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"Para las feministas, igual para que para las ONG, llevar la eficacia del estado al primer plano de la agenda supondría replantearse algunas de sus posiciones de partida" Elena Carantoña

 

Abusando de la amabilidad de Jordi Jaumá al ofrecer este espacio para el debate y la especulación, querría compartir una reflexión fruto de la casualidad.

 

El dos de octubre Duncan Green, director de investigación de Oxfam, presentó su libro From Poverty to Power en la sede de la SGAE en Madrid. Tengo que confesar que, además de la curiosidad por saber qué hay de nuevo en la agenda de las ONG, me movió a asistir el placer de entrar en el edificio de la calle Fernando VI, un derroche de arquitectura modernista preservado con un mimo digno de todo elogio.

 

El interés de lo que allí se dijo casi me hizo olvidar el escenario. Green es un excelente comunicador y su pensamiento resulta original y osado, por su autocrítica franqueza. En el libro enumera y explica los diez desafíos de la "industria" del desarrollo para este siglo. Todos me parecieron muy pertinentes, pero quiero destacar su insistencia en la necesidad de que las ONG reconozcan que los estados eficaces son imprescindibles para activar el círculo virtuoso del desarrollo.

 

Green llama estados eficaces a los que garantizan la seguridad y la aplicación de las leyes y son capaces de definir e implantar estrategias de crecimiento económico equitativo. La gran novedad es poner de relieve que la condición previa para ello es instaurar un sistema impositivo.

 

No se le oculta a Green que aceptar este papel central del estado obligaría a un cambio en la percepción y el comportamiento de las ONG, más bien reticentes ante ellos. Explica su desconfianza por la naturaleza y el funcionamiento de la mayoría con los que tratan, pero dice que esto las ha llevado a mantenerse, en muchas ocasiones, al margen de las instituciones, contribuyendo a reforzar su distancia con la sociedad civil. También las conduce a poner el acento en la reclamación de políticas de gasto y no de ingresos, es decir, a descuidar la agenda fiscal para el desarrollo.

 

Tres días después, el 5 de octubre, empezaba, también en Madrid, el cuarto encuentro de mujeres líderes iberoamericanas, bajo el título Agenda Iberoamericana por la Igualdad.

 

Como en años anteriores, los debates fueron intensos e interesantes, y los planteamientos, dentro del espectro feminista, variados.

 

La casualidad a la que me refería es que también en este foro se planteó si no sería necesario repensar la agenda de igualdad en relación con la agenda global de la equidad en el desarrollo. Sin profundizar en ellos, se citaron los efectos sobre la igualdad de las políticas de conciliación o de la inseguridad, el papel del estado y la pertinencia de la alianza, hasta ahora considerada natural, con grupos supuestamente progresistas, como los indigenistas, pero cuyas políticas no suponen necesariamente un avance para las mujeres. Como en el caso de las ONG, se reclamaron políticas de gasto, pero no se habló de los ingresos ni de una agenda fiscal para la igualdad.

 

Para las feministas, igual para que para las ONG, llevar la eficacia del estado al primer plano de la agenda supondría replantearse algunas de sus posiciones de partida. Por ejemplo, resolver la contradicción entre achacarle a todo estado una naturaleza androcéntrica y reconocer, al mismo tiempo, que las mujeres, como cualquier grupo susceptible de sufrir discriminación, están más protegidas de ella en entornos formalizados y transparentes, es decir, bajo estados eficaces. O preguntarse si es adecuado abogar por la discriminación positiva, ya que se ha demostrado que en estados de tradición democrática da lugar a otro tipo de discriminaciones y en los estados emergentes puede, fácilmente, convertirse además en una rémora a su consolidación y a la generación de una ciudadanía activa.

 

Duncan Green sospecha que a las ONG les va a llevar tiempo recorrer el camino hacia la nueva agenda de desarrollo. ¿Se puede decir lo mismo de los grupos feministas?

 

¿Puede abrirse camino un pensamiento de partida doble (donde hay un gasto tiene que haber una contrapartida en ingreso)? ¿Cómo impactaría en las agendas esa inyección de realismo? ¿Veremos en la próxima manifestación por el 0,7 una pancarta que rece "Impuesto sobre la renta universal"?

 

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