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La ejecución práctica de la Responsabilidad Social en el mundo empresarial debe estar siempre precedida y acompañada de un uso igualmente responsable del lenguaje, rechazando el uso de expresiones que poco y nada contribuyen a fortalecer los elementos axiológicos de los ámbitos en que esta se desarrolla.

 
Hace algunas semanas atrás hallé sobre mi escritorio de trabajo -vaya a saberse como llegó ahí- una publicación institucional de una de las grandes multinacionales de telecomunicaciones que ofrecen sus servicios en Argentina. Haciéndole caso a la curiosidad, le eché un vistazo al índice de la revista, encontrándome con que contenía una nota sobre la política de concicliación laboral que viene practicando dicha empresa. Arreglándomelas con una mano para encontrar la página indicada, mientras con la otra sostenía una taza de café, me dispuse a leer sin mayores pretensiones el susodicho artículo.

"El nacimiento de un hijo, superar el axamen que te tuvo sin dormir, y tantos otros acontecimientos únicos en la vida merecen la pena vivirse con mucha, pero mucha intensidad. La administración del tiempo de las personas en sus puestos de trabajo representa hoy, todo un desafío, el cual conlleva un cambio de paradigma en la gestión de recursos humanos. En este contexto, los colaboradores (...)"

¡Stop! Este(m)... perdón, ¿los qué? No, no había leído mal, los colaboradores, palabra que se repitió no pocas veces a lo largo del escrito para identificar con ella a los trabajadores de la empresa.
Pero... ¿Y cuándo se supone que los trabajadores dejaron de serlo para volverse ahora colaboradores?; mejor aún ¿Cuándo la palabra trabajador pasó a ser inconveniente para el lenguaje empresarial?

En tiempos donde la prédica está orientada a la aplicación material, al aterrizaje en el mundo empresarial de la RSE como realidad práctica y ya no como mero discurso, es necesario de todas maneras que dicha ejecución venga precedida y acompañada de un uso responsable del propio lenguaje; por eso no alcanzo a comprender y no paro de sorprenderme de que haya quienes puedan considerar el término trabajador, como una expresión vetada dentro del vocabulario empresarial.

De igual manera, tampoco logro entender cuál pudo ser el origen de semejante distinción tan desdeñable, y no puedo dejar de sentirme confundido al respecto: ¿Acaso pudo ser que quienes concibieron identificar al trabajador como colaborador consideraron que con ello éste habría de sentir mayor pertenencia hacia una empresa, con todas las consecuencias que ello puede significar?; si fue esa la razón, entonces permítaseme dudar de que puedan alcanzar tal objetivo.

Calificar al trabajador de simple colaborador, es lo mismo que cercenar axiológicamente el papel que el trabajo representa para la propia concepción del hombre; es reducirlo a su sentido meramente objetivo, donde la persona deja de ser tal, para convertirse en una simple herramienta más que contribuye a la producción.

¿Cuál es entonces el problema con que los trabajadores seamos trabajadores?, si al fin y al cabo todos, en mucho o en poco, en más o en menos, lo somos: el obrero es un trabajador, el poeta es un trabajador, el futbolista es un trabajador, el comediante es un trabajador... el empresario, si, el empresario también es un trabajador.

Afortunadamente la regulación laboral no ha caído todavía en tan deplorable cliché, y espero que nunca lo haga.

Termino con un par de pequeños fragmentos tomados de la encíclica Laborem Exercens escrita por Juan Pablo II:

"El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza".

"El trabajo es un bien del hombre -es un bien de su humanidad-, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido "se hace más hombre"".
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