La igualdad nace de la cultura. Cuando una sociedad tiene unos fundamentos culturales basados en las diferencias, no desde el punto de vista de la riqueza de la diversidad, sino de las que nos separan y nos clasifican, sin duda será espejo de desigualdades subyacentes en todos los ámbitos: públicos y privados, personales y profesionales. La cultura se transmite a través de los medios de comunicación, del discurso político y el discurso social, pero también, y sobre todo, de la educación y de lo que se siembra en las propias familias.
En mi caso, tengo la suerte de haberme criado en un entorno que apostaba por la igualdad como algo natural, y en esos mismos valores trato de educar a mis hijos. Sin duda, el reto de alcanzar la definitiva igualdad entre hombres y mujeres en cuanto a derechos, deberes y oportunidades dependerá de cómo seamos capaces de revertir aquellos aspectos que han formado parte de nuestra cultura durante años y que ahora ya no tienen cabida. Y no lo conseguiremos si no empezamos a trabajar desde la base: la educación de los niños.
Como sociedad tenemos el deber de educar en la diversidad y en la igualdad no solo de género, sino también de origen, creencias, capacidades diferentes… Y quienes nos gobiernan tienen el deber de fomentar esa igualdad también mediante políticas públicas que demuestren un compromiso honesto de cambio cultural, y la solidez de un país a la altura de los nuevos tiempos.
En el terreno profesional, mi formación y mi experiencia me han llevado al mundo de la tecnología, un sector tradicionalmente masculino. Sin embargo, tanto en mi paso por multinacionales como Amazon, como en el ámbito de las startups, al que me dedico en la actualidad, nunca he sentido discriminación de género. Tampoco mi forma de trabajar o mis relaciones dentro de la empresa han estado condicionadas por el hecho de ser mujer. No creo que hubiera cambiado nada en mi trayectoria si hubiera sido un hombre.
Pero es verdad que son muchas las mujeres que todavía ven limitada su proyección profesional por lo que hasta ahora se ha considerado algo exclusivo del colectivo femenino: los permisos de maternidad, las reducciones de jornada para atender a los hijos pequeños… Sin duda, nadie podrá quitarnos la exclusividad de traerlos al mundo, pero sí es perfectamente viable que su cuidado sea equitativo entre padre y madre. Por eso, para mí es fundamental que se fomenten las bajas de paternidad y maternidad compartidas a partes iguales para que ninguna empresa se cuestione contratar a una mujer con talento pensando en sus ausencias.
Por otro lado, quiero romper una lanza a favor de la Ley de Igualdad, que está obligando de forma progresiva a todas las empresas a elaborar e implantar un plan de igualdad que garantice un mismo trato y unas mismas oportunidades a hombres y mujeres en el ámbito empresarial. Precisamente, desde el 7 de marzo de este año, todas las compañías con más de 100 empleados deberán haber registrado su plan de igualdad, y deberán poder demostrar que ponen en práctica las medidas recogidas en el documento. Pero a partir del 7 de marzo de 2022 el imperativo se extenderá a las empresas de más de 50 empleados.
El camino hacia la igualdad no tiene vuelta atrás, y estas medidas sin duda contribuyen a alcanzar ese gran objetivo. Nosotros, desde APlanet, ponemos la tecnología al servicio de este mismo fin, facilitando a las organizaciones herramientas con las que poder elaborar con facilidad sus planes de igualdad, así como llevar el seguimiento de su implantación y medir sus resultados.
La igualdad de género es, precisamente, uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que definió Naciones Unidas dentro de la Agenda 2030, concretamente el ODS 5. Se supone que ese año deberemos haber sido capaces, como humanidad, de conseguirla de forma efectiva. Estamos avanzando en la dirección correcta, pero no perdamos el foco: aún hay mucho que hacer.