2019 fue el momento en que el término ESG empezó a cobrar relevancia (merece la pena ver cómo ha evolucionado la búsqueda de este término en Google desde 2018) aunque todavía reinaba el escepticismo y se consideraba más una moda. Empezamos a ver cómo cada vez más entidades se adherían a iniciativas como PRI, artículos explicando conceptos, presentaciones centradas en sostenibilidad, y cada vez más relato en torno a la importancia de considerar aspectos extra financieros.
2020 consolidó la fase de expansión: el COVID ayudó a constatar las debilidades estructurales de la sociedad en torno a salud, educación, brecha digital, desigualdad salarial en servicios esenciales…. y cómo es necesario revisar la acción del ser humano en la lucha contra el cambio climático. Canalizando inversiones hacia estas problemáticas era necesario y además, rentable.
En 2021 se produjo el auge de la inversión sostenible: problemas en cadenas de suministro, saturación de servicios esenciales, COP 26…. La tesis de inversión era una realidad y los flujos no se hicieron esperar. Proliferación de fondos ilíquidos con objetivos de impacto, reclasificación de productos para adecuarlos al Plan de Finanzas Sostenibles, lanzamiento de fondos y ETFs temáticos, adhesión a compromisos Net Zero, inclusión de asuntos relacionados con sostenibilidad en Juntas de Accionistas y un largo etc.
Y llegó 2022 y con él, el frío invierno de la recesión: en febrero estalla la guerra en Ucrania y con ella llega la subida de precios energéticos, de los alimentos, se necesita armamento para legítima defensa. La renta variable y la renta fija caen al son en un movimiento no visto por los profesionales de la industria en activo; sólo se salva la energía, materias primas agrícolas, armamento y dólar. Todo ello poco amigo de la economía del propósito reinante en los últimos años. En defensa de sus propios intereses, dirigentes de varios estados americanos ponen contra las cuerdas a los mayores gestores de activos pidiéndoles un posicionamiento: o son o no son ESG. Si se decantan por ser sostenibles, que se olviden de su confianza. El cuestionamiento está sobre la mesa.
Nos encantaría decir que creemos que 2023 será un año donde todo sea más fácil, pero creemos que seguirá la senda de la recesión, si no la depresión. Es el momento de reflexión, recapitulación y de posicionarse en el lado donde cada uno quiera estar. Ya ha pasado el optimismo excesivo y se ha visto que lo que se dice se contrasta y tiene un precio. No hay respuesta buena ni mala, no hay un lado de la balanza donde sea correcto estar. Lo que sí que es necesario es que aquellos que tengan por bandera la sostenibilidad lo hagan de manera responsable, siendo conscientes de que habrá ciclos en los cuales no será rentable (no hay una inversión que no tenga periodos de rentabilidad negativa) y que habrá clientes para los cuales no sea una inversión atractiva. Pero no se puede estar en este movimiento a medias.