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En los últimos meses toda la atención mundial ha estado puesta en la crisis sanitaria generada por el coronavirus, de una gravedad indiscutible. Sin embargo, desde hace muchos años, gran parte de la humanidad se ha visto y se ve azotada por otra pandemia que, a diferencia del covid, no se detiene, sino que va en aumento: el hambre. El último informe presentado por La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura -FAO- demuestra que, desde 2014 el número de personas afectadas por el hambre a nivel mundial ha ido en aumento.

El informe recopila información actualizada sobre numerosos países, lo cual ha hecho posible estimar el hambre en el mundo con mayor precisión este año. La revisión confirma la tendencia sobre la que se ha informado en ediciones anteriores: el número de personas afectadas por el hambre a nivel mundial ha ido aumentando lentamente desde 2014. El informe muestra asimismo que la carga de la malnutrición en todas sus formas sigue constituyendo un desafío. Se han realizado algunos progresos en relación con el retraso del crecimiento infantil, la insuficiencia ponderal y la lactancia materna exclusiva, aunque a un ritmo demasiado lento todavía. En relación con el sobrepeso infantil no se han logrado mejoras y la obesidad en adultos está aumentando en todas las regiones.

En el informe se complementa la evaluación habitual de la seguridad alimentaria y la nutrición con previsiones sobre cómo podría ser el mundo en 2030 si continúan las tendencias del último decenio. Lamentablemente, sobre este punto el informe es muy poco alentador. Las previsiones muestran que el mundo no está en vías de acabar con el hambre para 2030 y, pese a que se han realizado ciertos progresos, tampoco lleva camino de lograr las metas mundiales sobre nutrición, de acuerdo con la mayoría de los indicadores. Además, es probable que la seguridad alimentaria y el estado nutricional de los grupos de población más vulnerables se deterioren aún más debido a las repercusiones socioeconómicas y sanitarias de la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19).

Transcurridos cinco años desde la declaración de la Agenda 2030, es hora de evaluar los progresos y de cuestionar si los esfuerzos continuados realizados hasta ahora permitirán a los países alcanzar los tan afamados ODS. Por esta razón, el informe de este año complementa la evaluación habitual del estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo con proyecciones de cómo podría ser el mundo en 2030 si continúan las tendencias del último decenio. Es importante señalar que, a medida que la pandemia COVID-19 sigue evolucionando, este informe intenta prever algunos de los impactos de esta pandemia mundial en la seguridad alimentaria y la nutrición. Sin embargo, dado que todavía se desconoce en gran medida el alcance total de la devastación que causará COVID-19, es importante reconocer que cualquier evaluación en esta etapa está sujeta a un alto grado de incertidumbre y debe interpretarse con cautela.

Progresos en la consecución de los objetivos relativos al hambre y la inseguridad alimentaria

En las tres ediciones más recientes del informe realizado por la FAO, ya se presentaron pruebas de que, lamentablemente, había terminado la disminución del hambre en el mundo que se había producido durante decenios, medida por la prevalencia de la subnutrición. Pruebas adicionales y varias actualizaciones importantes de los datos, muestran que se estima que casi 690 millones de personas en el mundo (el 8,9% de la población mundial) estaban subnutridas en 2019. La revisión a la luz de los nuevos datos, que da lugar a un desplazamiento paralelo a la baja de toda la serie de población mundial, confirma la conclusión de las ediciones anteriores de este informe: el número de personas afectadas por el hambre en el mundo sigue aumentando lentamente. Esta tendencia comenzó en 2014 y se extiende hasta 2019. Hay casi 60 millones más de personas subnutridas ahora que en 2014, cuando la prevalencia era del 8,6 por ciento, lo que supone un aumento de 10 millones de personas entre 2018 y 2019.

Las razones del aumento observado en los últimos años son múltiples. Gran parte del reciente aumento de la inseguridad alimentaria puede atribuirse al mayor número de conflictos, a menudo exacerbados por las crisis relacionadas con el clima. Incluso en algunos entornos pacíficos, la seguridad alimentaria se ha deteriorado como resultado de las desaceleraciones económicas que amenazan el acceso de los pobres a los alimentos.

Las pruebas también revelan que el mundo no va por buen camino para alcanzar el ODS de Hambre Cero para 2030. Las proyecciones combinadas de las tendencias recientes en el tamaño y la composición de la población, en la disponibilidad total de alimentos y en el grado de desigualdad en el acceso a los alimentos apuntan a un aumento de casi un punto porcentual. En consecuencia, el número mundial de personas subnutridas en 2030 superaría los 840 millones.

África el 19,1 por ciento de la población en 2019, es decir, más de 250 millones de personas se encontraban subnutridas, frente al 17,6 por ciento en 2014. Esta prevalencia es más del doble del promedio mundial (8,9%) y es la más alta de todas las regiones.

En Asia vive más de la mitad del total de las personas subnutridas del mundo, es decir, se estima que habrá 381 millones de personas en 2019. Asia ha mostrado progresos en la reducción del número de personas que padecen hambre en los últimos años, con una disminución de 8 millones desde 2015. En América Latina y el Caribe casi 48 millones de personas se encuentran subnutridas. En dicha región se ha registrado un aumento del hambre en los últimos años, y el número de personas subnutridas ha incrementado en 9 millones entre 2015 y 2019.

En lo que respecta a las perspectivas para 2030, África está muy lejos de alcanzar el objetivo de hambre cero en 2030. Si persisten las recientes tasas de aumento, su población desnutrida aumentará del 19,1 al 25,7%. América Latina y el Caribe también se encuentra fuera de camino, aunque en un grado mucho menor. Asia, si bien está progresando, tampoco alcanzará el objetivo de 2030 sobre la base de las tendencias recientes.

En general, y sin tener en cuenta los efectos de COVID-19, las tendencias previstas de la subnutrición cambiarían drásticamente la distribución geográfica del hambre en el mundo. Aunque Asia seguiría albergando a casi 330 millones de personas hambrientas en 2030, su proporción del hambre en el mundo se reduciría sustancialmente. África superaría a Asia para convertirse en la región con el mayor número de personas subnutridas (433 millones), lo que representaría el 51,5% del total.

En el momento de redactar el informe, la pandemia COVID-19 se estaba extendiendo por todo el mundo, lo que suponía claramente una grave amenaza para la seguridad alimentaria. Las evaluaciones preliminares basadas en las últimas perspectivas económicas mundiales disponibles sugieren que la pandemia COVID-19 podría añadir entre 83 y 132 millones de personas al número total de personas subnutridas en el mundo en 2020, dependiendo del escenario de crecimiento económico (pérdidas que oscilan entre 4,9 y 10 puntos porcentuales en el crecimiento del PIB mundial). La recuperación prevista para 2021 haría que el número de personas subnutridas disminuyera, pero aun así sería superior a lo proyectado en un escenario sin la pandemia. Una vez más, es importante reconocer que toda evaluación en esta etapa está sujeta a un alto grado de incertidumbre y debe interpretarse con cautela.

Las estimaciones más recientes sugieren que el 9,7% de la población mundial (algo menos de 750 millones de personas) estuvo expuesta a niveles graves de inseguridad alimentaria en 2019. En todas las regiones del mundo, excepto en América del Norte y Europa, la prevalencia de la inseguridad alimentaria grave ha aumentado de 2014 a 2019. Esto también concuerda en general con las tendencias recientes del mundo y en todas las regiones, con la excepción parcial de Asia.

Si bien los 746 millones de personas que se enfrentan a la inseguridad alimentaria grave son motivo de gran preocupación, un 16% adicional de la población mundial, es decir, más de 1.250 millones de personas, han experimentado inseguridad alimentaria a niveles moderados. Las personas que padecen una inseguridad alimentaria moderada no tienen acceso regular a alimentos nutritivos y suficientes, aunque no necesariamente padezcan hambre, lo cual es precupante.

Se estima que la prevalencia de los niveles tanto moderados como graves de inseguridad alimentaria será del 25,9% en 2019 para el mundo en su conjunto. Esto se traduce en un total de 2.000 millones de personas. La inseguridad alimentaria total (moderada o grave) ha aumentado constantemente a nivel mundial desde 2014, principalmente debido al incremento de la inseguridad alimentaria moderada.

Aunque es en África donde se observan los niveles más altos de inseguridad alimentaria total, es en América Latina y el Caribe donde la inseguridad alimentaria está aumentando más rápidamente: del 22,9% en 2014 al 31,7% en 2019, debido a un fuerte incremento en América del Sur. En lo que respecta a la distribución del total de personas con inseguridad alimentaria (moderada o grave) en el mundo, de los 2.000 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria, 1.030 millones se encuentran en Asia, 675 millones en África, 205 millones en América Latina y el Caribe, 88 millones en América del Norte y Europa, y 5,9 millones en Oceanía. A nivel mundial, la prevalencia de la inseguridad alimentaria a nivel moderado o grave, y sólo a nivel grave, es mayor entre las mujeres que entre los hombres. La brecha de género en el acceso a los alimentos aumentó de 2018 a 2019, en particular en el nivel moderado o grave.

En esta edición del informe se destaca en particular la importancia de las políticas de protección social que tienen en cuenta la nutrición. Este tipo de políticas son las más adecuadas para proporcionar un mejor acceso a los alimentos nutritivos a los consumidores de menores ingresos y, por lo tanto, aumentar la asequibilidad de las dietas saludables. Es importante fortalecer los mecanismos de protección social que tengan en cuenta la nutrición, asegurándose de que puedan apoyar la administración de suplementos de micronutrientes cuando sea necesario, así como crear entornos alimentarios saludables alentando a los consumidores a diversificar sus dietas para reducir la dependencia de los alimentos básicos con almidón, reducir el consumo de alimentos con alto contenido de grasas, azúcares y/o sal, e incluir alimentos más diversos y nutritivos. Estos mecanismos pueden incluir una serie de instrumentos normativos, normalmente programas de transferencia de efectivo, pero también transferencias en especie, programas de alimentación escolar y subvenciones de alimentos nutritivos. Estas políticas pueden ser particularmente importantes frente a la adversidad, como estamos viendo hoy en día durante la pandemia de COVID-19.

Teniendo en cuenta los diferentes puntos de partida y desafíos de cada país, así como las posibles compensaciones, es probable que una combinación de intervenciones políticas complementarias para reducir el costo de los alimentos nutritivos, al tiempo que se mejora la asequibilidad de las dietas saludables, sea más eficaz que cualquier medida política individual.

Para lograr las pautas de una dieta saludable, se necesitarán grandes cambios transformadores en los sistemas alimentarios a todos los niveles y es importante subrayar que, aunque hay algunas superposiciones, esos cambios van más allá de las opciones de política y las inversiones que se diseñan y aplican explícitamente para reducir el costo de las dietas saludables y aumentar su asequibilidad. Es decir, también deben cumplirse otras condiciones, lo que exige toda una serie de otras políticas más explícitamente concebidas para sensibilizar e influir en el comportamiento de los consumidores en favor de las dietas saludables, posiblemente con importantes sinergias para la sostenibilidad ambiental.

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