responsable del Departamento de Educación de la ciudad de Nueva York.El comienzo de la historia es triste, lo sé, pero el final es precioso. El hecho de que este argumento haya sido posible es una de las razones que hacen grande a la ciudad de Nueva York y a los Estados Unidos.

En muchos países europeos, España incluida, estamos recibiendo una inmigración creciente y se nos presenta un gran desafío: lograr construir sociedades abiertas, tolerantes, integradoras y respetuosas. La escuela es el lugar en donde comienza a cocinarse la convivencia y debemos estar alerta para que esa puerta de entrada en la vida social sea de la máxima calidad y humanidad posible. 

Los padres de Carmen Fariña, como muchos emigrantes españoles en otros países, fueron conscientes de que la educación era la principal herramienta con la que sus hijos se abrirían paso en la nación que los acogía. La propia Carmen ha relatado cómo en su casa se fomentaba el espíritu crítico, se leían y comentaban periódicos, se hablaba de la realidad social y política. Incluso llegaron a fundar con otros amigos emigrantes una escuela particular para hijos de españoles a la que acudía una vez a la semana.

La historia de Carmen es una muestra viva de que la escuela puede ser un mástil en la vida de cada uno, que nos propulsa al futuro; y no un ancla que nos condena al gueto y nos impide progresar. Hagamos de las escuelas ese lugar en el que todos son bienvenidos, sea cual sea su raza o religión; ese lugar en el que todos somos iguales y aprendemos a ser ciudadanos. Ese lugar (¿recuerdan Cheers?)... where everybody knows your name.

*Imagen de AP

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