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El último número de Panorama Social, “Ciudades: luces y sombras de un mundo cada vez más urbano”, editado por Funcas revela que la pandemia ha sacado a la luz la existencia de desigualdades sociales significativas dentro de las ciudades. La publicación afirma que las tasas de contagio, hospitalización y mortalidad son más altas en áreas urbanas de nivel socioeconómico más bajo.

La pandemia no afecta a todos por igual.  La mirada interseccional de diversas variables socio económicas y culturales es central a la hora de analizar los efectos provocados por la pandemia. La crisis generada por el coronavirus ha hecho más explícita la existencia de desigualdades sociales significativas dentro de las ciudades. Entre estas desigualdades destacan las que afectan a la salud. Así se desprende del último número de Panorama Social, “Ciudades: luces y sombras de un mundo cada vez más urbano”, editado por Funcas. Los artículos presentes en dicho número analizan los beneficios y los costes y perjuicios del fenómeno urbano, que resulta esencial en un mundo cada vez más “urbanita”.,

Las urbes concentran cada vez más la mayor parte de la población mundial. Mientras extensas superficies de tierra se encuentran vacías, las grandes capitales se colapsan de manera desmedida. En España en torno al 60% de la población y al 70% del PIB se concentran en ciudades. La literatura ha puesto de relieve múltiples procesos que, de distintos modos y de forma complementaria, impulsan el crecimiento de las ciudades (Jedwab y Vollrath, 2015; Duranton y Puga, 2014). En concreto, algunas tendencias afectan a la forma y crecimiento de las ciudades, como la emergencia de megaciudades frente a la existencia de ciudades menores, así como su convulsa y cambiante relación con el crecimiento económico.

La llegada del coronavirus sin dudas lo cambió todo. Desde nuestros hábitos hasta nuestras prioridades. Sin dudas, la vida en pequeñas urbes o en zonas más rurales fue y será más amable en un contexto pandémico y post- pandemia. La publicación de Funcas afirma que las ciudades más globalizadas y conectadas al mundo han sufrido antes los efectos de la pandemia. Pero, dentro de las ciudades, sus habitantes han afrontado riesgos muy diferentes de exposición al virus COVID-19 y vulnerabilidad a la enfermedad que causa. Como señala Usama Bilal en su artículo, la capacidad para controlar la expansión del coronavirus y su impacto está muy determinada por la manera en la que se construyen las ciudades y la prevalencia de enfermedades crónicas en la población.

La pandemia es mucho más compleja de manejar en espacios a donde pensar aislamientos es casi imposible o a donde las condiciones sanitarias no permiten tomar las medidas preventivas necesarias. Bilal advierte que la exposición al virus es mayor en condiciones de hacinamiento residencial y depende también del puesto de trabajo que se ocupa y del transporte que se utiliza habitualmente. Asimismo, en cuanto a la vulnerabilidad a la enfermedad que provoca el COVID- 19, la edad es un factor clave, pero también importa la existencia de enfermedades crónicas y estrés, más prevalentes entre la población con menos recursos.

Si bien aún no existe demasiada información al respecto, ya hay evidencia que muestra que la mayor vulnerabilidad en la que se encuentran las personas habitantes de zonas urbanas más desiguales incide directamente en la tasa de ingresos a hospitales y muertes. Investigaciones recientes indican que el 20% más pobre de los habitantes de algunas grandes ciudades como Nueva York, Filadelfia o Barcelona tienen entre 1,5 y 3 veces   más riesgo de contagio, hospitalización y mortalidad.

Las desventajas de vivir en grandes ciudades están a la vista. Sin embargo, a pesar de la desigualdad social que generan las ciudades, y también de otras desventajas asociadas a la vida en ellas (contaminación, congestión del transporte, accesibilidad de la vivienda), siguen atrayendo grandes flujos de personas, tanto de población con voluntad de establecer su residencia permanente, como de población “flotante”. Sobre este aspecto trabaja Paloma Taltavull en su artículo sobre los desafíos que afrontan las grandes ciudades en los próximos años.

El análisis de la autora aporta datos que acreditan el intenso crecimiento de las altas residenciales que ha experimentado Madrid desde 2013, cuando la cifra se acercó a 132.000 personas. En 2019 (último año disponible), su número rondaba las 205.000 personas, 15.000 más que en 2007, el año de este siglo en el que más altas residenciales registró la ciudad.

Finalmente, cabe señala que la importancia que tiene el tamaño poblacional de las ciudades desde el punto de vista de su aportación al crecimiento económico nacional es una cuestión compleja. Sobre esto se ha comprobado que la aportación de las megaciudades (de más de 10 millones de habitantes) no siempre es mayor que la de los municipios de menor tamaño. En este sentido, otro artículo publicado por Funcas, de Jorge Díaz-Lanchas destaca el resurgimiento de las ciudades medianas, núcleos con menores tamaños de población (alrededor de 3 millones de habitantes) que están contribuyendo decisivamente a la generación de crecimiento económico.

La narrativa recurrente al inicio de la pandemia insistía en que “el coronavirus afecta a todos por igual” y “no entiende de clases” sin embargo, es claro que esto no es así. Existen tres puntos básicos de generación de desigualdades: exposición diferencial al virus, vulnerabilidad diferencial a los efectos de la enfermedad, y diferencias en el tratamiento. Estas tres diferencias generan desigualdades en la incidencia de la enfermedad, las hospitalizaciones que ocasiona y la mortalidad que causa.

Las ciudades son el presente y el futuro de la humanidad; Además, las tendencias mundiales indican que esto irá en aumento. Este proceso de urbanización tiene sus ventajas y desventajas y, sobre todo, marca diferencias significativas en cuestiones fundamentales, como las dinámicas de contagio de enfermedades. Estas dinámicas no pueden reducirse a un simple “las ciudades son buenas” o “las ciudades son malas”, sino que dependen de cada enfermedad y de cada contexto. Lo que sí es innegable es que la desigualdad es un factor de riesgo y aún no hay vacuna efectiva para combatirla.

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