
No es decoración: es la nueva frontera de la sostenibilidad, visible en cada gesto, desde llegar en bici hasta escanear con el móvil. Cuando lo sostenible se convierte en experiencia diaria, deja de ser etiqueta y pasa a ser compromiso real.
El mercado ya no compra solo productos; compra confianza. Y la confianza se construye cuando lo que una marca dice coincide con lo que hace y con cómo impacta en su entorno. Por eso, vivir la marca a través de experiencias memorables diseñadas con criterios ESG no es maquillaje verde: es gestión. Bien hechas, estas activaciones emocionan, convierten y dejan un legado positivo. Ese es el orden correcto: emoción, conversión y responsabilidad, todo medible.
Una experiencia de marca no es un espectáculo aislado, es un pequeño ecosistema temporal donde conviven empresa, proveedores, administración, equipos técnicos y ciudadanía. La responsabilidad es compartida: la marca fija el estándar, la cadena de suministro lo ejecuta, la administración facilita y supervisa, y el público participa con información y hábitos más sostenibles. Cuando cada eslabón responde, la activación deja huella… pero no residuo. Esa coherencia se nota, se recuerda y, sobre todo, se premia con la compra y la recomendación.
Para que ESG no se quede en un eslogan, hace falta método. La lógica de doble materialidad ayuda a decidir qué importa de verdad en cada proyecto (impacto de la empresa en el entorno y del entorno en el negocio). Y marcos como ISO 20121 ordenan el día a día: inventario de materiales, diseño modular y reutilizable, energía renovable, logística optimizada, accesibilidad universal, condiciones de trabajo dignas y gobernanza clara con proveedores. No es burocracia: es eficiencia. Lo que estandarizas, abarata y escala.
Veamos dos ejemplos sencillos. En gran consumo, un roadshow de eco-canje convierte un gesto doméstico en experiencia de marca: las personas llevan envases para reciclar y acceden a una activación que enseña, entretiene y vende. Se registran kilos recuperados, leads, redenciones y ventas por punto; se informa del destino de los residuos y se compara edición con edición. Resultado: mejor conversión, reputación reforzada y CO₂e evitado. En movilidad, unas pruebas de conducción alimentadas con energía renovable y una producción modular que se reutiliza en varias ciudades demuestran que la emoción no está reñida con la responsabilidad. El KPI no es solo el test-drive: es la cita en concesionario y el CO₂e por contacto (incluida la logística).
Las métricas son el idioma común entre marketing, sostenibilidad y finanzas. Si no se mide, no existe. Un cuadro de mando razonable integra tres planos: negocio (leads cualificados, tasa de conversión, ventas incrementales, coste por adquisición y LTV de quienes entran por la experiencia), marca (NPS, brand lift, tiempo medio de interacción y contenido generado por usuarios) y ESG (huella por asistente, porcentaje de materiales reutilizados, compra local y de economía social, energía renovable, desperdicio evitado/donado y cumplimiento de criterios de accesibilidad). Con datos comparables, cada edición mejora la anterior; sin datos, todo es relato.
También importa la transparencia. Europa avanza con la CSRD y los estándares de reporte, y aunque una activación no sea un informe anual, conviene compartir un resumen claro: metodología, límites, resultados y plan de mejora. Contar lo logrado y lo pendiente evita el greenwashing y protege en momentos de crisis. La trazabilidad y la honestidad sostienen la confianza mejor que cualquier claim.
Hay un aprendizaje clave: la accesibilidad no es un “extra si queda presupuesto”, es diseño de base. Señalética clara, espacios sin barreras, intérpretes, subtitulado, contenidos alternativos y horarios pensados para públicos diversos. Además de ser lo correcto, amplía audiencia, aumenta el tiempo de permanencia y mejora la satisfacción. En mi experiencia, una experiencia accesible suele ser, sencillamente, una experiencia mejor.
La sostenibilidad tampoco es sinónimo de lujo. La innovación frugal modularidad, librerías reutilizables, producciones híbridas phygital reduce costes a partir del segundo uso y disminuye desplazamientos. Los datos capturados en vivo alimentan el CRM, permiten segmentar con precisión y abaratan el remarketing. Regla simple para decidir inversiones: cada euro debe generar triple retorno (negocio, marca y ESG). Si una partida solo luce en foto pero no aporta a ese triple objetivo, no pasa el filtro.
Y después de apagar las luces, empieza lo importante: devolver al territorio. Programas con ONG locales, voluntariado corporativo, becas, mentoring a proveedores emergentes y segundas vidas para el montaje (donaciones a escuelas o centros sociales) convierten un hito de marketing en valor social sostenido. La comunidad lo percibe, la licencia social para operar se fortalece y el equipo interno se reconoce en un trabajo del que puede sentirse orgulloso.
Quienes lideramos proyectos tenemos una elección diaria: producir “lo de siempre” o subir el listón. Integrar ESG desde el briefing, medir con rigor y comunicar con honestidad no resta emoción; la orienta. Y cuando el propósito guía la creatividad, las experiencias no solo venden, cambian comportamientos. Ahí nace el posicionamiento duradero: en la memoria de quienes vivieron algo valioso y en la evidencia de que la marca lo hizo bien para su negocio y para su entorno.
Lorena Vásquez, Miembro de La Asociación Española de Ejecutivas y Consejeras- EJE&CON
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