El mundo camina hacia una economía baja en carbono, y para lograrlo necesita grandes cantidades de recursos naturales que no están al alcance de todos. Seis materias primas críticas —litio, cobre, cobalto, níquel, tierras raras y grafito— se perfilan como pilares fundamentales para desplegar tecnologías limpias como los aerogeneradores, los paneles solares o las baterías de los coches eléctricos. Sin embargo, su disponibilidad está lejos de ser equitativa y plantea importantes dilemas éticos y ecológicos, según destaca BBVA en su análisis sobre los retos materiales de la transición energética.
El cambio hacia sistemas energéticos sostenibles requiere recursos específicos, muchos de ellos escasos o concentrados en unas pocas regiones del mundo. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que la demanda de estos seis minerales se disparará en las próximas décadas, impulsada por el auge de las tecnologías bajas en emisiones.
El litio, por ejemplo, es ya considerado el “oro blanco” del siglo XXI. Fundamental para las baterías de almacenamiento eléctrico, su consumo aumentó un 30 % en el último año y se espera que se multiplique por diez de aquí a 2050. Buena parte de este recurso se encuentra en el triángulo del litio sudamericano —Chile, Bolivia y Argentina—, con el salar de Atacama como uno de los epicentros mundiales.
El cobre, indispensable para las redes eléctricas y generadores renovables, también vivirá un fuerte crecimiento. Según el informe Commodities making the energy transition happen, de Wisdom Tree, una planta eólica marina requiere siete veces más cobre que una central de carbón para generar la misma cantidad de electricidad. La AIE proyecta que la demanda global de este metal pasará de 25 a 36 millones de toneladas en 2050.
Por su parte, el cobalto, utilizado tanto en baterías como en otras tecnologías limpias, ya ha visto cómo su consumo global se ha duplicado en apenas dos años. La mayoría de las reservas están en la República Democrática del Congo, lo que plantea serias preocupaciones sobre derechos humanos y explotación infantil en la minería.
El caso del níquel ilustra bien las tensiones geopolíticas en torno a estos materiales. Aunque hoy su uso se centra en el acero inoxidable, en los próximos años su rol será clave en la producción de turbinas eólicas, hidrógeno verde y baterías. Indonesia lidera su producción, mientras que otros países intentan reducir su dependencia mediante reciclaje o innovación tecnológica.
Las tierras raras, un grupo de 17 elementos químicos esenciales para fabricar imanes en aerogeneradores y motores eléctricos, son otro punto crítico. A pesar de su nombre, no son escasos, pero sí difíciles de extraer y refinar. China concentra más del 70 % del procesamiento mundial, lo que genera inquietud en Europa y Estados Unidos por la vulnerabilidad estratégica.
Por último, el grafito, necesario para los electrodos de las baterías, pasará de los 4,6 millones de toneladas actuales a 16 millones en 2050, con China como actor dominante en su producción.
“El desafío no es solo tecnológico, sino también político y ambiental”, afirma Miguel Ángel Rodiel, del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados (IMDEA Materiales). “La transición energética va a requerir un cambio profundo en cómo fabricamos y consumimos metales. Necesitamos estrategias sostenibles que reduzcan la huella minera y eviten reproducir las lógicas extractivistas del pasado”, añade.
José Manuel Torralba, también del IMDEA, recuerda que, según el último informe de la Comisión Europea, 34 materias primas son consideradas fundamentales, y 17 de ellas, además, estratégicas para sectores como las renovables, la movilidad eléctrica o la defensa.
En definitiva, el futuro energético del planeta dependerá no solo del desarrollo de tecnologías verdes, sino también de la capacidad de gestionarlas de forma justa y sostenible. Mientras tanto, el acceso a estas materias primas seguirá marcando las relaciones económicas y geopolíticas de los próximos años. Y como advierte BBVA, 2025 será un punto de inflexión.