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Por el Día Mundial contra la Desertificación y la Sequía, la Coordinadora Estatal de Comercio Justo publica la investigación “Café: La historia de un éxito que esconde una crisis”, que concluye que el actual modelo de la industria del café no es sostenible ni para el medio ambiente ni para quienes lo cultivan, que viven en la pobreza. Los productores son los más vulnerables de la cadena y su capacidad de acción se ve superada por los efectos del cambio climático. 

Dos grandes problemas derivados del actual modelo de consumo del café son: la erosión de los suelos o la deforestación. Es necesario frenarlos para garantizar la sostenibilidad de los cultivos del café y, sobre todo, para proteger el medio ambiente. Naciones Unidas, entre otras medidas, apuesta por el consumo de productos de agricultura orgánica y Comercio Justo para combatir la desertificación y la sequía. 

Con motivo del Día Mundial contra la Desertificación y la Sequia, la Coordinadora Estatal de Comercio Justo ha editado la investigación “Café: La historia de un éxito que oculta una crisis” elaborada por Commerce Equitable France, donde se analiza de manera particular el caso de Etiopía, Perú y Colombia. El estudio saca a la luz que el actual modelo de la industria del café no es sostenible ni para el medio ambiente ni para quienes lo cultivan. La producción de café sufre directamente el efecto que tiene el cambio climático con el aumento de temperaturas, la alteración de lluvias, las plagas y las enfermedades.

Según las conclusiones del estudio, sin un plan para combatirlo, la superficie apta para su cultivo podría reducirse a la mitad en 2050. Para frenar esto se apuesta por los modelos productivos que combinan el Comercio Justo y la agricultura orgánica que son los que generan mejores resultados tanto para aumentar los ingresos de los productores como para conservar modelos agroforestales tradicionales y frenar las consecuencias del cambio climático.

El café presenta unas condiciones particulares en su cultivo y está especialmente amenazado por la crisis climática. Se prevé que de aquí a 2050 la temperatura podría aumentar en las principales zonas de plantación, con incrementos de lluvias y temporadas secas cada vez más áridas. Sumado a este aumento de temperatura, el consumo de café está aumentando a nivel mundial debido a los cambios de hábitos y al desarrollo de economías emergentes. Para dar respuesta a esta nueva demanda, se debería multiplicar por 2,5 la superficie disponible para las plantaciones, lo que incrementaría los efectos negativos que ya se están constatando.

Un claro ejemplo de efecto negativo es la creciente expansión de la producción de café y la tendencia a modernizar las explotaciones, lo que está generando un gran impacto en la deforestación, debido a la tala de árboles de sombra que reduce los beneficios asociados como son la regulación climática, la lucha contra la erosión o el mantenimiento de la fertilidad y humedad de los suelos. 

Ante esta gran demanda de café, su industria se está orientando hacia el monocultivo de café sin sombra para asegurar una mayor productividad de las tierras, lo que genera un mayor rendimiento de las tierras pero reduce la calidad de los suelos y el agua o la pérdida de biodiversidad. No hay que obviar el uso elevado de productos químicos que necesitan estos modelos de industria aumentando los costes de producción y reduciendo al mismo tiempo los ingresos para los productores que ya viven en la pobreza. 

Por lo tanto, las familias caficultoras están pagando el coste invisible de la producción insostenible que es cambio climático, la contaminación y la pobreza. Según la investigación, 25 millones de personas de más de 80 países se dedican al cultivo del café, mayoritariamente en parcelas de menos de 5 hectáreas. En su mayoría, viven en la pobreza.

Si tenemos en cuenta los tres casos de estudio, en Perú y Etiopía, los caficultores generaron ingresos muy por debajo de lo que se considera el umbral de la pobreza. En 2017 sus ingresos fueron un 20% más bajos que en 2005. Por otro lado, en Colombia de media los caficultores sí alcanzan el umbral de la pobreza pero no se puede considerar un nivel de vida digno. Las condiciones no son óptimas, las familias caficultoras no cuentan con medios suficientes para mantener sus cultivos, a veces ni siquiera para cosechar todo su café, por lo que se ven obligadas a endeudarse para satisfacer sus necesidades básicas. De esta situación de precariedad, se unen el trabajo infantil o la migración, acompañado de malnutrición e índices elevados de analfabetismo. Los productores son los más vulnerables de la cadena y su capacidad de acción se ve superada por los efectos del cambio climático. 

La industria del café es un mercado que genera unos 200.000 millones de dólares al año, siendo el segundo producto agrícola en volumen comercial después del petróleo. La desigualdad entre los distintos eslabones de la cadena se ha acrecentado ya que en los últimos años mientras las empresas tostadoras y distribuidoras generaron 1.177 millones de euros, los productores percibieron únicamente el 4% de las ganancias. Estamos hablando de una industria profundamente injusta por el desigual reparto de valor y costes. Los países productores reciben de media entre el 23% y el 27% del valor generado por la cadena del café, pero concentran entre el 68% y el 92% de los costes sociales asociados, sufriendo en primera persona los principales impactos medioambientales y sociales.

¿Cómo se presentan las alternativas del Comercio Justo y la agricultura ecológica en Etiopía, Perú y Colombia?

Tras analizar los tres países, la investigación concluye que la combinación del Comercio Justo y la agricultura orgánica está permitiendo luchar contra los efectos del cambio climático al defender un modelo agroforestal tradicional. Este nuevo modelo también favorece una mayor calidad de vida de los productores, en Perú por ejemplo en 2016, el 25% de las exportaciones totales de café fueron producidos bajo los principios del Comercio Justo, lo que para 45.000 productores significó recibir un 5% más del valor total en relación al mercado convencional.

En Colombia, el café de Comercio Justo representa el 2,5% de las exportaciones y es producido por 67.000 personas. Esta café está desarrollando un modelo agroforestal y orgánico que ofrece una alternativa para luchar contra las consecuencias del cambio climático, y sus ingresos han aumentado en un 20%. En el caso de Etiopía, un 29% de las cooperativas cafetaleras contaban con la certificación de Comercio Justo. La doble certificación de Comercio Justo y orgánica ha permitido aumentar en un 10% los ingresos de los productores y preservar el modelo agroforestal tradicional de producción que permite evitar efectos como vientos calientes, fuertes lluvias o temporadas más largas de sequía). Estas cooperativas cafetaleras han logrado crear un capital colectivo e invertirlo en infraestructuras comunitarias destinadas a la educación y a la sanidad.

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