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1 Ética y empresa: Fusión necesaria de dos conceptos compatibles 

   En lo que a la definición de la ética se refiere, es pertinente hacer referencia   Cortina y Martínez (2008), quienes sostienen que la ética es una rama de la filosofía dedicada a la reflexión sobre la moral; por otra parte, es un tipo de saber que intenta construirse racionalmente, utilizando para ello el rigor conceptual, método de análisis y de explicación propios de la filosofía. 

Como reflexión acerca de cuestiones morales, la ética pretende desplegar conceptos así como argumentos que permitan comprender la dimensión moral de la persona humana, en cuanto tal dimensión moral, es decir, sin reducirla a sus componentes psicológicos, sociológicos, económicos o de cualquier otra índole, (aunque de hecho la ética no desconoce que los mencionados factores condicionan de hecho el mundo moral).

            En el mismo orden de ideas, para García (2006), La ética es la ciencia filosófica que estudia los actos humanos en cuanto fin último del hombre; al comportamiento voluntario del hombre y la sociedad se les denomina moral del individuo o de los grupos sociales y por otra parte a la reflexión filosófica acerca de la moral se le denomina ética o filosofía moral. Ningún ser humano se escapa de la moralidad, todos sus actos poseen una calificación moral, bien sea para bien o para mal. Pero, por otra parte, existe un criterio científico capaz de determinar la conducta moral a través de ciertos principios universales e intemporales aplicables a todos los hombres de cualquier época o zona geográfica.

            En consecuencia, es pertinente mencionar que, según Debeljuh (2009), la ética es un tipo de saber práctico, que se preocupa por investigar cuál debe ser el fin de la acción, para que la persona pueda decidir qué hábitos ha de asumir, cómo ordenar sus metas intermedias para alcanzarlo, cuáles son los valores que la orientan, qué modo de ser o carácter incorpora, con el objetivo de obrar con prudencia, es decir, tomando decisiones acertadas.

  Por otra parte, Fernández Aguado (2001) plantea que la razón para la existencia de una ética empresarial está, no en que la ética sea distinta en función de los conceptos, sino en que es una ética aplicada a una circunstancia en particular (la empresa), con sus propias particularidades específicas. Aunque la ética es única, porque se ocupa del bien de la persona que es único, tiene diversas especificaciones, por lo que puede hablarse de ética individual, social, familiar, profesional, empresarial, significando distintas exigencias derivadas de los valores morales y de su aplicación a los diversos ámbitos de la acción humana.

            Por lo consiguiente, la ética en las organizaciones, según Argandoña (2004),  “es la misma ética que seguimos en nuestra vida personal, ser ético es una tarea importante, paradójicamente, accesible a todos: todos queremos y podemos ser éticos”. Por último, la ética empresarial, es necesaria no solo para enfrentar dilemas al momento en que se presenten oportunidades para tomar decisiones complejas, las cuales pudiesen acarrear consecuencias negativas para la organización, sino también, es ineludible al alterase los valores corporativos, cuando los vicios se generalizan dentro de la organización, en el momento en que el relativismo ético pretende validar cualquier decisión.

            La ética empresarial, según Guillen (2008), constituye una ética aplicada al ámbito organizativo, y hace referencia a la calidad humana, a la excelencia de las personas, así como de sus acciones en el marco de su trabajo en la empresa, al igual que al desarrollo de las potencialidades de todos los miembros de la organización para la contribución de ésta al bien común. Para poner de relieve la pertinencia de la fusión de los conceptos de ética y empresa, es preciso destacar que una compañía cualquiera puede ser eficaz o eficiente, cuando contribuye a que todos sus integrantes sean mejores personas o, por el contrario, puede estar deshumanizándoles si les exige que actúen mal, llevando a la necesidad de cometer injusticias.  

            Por lo consiguiente, es pertinente, en estos tiempos de globalización, la elaboración de herramientas prácticas que apunten a la construcción de sistemas de gestión ética, para facilitar la evaluación, así como el control de los procesos organizacionales con el fin de incorporar acciones, que guíen a las personas al desarrollo de valores en sus tareas diarias. Para Debeljuh (2009), corresponde a cada organización, decidir cómo gestionar las actividades que hacen referencia al desarrollo de sus miembros y su cooperación al bien común de la sociedad.

 2. Gestión ética: hacia la construcción del humanismo corporativo

             Según Argandoña (2004), un programa o sistema de gestión ética es un conjunto de reglamentaciones a lo interno de la organización, la cual utiliza la alta dirección con el propósito de estandarizar y modelas las conductas de los individuos que componen la empresa con miras a obtener objetivos de naturaleza ética.

  Por otra parte, Los sistemas de gestión ética, suponen la existencia en la empresa de algunos instrumentos tales como: el código de ética, herramientas de comunicación por ejemplo (líneas éticas para consultas, denuncias o reclamos), comités de ética (para el desarrollo de políticas éticas, la valoración de los resultados, la investigación, así como la imposición de sanciones), gestores éticos (ethical officers), ombudspersons, programas de formación en ética y valores compartidos en las organizaciones, informes éticos, entre otros.

  En consecuencia, puede concluirse, según Argandoña (2004), que la gestión ética la constituyen un conjunto de esfuerzos, en el interior de la organización que consisten en la elaboración de políticas, planificación e implementación de políticas, con el objeto de lograr alcanzar unos resultados de los que se deriva el mejor cumplimiento de los deberes éticos de las empresas, así como la mejora ética de las personas que interactúan en la misma.

            Por otra parte, la gestión ética, de acuerdo a Guillen (2008), está constituida por  instrumentos o herramientas para asegurar una actuación social ética, la cual facilita gestionar y evaluar las políticas de responsabilidad social ética en las organizaciones, tanto en el orden interno como al externo, poniendo énfasis en la obtención de certificaciones de calidad ética debido al cumplimiento de unas normas o procedimientos establecidas con anterioridad por algún organismo externo. A continuación, se mencionan como ejemplos de este tipo de sistemas que se han expandido en los últimos tiempos, las certificaciones ISO 14000, la SA 8000 sobre prácticas éticas, la norma AA 1000, complementadas por la guía Global Reporting Initiative y por último el SGE 21 de la española Forética.

            Debido a lo anteriormente expuesto, es conveniente apuntar que estos instrumentos de gestión ética constituyen medios y no fines. En este sentido, cada organización está en el deber de reflexionar sobre cuáles medios desea utilizar con el propósito de contribuir a la mejora de los miembros de la empresa así como al bien común de la sociedad donde se desenvuelve, lo que constituye la finalidad que se debería perseguir con la aplicación de estas herramientas.

            Sería contraproducente para las organizaciones no tener claridad en la finalidad acerca de la dimensión ética, lo cual los llevaría a convertir en fines lo que en realidad son medios, la construcción de la confianza y la reputación corporativa pasan inevitablemente por la actuación honesta en los fines y en los medios. Por lo consiguiente, es menester establecer los medios para actuar bien, lo cual no es malo darlos a conocer o promocionarlos, sin embargo, se debe estar atento para no proyectar una imagen de lo que no se es, pues son los hechos los que al final terminan por sustentar la confianza así como la reputación corporativa.

            Por lo consiguiente, para Debeljuh (2009), el tipo y la cantidad de herramientas de gestión ética a implementar dependerán de varios factores. En las organizaciones pequeñas algunos dilemas éticos pueden ser resueltos de manera informal, educando según el ejemplo de los líderes así con el compromiso de actuar según lo prometido, a fin de transmitir estándares éticos  que se espera que los demás cumplan. En grandes organizaciones, por la misma dinámica y estructura organizacional, son necesarios esfuerzos formales para garantizar un comportamiento ético estable en toda la empresa.

            Al discernir sobre estos aspectos, en la medida en que cada persona se decida de una manera libre y conscientemente a ser coherente con estas pautas de acción orientando su conducta hacia ellas, las políticas serían eficaces; solo así, se demostraría que por medio de sistemas de gestión ética se puede lograr educar a las personas en el desarrollo de sus virtudes.

             Atendiendo a estas consideraciones, el verdadero cometido de un sistema de gestión ética empresarial ha de ser ayudar a la excelencia en el trabajo de todas las personas y, en concreto, facilitarles el desarrollo de  sus virtudes así como el despliegue de todas sus potencialidades; solo así las políticas éticas penetran dentro de la intimidad da cada uno de los empleados para arraigarlo en la virtud. Cabe destacar que, en las organizaciones, la ética no consiste en entregar a cada miembro de la empresa un catalogo de políticas formales y una lista de acciones permitidas o prohibitivas, sino mas bien, por medio de la formación, hacer que el mismo hombre descubra el amplio margen que posee de hacer el bien así como la perfección intrínseca que lleva consigo, la cual los mejora como persona.

            En este orden de ideas, según Foretica (2005), la gestión ética implica crear, así como  mantener, un clima laboral óptimo, en el que las personas que integran la organización se identifiquen con la misión, visión y valores de ésta, además de participar en la consecución de los objetivos estratégicos de la organización. Asimismo, la gestión ética viene a convertirse en una respuesta de las organizaciones de hoy en día a los retos de transparencia, integridad y sostenibilidad, entendida esta última en su triple vertiente: económica, social además del importante aspecto medioambiental.

            Las nuevas tendencias mundiales y el rápido cambio de las expectativas ciudadanas están contribuyendo a que las organizaciones más eficientes incorporen en sus prácticas mecanismos que permitan conocer las motivaciones de sus grupos de interés (clientes, proveedores, personas  que integran la organización, inversores, etc.) así como hacer posible anticiparse a ellas, para crear capital social además de ir creando las condiciones para el bien común en la sociedad.

            En este sentido, la adopción de un sistema de gestión ética es un proceso voluntario por parte de las organizaciones, aunque requiere no obstante un compromiso que parte de la alta gerencia y se orienta a demostrar al menos tres elementos esenciales para su normal desarrollo. En primer lugar, su integración en la estrategia y procesos de la organización. En segundo lugar, el impulso del diálogo, así como el conocimiento de las expectativas de todos los grupos de interés con los cuales interactúa la empresa. Por último, el fomento de la transparencia y la comunicación.

            Como complemento a estas definiciones, es pertinente destacar que según  Martin (2007), la gestión ética implica un saber el cual sirve de factor integrador de las fases del conocer, valorar, preferir, actuar y evaluar, en un continuo movimiento en espiral ascendente, involu­crando progresivamente nuevos actores dentro o fuera de la organización.

            En el ámbito empresarial ello implica que la gerencia velará así como promo­verá la calidad de los actores (accionistas, directivos, empleados, proveedores, entre otros), de los procesos (toma de decisiones, asignación de recursos), en el marco del concepto actual de “calidad integrada”. Asimismo, la gerencia podrá involucrar además de motivar a todo personal de las empresas dentro de un marco de complejidad, riqueza y pluralidad de sus capacida­des, competencias y posibilidades.

            Para esta investigación, la gestión ética es un proceso organizado, integrador, sistemático y continuo, a través del cual las organizaciones, con o sin fines de lucro, bien sea públicas o privadas, logran sistematizar, operativizar  e internalizar los valores contenidos en su plataforma ética (misión, visión, valores, código de ética, estrategias) con sus actividades cotidianas, de manera tal que la producción, distribución y comercialización de productos o servicios estén siempre dentro del marco de la ética, contribuyendo con al fomento del bien común de la sociedad, con el fin de lograr afianzar el capital moral organizacional, así como la reputación corporativa.

 

3. El bien común y la doctrina social de la iglesia: elementos de reflexión para la gestión organizacional.

            Según Montuschi (2007), la teoría del bien común pareciera ser un concepto fuera de moda así como en desuso debido a la primacía del individualismo, propia de los tiempos modernos. Sin embargo esta teoría sigue siendo vigente en el pensamiento de la Iglesia Católica, constatándose en la doctrina social de la iglesia (DSI), principalmente desde 1891 se publica la Encíclica Renun Novarum de la autoría del Papa León XXIII; posteriormente este pensamiento filosófico fue nutriéndose con el aporte que los diversos pontífices fueron  enriqueciendo por medio de encíclicas, cartas, y documentos que se adaptaban a las condiciones propias de cada tiempo durante el transcurso del siglo XX y hasta la actualidad.

             En este sentido, se pueden mencionar algunas de las encíclicas que han influido en el pensamiento económico, político y social de la humanidad como: Cuadragésimo Anno (1931), Pacem in Terris (1963), Populorum Progressio (1967), Laborem Exercens (1981), Centesimus Annus (1991), Caritas in Veritate (2009), entre otras, las cuales han nutrido la doctrina social de la iglesia contribuyendo con el aporte de reflexiones que, al ser puestas en práctica por parte de todo tipo de  organizaciones privadas o públicas, gobiernos y sociedad civil, contribuyen al logro del bien común. Esta doctrina es la parte del magisterio de la iglesia que formula los resultados de una seria meditación acerca de las complejas realidades de la vida humana en sociedad y en el contexto internacional, de lo cual no escapa el ámbito empresarial, a la luz de la fe y de la tradición viva de la iglesia.

            Atendiendo a estas consideraciones, el objetivo de esta doctrina es, según la encíclica Gaudium et Spes (Concilio Vaticano II, 1965), contribuir a crear una sociedad digna para el ser humano, puesto que el hombre ha de ser fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales. La doctrina social de la iglesia se apoya en cuatro principios básicos:

1-           La dignidad de la persona humana: Base fundamental para los derechos humanos, el ser humano, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y debe ser siempre considerado como un fin no como un medio.

2-        El Bien Común:El bien común no consiste en la suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social; siendo de todos y de cada uno, es permanentemente común, porque es indivisible, además porque solo juntos es posible alcanzarlo, incrementarlo y cuidarlo con miras al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza plenamente en el cumplimiento del bien, de la misma forma la sociedad alcanza su plenitud en la realización del bien común, por lo que se le puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral. Así pues, el bien común es  bien de todos los hombres, constituyéndose en un deber de todos los miembros de la sociedad. 

3-        La subsidiariedad:Elemento formulado originalmente por el Papa Pio XI en la encíclica Cuadragésimo Anno (1931), sostiene que las decisiones deben ser tomadas en el nivel más cercano posible a los afectados por las mismas. Este principio es concerniente a la relación entre la comunidad política y la sociedad civil y sostiene que el Estado tiene el deber de crear las condiciones necesarias para que las organizaciones puedan desarrollar sus actividades coordinadamente con el resto de los componentes sociales, con el propósito de desarrollar el bien común.

4-           La Solidaridad:Formulado inicialmente por Juan Pablo II en su encíclica Solicitudo Rei Socialis (1987), representa la firme determinación de empeñarse por el bien de todos y de cada uno, es decir por el bien común. Ello no constituye un sentimiento sino una virtud que implica asumir responsabilidades de unos para con otros, el deber de solidaridad de las personas debe ser de igual forma extendido a los pueblos, entendiendo que la familia humana es una, lo cual obliga a que todos seamos verdaderamente responsables por todos. Este precepto adquiere una importancia significativa en un mundo globalizado e interdependiente entre la sociedad civil, los Estados, organizaciones y organismos no gubernamentales, por lo que la solidaridad adquiere valor como principio social ordenador de las instituciones, convirtiéndose de esta manera un una virtud moral.

            Atendiendo a estas consideraciones, tal como lo plantea Benedicto XVI en su carta encíclica Caritas in veritate (2009), el sector económico no es ni éticamente neutro, ni inhumano, o antisocial por naturaleza. Es una actividad realizada por el hombre y, precisamente porque es humana debe ser articulada e institucionalizada de acuerdo a parámetros éticos.

            De allí, que la gerencia de las organizaciones y muy especialmente los profesionales que en ella se desenvuelven, deben tener en cuenta y tomar algunos de los elementos mencionados del bien común, como la subsidiariedad, la solidaridad, la caridad, la dignidad del ser humano, la verdad, la justicia, la cridad y la verdad, entre otros, al momento de establecer sus estrategias para contribuir a que la ciencia gerencial se encamine, por medio de sistemas éticos de gestión corporativa, hacia la generación del bien común de todos los grupos de interés.

            Es importante destacar que la razón de ser de toda organización, consiste en obtener una legítima rentabilidad para seguir existiendo,  generando empleo, pagando impuestos, ofreciendo bienes y servicios, entre otras. Para ello, las organizaciones cuentan con técnicas y diversas teorías gerenciales como instrumentos para diseño de las mejores estrategias orientadas a  la satisfacción de necesidades humanas de la sociedad. No obstante, la totalidad del proceso organizacional debe llevarse a cabo con altos estándares éticos con el fin de utilizar todo el potencial de la ciencia administrativa para la realización plena del hombre y la consecución del bien común.

            En este orden de ideas, efectuando una conjunción, entre las teorías de los diversos autores anteriormente citados acerca de la ética así como el bien común además del criterio de los investigadores, es pertinente esbozar el siguiente cuadro que refleja lo que en pudiese ser una organización ética que fomente el bien común hacia la sociedad. 

            Ahora bien, según Argandoña (2009), los bienes comunes que las organizaciones humanas crean, bienes que, en una empresa concebida como una organización contingente y limitada, serán por lo consiguiente contingentes, así como limitados a lo que es capaz de alcanzar ese grupo humano en sus circunstancias concretas, porque su consecución dependerá, en cada momento de los recursos disponibles, principalmente de la calidad moral, intelectual y afectiva de sus integrantes. En consecuencia esas personas tendrán la oportunidad de conseguir más o menos bienes, además de bienes de mayor alcance, en función de su desarrollo, como fruto del aprendizaje que hayan conseguido por sus acciones en la empresa.

            Como resultado de ello, nunca se podrán dar por definitivamente adquiridos: al menos habrá que mantenerlos, además de que siempre será posible que tales bienes se pierdan o se deterioren. El bien común de empresa no puede consistir en bienes materiales que no pueden ser participados: su capital físico, financiero, su volumen de producción, sus ventas, su cuota de mercado, valor bursátil, sus beneficios ni otras variables semejantes, aunque esos bienes tengan lugar en el proceso de producción de bienes de la empresa y contribuyan a la creación del bien común.

            El bien común de la empresa según Argandoña (2009), tiene que ver con la capacidad que tengan las organizaciones humanas de servir al bien común de la sociedad, mediante la producción de bienes y servicios útiles. En esta elaboración de productos con una lógica de eficiencia, productividad y satisfacción de las necesidades e intereses de los diversos grupos a los cuales sirve, la empresa crea riqueza para toda la sociedad. Además de esta función propiamente económica, las organizaciones de igual forma desempeñan una labor social, creando oportunidades de encuentro y colaboración, así como valoración de las capacidades de las personas implicadas.

            En síntesis, el objetivo de la empresa  debe llevarse a cabo con criterios económicos, pero sin descuidar los valores auténticos que permite el desarrollo concreto de las personas y de la sociedad. Asimismo, el bien común de la empresa también puede identificarse con la contribución de ésta a la solución de problemas sociales, humanos y medioambientales, aunque esto no sea su propósito principal.

            Asimismo, según lo sostienen Sisón y Fontrodona (2009), se puede identificar el bien común de la empresa con la producción de bienes y servicios, en la cual los seres humanos participan por medio de su trabajo. Desde el punto de vista aristotélico, el bien común de la empresa, como asociación libre de cada uno de los que la constituyen, se proponen lograr un objetivo compartido lo cual representa su bien más elevado.

             En la medida en que la empresa consigue su fin, alcanza su propósito o función: es una “buena empresa”, bien gobernada y hace buenos, desde el punto de vista ético, a sus miembros. Del mismo modo que los ciudadanos participan en el bien común de la polis o Estado ejerciendo su ciudadanía, esto es, comprometiéndose en la deliberación política conjunta, en la decisión así como en la  acción, a fin de que los trabajadores participan en el bien común de la empresa realizando su actividad productiva en común.

            Por su parte, Sisón y Fontrodona (2009), argumentan que, desde la perspectiva del pensamiento tomista, este bien común de la empresa puede describirse como intrínseco, social y práctico: es “práctico” porque se refiere a un trabajo productivo, la actividad realizada por los miembros de la empresa; se considera “social” porque no puede ser adquirida por un miembro solo, sino que depende del esfuerzo coordinado de una comunidad de personas; Asimismo, es “intrínseco” porque es interno a la firma y no puede existir independientemente de ella. Este bien común de la empresa podría también describirse como un “todo integral” en el que los trabajadores son partes “formales” y actuales”.

            En vista de ello, los trabajadores son partes formales porque, estrictamente hablando, ellos realizan el bien común de la empresa sólo cuando llevan a cabo su actividad productiva en ella y no en sus otros quehaceres. Asimismo, son parte “formal” porque se ocupan de su trabajo como agentes libres, inteligentes y únicos que no podrían ser reemplazados o sustituidos por otros. Las partes “material” y “potencial” del bien común de la empresa como un “todo integral” se referirían, análogamente, a la suma total de condiciones, recursos, instrumentos y medios no personales que hacen posible el trabajo y la producción.

            Es de hacer notar que, en la definición de estos autores el bien común de la empresa no se relaciona, en primera instancia, con los bienes y servicios considerados en sí mismos como realidades materiales, tangibles u objetivas. El bien común de la empresa no descansa principalmente en tales cosas materiales, sino en su producción y en el esfuerzo o trabajo conjunto de un grupo de seres humanos. Esa producción, actividad conjunta o trabajo en común, entonces, es la razón de que las personas se reúnen y constituyan la empresa como una comunidad intermedia. Ciertamente, su actividad no tiene lugar en el vacío, como si fueran espíritus puros.

            Por consiguiente, se necesitan recursos materiales y condiciones, pero ellos participan más directamente en el trabajo que produce bienes y servicios, que en los bienes y servicios resultantes como tales. Por ejemplo, el personal de mantenimiento de una universidad no necesita dictar clases, sino que participa en el esfuerzo que permite que la universidad como institución enseñe. De una manera directa, enseñar incumbe sólo a los profesores.

            Atendiendo a estas consideraciones, de acuerdo a la encíclica Laborem Exersens de Juan Pablo II (1981), el bien común de la empresa es el trabajo en común que permite a los seres humanos no sólo producir bienes y servicios (dimensión objetiva), sino –más importante– desarrollar sus virtudes técnicas, artísticas y morales (dimensión subjetiva). Entre las últimas, merecen especial mención la iniciativa empresarial, la creatividad y la cooperación.  Al margen de la actividad productiva per se, trabajar en una empresa sirve también como ocasión para un intercambio significativo, para la relación así como para el encuentro entre seres humanos.

            A causa de esta intrínseca dimensión social, el trabajo es, al mismo tiempo, la manera en que los seres humanos participan en la empresa. Participar a través del trabajo es simultáneamente una obligación, además de un derecho. Es una obligación, porque, en cuanto seres humanos, se espera que contribuyan al desarrollo de la vida económica, cultural, política y social. Asimismo, es un derecho porque el trabajo capacita a los seres humanos para participar no sólo en los beneficios de la empresa, sino también lo más posible, en su dirección y propiedad.

            Es por ello que el mundo económico y específicamente las organizaciones, están llamadas a elaborar mecanismos gerenciales que faciliten el diseño, puesta en práctica y desarrollo de sistemas de gestión ética para garantizar una actuación responsable en todos los departamentos de la estructura empresarial, que conlleven a una conducta corporativa fundamentada en valores morales para generar el bien común de todos los involucrados o stakeholders, haciendo compatible el enfoque económico con una nueva visión de organización, que combine la excelencia en los procesos, rentabilidad, ética, bien común y capital social.

            Para esta investigación, se considera que el bien común de la empresa se realiza en aquella organización que busca satisfacer no solo las necesidades, requerimientos y expectativas de los clientes, sino que a través de un proceso libre de internalización, asume una conducta orientada a proporcionar el mayor bienestar y desarrollo posible hacia todos los grupos de interés relacionados con la empresa, diseñando una plataforma ética (misión, visión, valores, código de ética, políticas, estrategias) para fomentar virtudes organizacionales en todos los departamentos de la organización.

            Es por lo tanto pertinente mencionar, según Baccarani y Giaretta (2000), una definición de empresa ética encaminada al bien común, que pudiese ser un punto de partida para aquellos gerentes dispuestos a cambiar la lógica de las organizaciones tradicionales encaminándolas hacia la ética y el bien común:

“Ética es aquella empresa que construye su propio proyecto de rentabilidad al interno de una red de relaciones fundadas sobre bases de justicia, equidad, respeto y transparencia, proponiéndose con la propia organización y con los propios productos mejorar la calidad de vida de la personas, además de socializar una parte de la riqueza producida, para contribuir al crecimiento de la sociedad en la cual se desenvuelve generando el mayor bienestar posible para todos los relacionados”.

  1. Sistemas de gestión ética para el bien común: Una vía de encuentro entre el economicismo y el humanismo corporativo.

            En los actuales momentos, a nivel global y más específicamente en algunos países de Europa y en los Estados Unidos de Norteamérica, en vista de los escándalos empresariales que han sacudido a la opinión pública tales como el caso  Enron, Arthur Andersen, Parmalat, las empresas World com, Nestlé, Nike, entre otros, existen instrumentos operativos y prácticos para gestionar, la ética tanto al interno  como a lo externo de las organizaciones públicas o privadas, con el propósito de fomentar tanto conductas acordes con la moral, para propiciar la toma de decisiones éticas. Ello  permite que las empresas se encaminen hacia la conjunción del enfoque económico de maximización de rentabilidad, con la visión ético-humanística, que proporciona las bases para el desarrollo del humanismo corporativo y la sostenibilidad del negocio a largo plazo.

            En el mismo orden de ideas, tales mecanismos o sistemas de gestión ética, según Guillen (2008), ponen el énfasis en la obtención, por parte de las organizaciones que por voluntad propia y compromiso lo deseen, o bien las regulaciones gubernamentales que se los exija, como es el caso de algunos países Europeos, de certificaciones de calidad de la gestión ética empresarial, por intermedio del cumplimiento de un conjunto de normas y procedimientos previamente establecidos por un organismo externo.

            Cabe mencionar, como ejemplo de alguno, de los sistemas que se han generalizado recientemente, la certificación sobre el medio ambiente ISO 14000, relativa a prácticas éticas en la empresa, Social Accountability SA 8000, la norma desarrollada por el Institute of social and ethical accountability AA1000, la guía de la Global reporting initiative GRI, la propuesta de sistema de gestión de actuación social ética, relacionada con el empleo, condiciones salariales y laborales IES.100 y el foro para la evaluación de la gestión ética Forética SGE 21, el cual certifica a las organizaciones que cumplan con ciertos indicadores en ocho áreas de gestión, en función de los stakeholders (alta dirección, clientes, proveedores, personal, entorno social, accionistas, competidores, gobiernos).

            Contar con modelos de gestión que incorporen aspectos  éticos en toda la estructura organizacional, posee, según Guillen (2008), ventajas claras: en primer lugar, facilita el proceso de mejora continuo en todos los miembros de la empresa y, por consiguiente, el aprendizaje permanente de áreas técnicas así como en el campo de la ética; en segundo lugar, aumenta la eficacia en la identificación de la mejora continua, al mismo tiempo que incrementa el conocimiento sobre la necesidad de la calidad ética.

            Por otra parte, los modelos de calidad que incorporan variables éticas, en la medida en que se esfuerzan en compaginar la excelencia en los procesos con la calidad de las personas, responden a una concepción que va más allá de lo que exige o espera la sociedad; cabe definir este tipo de sistemas, según Guillen (2008), como sistemas para la excelencia en la actuación ética, por integrar los enfoques de aseguramiento de la calidad ética en un esquema más integral, donde prevalece la mejora ética continua, con el objeto de desarrollar y establecer como norma el humanismo corporativo.

            En este orden de ideas, las organizaciones que desarrollen sistemas de gestión ética para fomentar el bien común requieren de un alto grado de implicación y compromiso con la calidad humana de todos los miembros de la organización, así como criterios claros de calidad ética, indicadores de gestión, elementos de evaluación del desempeño moral de los actores y un diagnostico periódico de los procesos para tomar de ser necesario las correcciones requeridas, buscando siempre la mejora ética continua de la organización.

CONSIDERACIONES FINALES

            Los planteamientos anteriores ponen de relieve que la ética empresarial, cuyo fundamento consiste en el desarrollo humano como criterio principal de toda acción empresarial por medio del proceso de toma de decisiones, se hace indispensable  hoy en día en este mundo globalizado donde el criterio económico de maximización de la rentabilidad a cualquier costo, no resulta ya útil para garantizar la supervivencia y sostenibilidad de las organizaciones, para ello en cambio se deben cohesionar estos aspectos tradicionales de la economía, analizándolos e integrándolos bajo la doctrina del supremo bienestar humano, la cual se orienta a buscar el bien de las personas de la empresa así como el de todos los grupos de interés.

            Este paradigma de humanismo corporativo lleva por medio de los sistemas de gestión ética, a considerar a la organización como una comunidad de personas unidas por un proyecto de vida, que es la empresa, la cual a través de su plataforma ética (misión, visión, valores, códigos de ética, objetivos), debe ser orientada hacia la contribución al bien común en conjunción, con aquello que es propio de su razón de ser: producir los bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades de la comunidad. En esta conjunción han de darse todas las condiciones necesarias para valorar la dignidad del empleado, por encima de los instrumentos productivos, respetándose sus derechos inalienables y promoviendo su desarrollo como ser humano.

            Al mismo tiempo, los productos y servicios deben ser comercializados con justicia dentro de un margen razonable de ganancia, de la misma manera que se debe tener en consideración especial las relaciones con otros grupos de interés, como los proveedores y distribuidores, al exigirles igualmente prácticas o conductas éticas, para mantener una relación de armonía con el medio ambiente, socializar una parte de la riqueza producida hacia la comunidad por medio programas de responsabilidad social y desarrollar una gestión justa y transparente con el sector político, en el conjunto de todos los stakeholders.

            Ante este reto, aquellas organizaciones que voluntariamente deseen instaurar sistemas de gestión ética, pudiesen establecer algunos criterios prácticos a objeto de facilitar el proceso previa sensibilización sobre la pertinencia de ocuparse de la ética en la empresa. Con la anuencia de la directiva y la gerencia, seria pertinente establecer las áreas de gestión para diseñar estándares e indicadores los cuales faciliten la toma ética de decisiones, que coadyuven al mejoramiento de la calidad ética del departamento en cuestión y de toda la  organización.

            En este mismo orden de ideas, las áreas más críticas de gestión a las a las cuales se les pudieran aplicar dichos estándares, pudiesen ser: empleados, accionistas, proveedores, clientes, medio ambiente, publicidad, mercadeo, distribuidores, comunidades y gobiernos. Al incorporar los indicadores así como objetivos de naturaleza ética en cada una de las áreas antes mencionadas, se generaría con mayor facilidad un clima de confianza y de reputación creando de esta manera un caldo de cultivo para el fomento del bien común en la sociedad.

*Dr.  Alejandro Fernández Baptista

 ajfb7@yahoo.com

*Licenciado en administración comercial. Diplomado en liderazgo y mercadeo. Magister en gerencia de mercadeo. Doctor en ciencias gerenciales. Vicepresidente del Observatorio Venezolano de ética empresarial. Profesor de post grado de la Universidad Rafael Belloso Chacín. Investigador y Facilitador en planificación ético-estratégica, gestión ética empresarial, responsabilidad social, liderazgo ético, marketing ético. Correo: ajfb7@yahoo.com / calidad.etica@yahoo.com

 


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