Últimamente, son una constante los comentarios que concluyen que falta liderazgo (en el país, en las empresas, en las escuelas, por todas partes...). Pero siempre me ha sorprendido el acuerdo que la afirmación concita, cuando muchos de los que coinciden en ella ignoran totalmente si sus interlocutores comparten la misma visión sobre el liderazgo. ¿Cómo pueden saber, pues, si echan en falta lo mismo?
Pensaba eso hace pocos días, en la última sesión académica de la Cátedra de Liderazgos y Gobernanza Democrática, en la que Ignacio Martín nos hizo una excelente presentación de algunos aspectos nucleares de los planteamientos de Ronald Heifetz sobre el liderazgo. El pensamiento de Heifetz merece atención, discusión y debate, porque tiene aspectos muy controvertidos. Sin embargo, de lo que no hay duda es de que sus aportaciones son relevantes para poder contestar a la pregunta que encabeza estas líneas.
Ignacio Martín cerró su intervención regalándonos una frase de H. L. Menken, imprescindible para los tiempos que corren: "para todo problema difícil hay siempre una solución sencilla, rápida y equivocada". Especialmente pertinente para acompañar la tesis recogida en el título de uno de los libros que ha convertido a Heifetz en un referente: liderazgo sin respuestas fáciles. Porque a menudo, cuando decimos que falta liderazgo, lo que estamos pidiendo es que alguien ofrezca alguna respuesta, que nos dé una explicación con sentido y que nos saque del callejón sin salida en el que nos encontramos. Como si añoráramos alguna personalidad que se convirtiera en proveedora de certidumbres ante nuestra desazón. O, simplemente, alguien en quien nos pudiéramos proyectar confiadamente.
Heifetz, no negaría nuestra pregunta por el liderazgo, pero la contestaría de manera diferente. Martín propuso la siguiente definición: "el ejercicio del liderazgo es el proceso de movilización de un grupo para que afronte una realidad incierta y desarrolle nuevas capacidades que le permitan asegurar su progreso y su bienestar". La pregunta por el liderazgo la vincula a tener que afrontar una realidad incierta, que nos desafía y nos provoca. Si de lo que se trata es de resolver un problema técnico (aunque sea de gran magnitud) que no cuestiona la manera de responder que hemos tenido hasta el presente, entonces todo se reduce a gestionar y administrar una realidad y a motivar a la gente para continuar respondiendo bajo los parámetros de siempre: por eso no hay que llamar líder a quien, simplemente, manda; o a quién se limita a arrastrar o a seducir a la gente. Por consiguiente, de esta definición de liderazgo (y de las tesis de Heifetz), me interesa ahora subrayar dos cosas: que no se trata de un atributo personal; y que hablar de liderazgo es siempre hablar de valores.
Así pues, en primer lugar, hablar de liderazgo no es (o no se reduce a) hablar de atributos personales. No es, simplemente, hablar de líderes, vaya. Es hablar de cómo nos enfrentamos una situación y de qué respuesta le damos. Lo que importa es el proceso, pues. Es decir, nadie "es" líder siempre y en toda circunstancia, sino en función de la situación en la que se encuentra, de la percepción que tiene de ella y de la actitud con la que la afronta; y, por lo tanto, todo el mundo puede ejercer algún grado de liderazgo, en el ámbito en el que actúa. En otras palabras, hay una manera de hablar del liderazgo y de pensarlo que presupone en último término la dimisión de las propias responsabilidades: necesito a un líder para descargar en él mi necesidad de respuestas fáciles.
Y en segundo lugar, un líder no tan sólo no tiene respuestas fáciles, sino que puede ser incluso que en algún momento no tenga respuestas. El ejercicio del liderazgo tiene un componente de involucrar al grupo en la interpelación sobre la situación que está viviendo, y de movilizarlo para que desarrolle nuevas capacidades de respuesta. Desde esta perspectiva, un elemento clave pasan a ser los valores que se quieren asumir y con relación a los que se quiere generar compromiso. El debate sobre el liderazgo es siempre un debate sobre valores. Porque el liderazgo que no tiene respuestas fáciles nos interpela sobre los valores que están en juego en la situación que estamos viviendo (la que sea), nos cuestiona sobre la comodidad de continuar con las actitudes de siempre (aunque sea haciéndoles todos los retoques que hagan falta con tal de no dejarlas), y nos involucra y nos compromete en la construcción de la respuesta a las nuevas situaciones, sin descargar nuestras responsabilidades y nuestra ansiedad en alguien que pretendidamente las tendría que resolver.
Soy consciente de que estas consideraciones no agotan el reto de liderazgo. Pero subrayan una pregunta ineludible cuando hacemos aspavientos por la falta de liderazgo: ¿buscamos a alguien que nos dé respuestas y nos descargue de nuestras responsabilidades o buscamos cómo contribuir a un proyecto, a partir del compromiso con unos valores compartidos?