La pregunta es cómo se ha podido permitir el transporte y uso de un combustible tan sucio en un lugar como el Ártico, tan importante en la regulación de la temperatura global y en la reducción del efecto invernadero, durante tanto tiempo.
Vivimos en un contexto en el que el tráfico de buques en el Ártico sigue aumentando. Sólo en 10 años, de 2013 a 2023, el número de buques que navegan alrededor del Polo Norte de la tierra se ha incrementado un 37%). Por ello,la nueva normativa de la Organización Marítima Internacional (OMI) es un hito tremendamente necesario, sobre todo porque reconoce el perjuicio que este combustible provoca en el Ártico, las personas y la fauna que dependen de él.
Esta normativa prohíbe utilizar y transportar fuelóleo pesado (HFO) en un océano caracterizado por ser un ecosistema fundamental para la humanidad y, al mismo tiempo, desprotegido y vulnerable. Hubo ejemplos previos a la entrada en vigor que ya remarcaban la necesidad de frenar el uso y transporte de este combustible, como el del gobierno noruego que impuso una multa de un millón de euros a una embarcación irlandesa por transportar HFO en Svalbard, algoque ya era ilegal en sus aguas. Esta medida, sin embargo, resulta insuficiente para evitar un calentamiento catastrófico en el Ártico: la prohibición no se hará realmente efectiva hasta julio de 2029, pudiéndose aplicar exenciones nacionales hasta entonces. Además, la norma sólo afecta al 16% del HFO quemado y al 30% del HFO transportado.
No podemos permitir cinco años más de deshielo sin freno en el Polo Norte. Un gran impacto ambiental del HFO es la emisión de carbono negro, un gran contaminante tanto en el aire como en la tierra y el agua que en su combustión produce efecto invernadero, aumentando el deshielo. Lo peor de la quema de este combustible es que, además, ennegrece la superficie helada del Ártico, reduciendo su reflectividad y aumentando la absorción de más calor, produciendo a su vez un mayor calentamiento y un terrible círculo vicioso. Frenar este proceso es esencial, ya que también reduciría el riesgo para la salud humana derivado de la contaminación por partículas.
El HFO constituye alrededor del 80% del combustible marino utilizado en todo el mundo y alrededor del 75% del que transportan actualmente en el Ártico los buques de mayor tamaño. Si se derrama, supone un riesgo mayor para los ecosistemas marinos que otros combustibles, por su consistencia viscosa, que hace que no se evapore ni se disipe como el gasóleo, sino que se emulsiona y se hunde en el agua fría, mezclándose con los sedimentos del fondo marino. Este combustible derramado puede quedar atrapado en el hielo y ser empujado por el viento y las corrientes hasta ensuciar playas situadas a cientos de kilómetros. Las consecuencias pueden ser catastróficas para los habitantes y comunidades indígenas del Ártico, muchos de los cuales dependen de la captura de peces y mamíferos marinos para su subsistencia y sus necesidades nutricionales y culturales.
Existe un gran peligro de que, a medida que el hielo marino se derrita y retroceda, el tráfico marítimo en el Ártico continúe creciendo y más buques reclamen exenciones, retrasando la verdadera puesta en marcha de la prohibición. Se necesitan medidas inmediatas y más amplias para revertir el deshielo del océano. Los combustibles más limpios -y no la imposición de filtros de descarga o scrubbers- tienen que ampliarse a su uso global o, por lo menos, a todo el Ártico geográfico (a partir de los 60º N). Aplicando métodos de propulsión más limpios, estos cambios ayudarán a proteger el Polo Norte y todo el planeta del cambio climático.
En esta línea, 23 organizaciones sin ánimo de lucro entre las que se incluye ECODES, fundación que trabaja por un transporte marítimo limpio, formamos la Clean Arctic Alliance (CAA), que fue un actor esencial en el impulso de esta regulación en la OMI. La CAA trabaja con los diferentes gobiernos, sean de la ideología que sean, para proteger el Ártico. La alianza busca eliminar las emisiones de carbono negro del transporte marítimo, además de otros impactos dañinos para el medio ambiente como los scrubbers y el ruido submarino.
Proteger la fauna, flora y los habitantes del Ártico es proteger también nuestras vidas. Necesitamos cuidar de un ecosistema clave en la regulación del efecto invernadero del planeta y su biodiversidad, recordando que el planeta siempre sabe cómo adaptarse: nosotros tenemos que aprender de él.