
Los manglares, esos bosques costeros que crecen en la frontera entre la tierra y el mar, constituyen uno de los ecosistemas más valiosos del planeta. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) subraya su importancia ambiental, social y económica, especialmente en un contexto de crisis climática creciente.
Estos ecosistemas actúan como una barrera natural frente a fenómenos extremos como tormentas, tsunamis o la erosión costera, protegiendo a millones de personas que habitan en zonas litorales. Pero sus funciones van mucho más allá: son verdaderos refugios de biodiversidad, albergando especies clave de peces, crustáceos, aves y otros animales. Además, juegan un rol fundamental en el mantenimiento de otros ecosistemas marinos, como los arrecifes de coral y las praderas marinas, al evitar la acumulación de sedimentos.
Su contribución en la lucha contra el cambio climático también es destacada. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), los manglares pueden capturar hasta cinco veces más carbono que los bosques terrestres, lo que los convierte en sumideros naturales esenciales para frenar el calentamiento global.
Pese a todo, su supervivencia está gravemente comprometida. En los últimos 40 años, la superficie de manglares se ha reducido a la mitad, y actualmente se pierde cerca del 1% de su cobertura cada año. Según datos citados por la UNESCO, tres cuartas partes de estos ecosistemas están siendo destruidos debido a la urbanización costera, la deforestación, el desarrollo industrial y la acuicultura no sostenible.
La desaparición de los manglares no solo significa la pérdida de un hábitat vital, sino también la merma de servicios ecosistémicos clave para las comunidades humanas: mayor exposición a riesgos naturales, reducción de fuentes de alimento y menos capacidad de adaptación climática.
Ante este escenario, iniciativas como la Alianza Global por los Manglares (Global Mangrove Alliance) y los programas promovidos por la propia UNESCO están trabajando para revertir la tendencia. Uno de los objetivos principales es restaurar un 20% de la cobertura mundial de manglares para 2030, mediante acciones de conservación y restauración basadas en la naturaleza, que integren a las comunidades locales y fomenten su resiliencia.
La protección de los manglares no es solo una cuestión ambiental: es una apuesta estratégica por un futuro sostenible, justo y seguro para las poblaciones costeras y para el planeta. Tenerlos en cuenta en las políticas de adaptación y mitigación climática es esencial, así como incorporar su valor ecológico en los marcos de desarrollo y conservación.