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La desigualdad en nuestro país se ha vuelto paisaje cotidiano. Ya casi no nos sorprende ver gente en la calle. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿en qué momento dejó de dolernos? Luis Ayala Cañón, Licenciado y doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid, fue invitado por el Observatorio Social de la Fundación “la Caixa” para coordinar el trabajo de algunos de los principales especialistas en estudios sobre desigualdad y pacto social. Ayala Cañón, en colaboración con un comité científico, elaboraron un libro cuyo objetivo general fue ofrecer un retrato preciso de la extensión de la desigualdad en nuestro país, sus factores determinantes y las políticas necesarias para su reducción. Desde diferentes perspectivas se encargó la investigación a algunos de los estudiosos con mayor experiencia en el tema.

El libro parte de la premisa central acerca de que uno de los problemas sociales y económicos más importantes de España es el alto nivel de desigualdad en la distribución de ingresos. Según diversas investigaciones, en nuestro país la desigualdad es sensiblemente mayor que en la mayoría de los países europeos. Según los expertos, una de las razones principales de esta realidad es la menor capacidad redistributiva del sistema de impuestos y prestaciones sociales. Esta gran desigualdad persiste en el tiempo y hace que nuestro país sea más vulnerable ante posibles shocks económicos, ya que la desigualdad crece rápidamente cuando la economía está en recesión y se reduce poco cuando se expande.

La inflación que estamos atravesando actualmente, producto, entre otras cosas, de la guerra entre Ucrania y Rusia, se suma a un panorama nacional ya débil en materia económica. El libro del Observatorio Social de La Caixa advierte que la intensidad y duración de la crisis iniciada en 2008 provocó un importante aumento de la desigualdad en las rentas percibidas por los hogares, y dio lugar a una importante caída del porcentaje de población perceptora de rentas medias. Esta tendencia negativa no se vio compensada por crecimiento económico experimentado desde 2014, magro y muy desigual, por lo que muchos hogares se encontraban en una situación de notable vulnerabilidad cuando llegó la crisis de la covid-19. La mala noticia es que, las estimaciones de los expertos indican que, si esta dinámica no se revierte, la pobreza en España, caracterizada por ser transitoria pero recurrente, corre el riesgo de cronificarse, lo que provocaría que los efectos de los shocks transitorios persistan en el tiempo.

La recesión económica iniciada en el año 2008 tuvo consecuencias que transformaron radicalmente la realidad socioeconómica. En nuestro país, sostiene el comité científico del libro, el mayor impacto de la recesión se produjo en el mercado laboral, con un aumento considerable de la tasa de desempleo, que pasó de un 8,1% en el año 2008 a un 26,1% en 2013. Se observa así que el empleo a tiempo parcial y el desempleo son fundamentales para entender la desigualdad de ingresos, y que afectan especialmente a las mujeres, la juventud y las personas con un nivel educativo bajo.

Ahora bien, ¿por qué debería importarnos la desigualdad social y económica? Se preguntarnos los expertos. De los distintos retos a los que se enfrentan las sociedades contemporáneas, uno de los más urgentes es el aumento de las diferencias económicas entre la población. Se trata de una problemática que requiere de nuestra atención ya que los niveles excesivos de desigualdad pueden dar lugar a problemas sociales importantes: en primer lugar, en los países que menos han conseguido moderar esas diferencias la cohesión social también es menor. En segundo lugar, cuando la desigualdad alcanza una magnitud elevada puede erosionar la calidad de las instituciones de los países democráticos. Además, conduce a una mayor polarización política y las reglas de decisión colectiva funcionan peor.

Por otra parte, los investigadores explican que las desigualdades de hoy suponen una mayor fragmentación social futura. La transmisión de la pobreza entre generaciones reduce la igualdad de oportunidades y provoca una pérdida de eficiencia, al impedir que el talento de un segmento de la sociedad pueda dar sus frutos.  Y, por último, cuando la desigualdad alcanza un elevado nivel tiene un efecto negativo en el crecimiento económico: los datos más recientes muestran que los países más igualitarios crecen de manera más sostenida y estable.

Otro importante aporte que realiza el libro es un análisis de las posibles causas de la desigualdad actual.  Al respecto, se plantea un panorama complejo y multicausal y el grupo de expertos sostiene que las desigualdades económicas y sociales pueden estudiarse desde prismas muy diversos. En este sentido, afirman que, pese a la variedad de conceptos y dimensiones, la mayoría de las aproximaciones coinciden en mostrar que la desigualdad actual en los países ricos es diferente de la que conocíamos hasta fechas relativamente recientes. Su alcance ha aumentado y el ascensor social parece haberse frenado. Preocupa, de manera especial, que las situaciones de mayor vulnerabilidad social se han vuelto más crónicas y que su incidencia es mayor en los grupos de edad más jóvenes. Las causas de este nuevo patrón distributivo son varias: una de ellas está vinculada a la globalización de la actividad económica, con un crecimiento intenso de los flujos internacionales de bienes y servicios y de capital y trabajo, lo cual ha dado lugar a cambios importantes en la demanda –a la baja– de los trabajadores menos cualificados. Este desplazamiento de la demanda de los trabajadores con menores salarios ha sido reforzado por el cambio tecnológico en los procesos productivos y la digitalización creciente de las actividades económicas.

Otro elemento que introduce el libro para explicar la desigualdad tiene que ver con los procesos de desregulación –del mercado de trabajo, pero también en otros ámbitos– y la cesión a la iniciativa privada de parcelas ocupadas tradicionalmente por el sector público, como sucede con algunos servicios básicos de bienestar social, lo cual ha mermado la función correctora de la intervención pública.  

Asimismo, el documento sostiene que la capacidad redistributiva del sistema de impuestos y prestaciones ha ido reduciéndose con el tiempo. En el caso español, a todos estos procesos presentes en la mayoría de los países de renta alta se añaden algunas singularidades propias. Entre los factores que explican el mayor nivel de la desigualdad en España y su persistencia en el tiempo están las características de la estructura productiva, con un peso mayor de las actividades que requieren costes laborales bajos para poder competir, el doble problema de desempleo y subempleo en el mercado de trabajo y la debilidad de las políticas redistributivas. Uno de los artículos del libro compara el efecto redistributivo de los impuestos en España con el de otros países de la Unión Europea y advierte que la posición rezagada de España parece explicarse, sobre todo, por la dimensión más reducida de su sistema fiscal. Este menor tamaño de los impuestos también explica, al menos en parte, el grave desequilibrio existente en las cuentas públicas. La capacidad recaudatoria del sistema fiscal español podría aumentar combinando la utilización de impuestos directos e indirectos, de forma que no se deteriore la limitada contribución de los impuestos y las cotizaciones sociales a la corrección de las desigualdades de renta entre los hogares españoles.

Finalmente, el documento explica que la percepción de que la sociedad española es muy desigual está bastante arraigada en la opinión pública. Esta percepción se corresponde con la realidad, dado que la desigualdad es más alta que en otros países de la Unión Europea. El apoyo social a la intervención pública en la redistribución de los ingresos es muy amplio, sin que se manifiesten grandes diferencias por grupos sociales. En cuanto a los medios para alcanzar el bienestar social, la inmensa mayoría de la población cree que los impuestos son necesarios, aunque desconfía ampliamente de la justicia del sistema fiscal. Existe, además, una percepción de fraude generalizado en el pago de impuestos. Asimismo, la población de nuestro país muestra un apoyo amplio y sostenido a las políticas de sanidad, pensiones, educación y desempleo, según los expertos. En este aspecto, tampoco se observan fracturas entre grupos sociales, aunque se perciben algunas diferencias puntuales en el apoyo a programas específicos. Por lo tanto, se puede concluir que el principal obstáculo para la reducción de la desigualdad no está en las preferencias de la ciudadanía, si bien la percepción de fraude fiscal puede entorpecer el uso de los impuestos como herramienta para incrementar el gasto público.

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