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Cada vez son más las empresas que se dotan de un Código Ético como herramienta estratégica para conseguir que su cultura corporativa se focalice en los valores socialmente aceptados

En efecto, un código ético ayuda a implementar mejores prácticas, que poco a poco se van convirtiendo en "rutinas", transformando así  los comportamientos y consolidando de esta forma una nueva cultura corporativa.

Estamos hablando de cambiar la cultura corporativa. Eso supone, además de tiempo y recursos, la necesidad de contar con el beneplácito y el apoyo entusiasta de las personas que tengan capacidad de decisión dentro de la empresa, porque si ellas no dan ejemplo y  la vez ejercen de polinizadores, es prácticamente imposible que se produzca el cambio deseado.

Aquí es donde se produce un fenómeno curioso: 

  • ¿todas las empresas cuentan con un comité de dirección con fuertes principios éticos?  La respuesta es no.
  • ¿Pueden entonces conseguir que su empresa consiga funcionar de acuerdo a principios éticos?  La respuesta es no.
  • ¿Tiene la empresa posibilidades, a medio plazo, de mantenerse en el mercado sin principios éticos? La respuesta es muy posiblemente no.

Entonces es cuando funciona la presión social:  los ciudadanos, cada vez más convencidos de que pueden y deben exigir a las empresas que actúen con ética, lanzan mensajes inequívocos sobre los productos o servicios que están dispuestos a adquirir.

Y la mayoría de las empresas los están escuchando, porque ninguna quiere quedarse fuera de juego.  Cómo escuchan es algo que los ciudadanos también observamos, porque nos dice mucho de esas empresas.  En general, podríamos agruparlas en dos grandes bloques: las proactivas y las reactivas.

Veamos dos noticias recientes sobre este particular:

Los supermercados Supersano , que por filosofía han estado siempre a la vanguardia de las demandas ecológicas de un gran número de ciudadanos, han dado un paso más y han desterrado de sus estanterías todos los productos que contienen aceite de palma. Se entiende que ha sido una decisión complicada por los cambios que genera en las relaciones con los proveedores, la cadena logística, la política de comunicación con clientes, etc., pero es una decisión muy coherente con sus valores y por lo tanto auspiciada por la cúpula directiva.

 Inidress (Instituto de innovación y desarrollo de la responsabilidad social sociosanitaria) ha realizado recientemente un seminario sobre Códigos Éticos y Buenas Prácticas, haciendo hincapié en que el Código de Tecnología Sanitaria "introduce el patrocinio indirecto en las ayudas a la formación, que cambia sustancialmente el modo en que las empresas pueden continuar haciendo este tipo de ayudas".

A lo largo de su presentación, Miguel Ángel Moyano  hace hincapié en que lo esencial para que un código ético funcione es la implementación.

Obviamente, los modelos de gestión que pueden aplicarse a un supermercado mediano o a un conjunto de grandes empresas farmacéuticas son muy diferentes:  una empresa pequeña o mediana es, por lo general, mucho más ágil al tomar decisiones y al diseñar el proceso de implantación de las estrategias diseñadas en consecuencia. También está más en contacto con el día a día de su entorno y puede, por lo tanto, captar antes las demandas (explícitas o implícitas) de los clientes, sabiendo que repercutirán en su negocio.

Parece, pues, que estas dos organizaciones podrían representar las dos posibles formas de reaccionar ante las nuevas exigencias éticas de la sociedad:  más fácil ser proactivo si se es de dimensiones manejables, más fácil ser reactivo si hablamos de grandes organizaciones.

Pero cada vez está más claro que, por concienciación empresarial o por presión social, los códigos éticos han venido para quedarse.  Bienvenidos sean, porque contribuyen a mejorar esta sociedad compleja que estamos viviendo.

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