Como codirectora del curso de este año, titulado “La mujer en la diana: Violencia contra las mujeres en zonas de conflicto”, tenía claro que era necesario contar con alguien que explicase al alumnado de dónde nace la violencia contra las mujeres en los conflictos armados, cómo esta está construida desde la cultura, desde la concepción de la vida y de la muerte, trasmitida de manera diferente a mujeres y a hombres desde hace siglos. La mejor persona para hacer esta reflexión era Ana de Miguel, la reputada filósofa feminista, y desde ese día de inicios de julio, en plena ola de calor, no puedo sino pensar en sus acertadas palabras que nos llevan hasta nuestros días.
Desde los mitos griegos hasta la guerra de Ucrania, pasando por la guerra civil y la dictadura española o los enquistados conflictos africanos, así como los conflictos internos de mis amadas tierras latinoamericanas, la mujer siempre sufre y los patrones se repiten. Ellas son el blanco de la violencia sexual, ellas son atacadas en su maternidad, robándoles a sus hijos; pero no sólo. Ellas son el trofeo, el objeto para obtener el placer y ahogar la rabia de los combatientes, ellas son ofrecidas como regalo para aquellos que llegan como salvadores.
Sin embargo, no fue hasta finales de los años 90 cuando se reconoció expresamente a las mujeres como víctimas de la guerra por los tribunales penales internacionales. Pero con la regulación no vino el descanso, no llegó la justicia ni la paz para nosotras. Pramila Patten, representante especial sobre la Violencia Sexual en los Conflictos de Naciones Unidas, denunciaba el 14 de julio que “cada nueva ola de guerra trae consigo una marea creciente de tragedia humana, incluidas nuevas oleadas de los crímenes más antiguos, silenciados y menos condenados de la guerra”. Su escalofriante pero esclarecedor informe debería ser de obligada lectura para todos aquellos que quieren construir la paz, porque un proceso que no tenga en cuenta el sufrimiento de mujeres y niñas no puede llevarnos a una paz justa y duradera. Una mirada que no incluya la perspectiva de género es una mirada errada porque el origen de estos crímenes no está sino en una cultura patriarcal que se alimenta de la premisa de que nosotras somos y debemos seguir siendo inferiores a los hombres y que se ha perpetuado a lo largo de la historia de la humanidad, como tan lúcidamente exponía Ana de Miguel, adaptándose a cada uno de los sistemas políticos, como el virus más letal, que muta para hacer más daño y hacerse más fuerte. El patriarcado es un superviviente nato y por eso es tan difícil desmontarlo.
Por este motivo, aquellas personas que vemos el sufrimiento y no podemos callar ante él estamos en la obligación de entender las causas, de denunciarlas y sólo así podremos elegir bien cómo podemos actuar. Porque la paz en los lugares más remotos es también nuestra paz, no en vano los crímenes de lesa humanidad se denominan así porque afectan a la humanidad en su conjunto. Las guerras provocan desplazamientos, y en lo que respecta a las mujeres nos demuestran como el haber conquistado derechos no nos asegura el que sean eternos.