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El 3 de diciembre se celebra el día de la Discapacidad Intelectual (DI). Desde la Fundación Jérôme Lejeune, que lleva desde 1995 cuidando de forma integral y con base científica a personas con discapacidad intelectual de origen genético, queremos aprovechar este día para reivindicar una mayor implicación de toda la sociedad en la integración real y completa de las personas con discapacidad intelectual en todos los ámbitos de su vida: escolar, laboral, social, deportivo,…

La discapacidad intelectual es una condición que afecta no solo al cociente intelectual de una persona, sino también a su capacidad para aprender nuevas habilidades, manejarse de forma autónoma… Su prevalencia es del 1,5-2% de la población general, siendo el 85% de carácter leve. Existen múltiples causas de Discapacidad Intelectual. La mayoría de los casos se origina antes de nacer, y, de estos, los más frecuentes son de origen genético.

Como sociedad, tenemos la obligación de ofrecer a las personas con DI la posibilidad de integrarse como miembros de pleno derecho desde su nacimiento.

Los niños, según su capacidad intelectual y sus habilidades adaptativas, precisarán distintas adaptaciones en el colegio: Hay niños con una discapacidad leve que se integran en aulas normalizadas, con apoyos específicos. Otros niños se benefician de un modelo mixto (en algunas clases estarán en un aula normalizada y en otras en aulas adaptadas a sus capacidades). Otros (generalmente con una discapacidad mayor), se sentirán más cómodos en un centro específico, sobre todo a medida que se van haciendo mayores, ya que de este modo avanzan en el ámbito académico y de adquisición de sus habilidades al ritmo de los demás, compartiendo intereses similares con sus compañeros, lo que repercute positivamente en su autoestima. En este último caso, es aconsejable que los pequeños estén también en contacto con otros niños sin discapacidad intelectual en actividades extraescolares, clubs de ocio, actividades deportivas… Se trata de individualizar el modelo que mejor se adapte a cada persona, para que los niños no pierdan la motivación ni su autoestima, y consigan avanzar en la etapa escolar, graduándose en el colegio: en la actualidad, el 65% de los niños con DI no finalizan la ESO.

Es muy importante incidir en la necesidad de trabajar con todos los niños en la aceptación del “diferente”. Hay que aprender a valorar a la persona en su conjunto, no por su coeficiente intelectual, aspecto físico o habilidades sociales. Todas las personas tienen unas capacidades y valores, que hay que esforzarse en conocer. Esto se debe trabajar en casa y en el colegio, cuidar el uso del lenguaje (si usamos un término que haga alusión a la discapacidad como un insulto, enseñamos a los niños que las personas con discapacidad son de alguna manera inferiores), y tratar a los niños con discapacidad intelectual como lo que son, miembros de la comunidad, con los mismos derechos y deberes que el resto. Es en esta época donde los casos de acoso escolar crecen, al mismo tiempo que las alteraciones en la conducta emocional de estos chicos (sobre todo síntomas de ansiedad y depresión).

Una vez finalizada la etapa escolar, no se debe “colocar” a la persona en un módulo de aprendizaje sin más, es fundamental conocer bien a cada persona, cuáles son sus fortalezas y debilidades, en qué ámbitos es más hábil, qué áreas de trabajo le motivan más, y trabajar sobre ello. Es decir, fijarse en lo que son capaces de hacer, en lugar de en lo que no son capaces. Es básico contar con programas de formación variados, adaptados a las habilidades de cada alumno. Así, conseguiremos personas formadas en más ámbitos, lo que ayudará a mejorar la integración laboral de las personas con discapacidad intelectual, que actualmente se encuentra sobre el 17,5%.

En la mayoría de los casos, hablamos de un empleo con apoyo, es decir, “trabajos en un centro normalizado, con apoyos dentro y fuera del lugar de trabajo, y en condiciones de empleo similares en sueldo y trabajo a las de otro trabajador sin discapacidad”. La Ley de Integración Laboral establece que, en plantillas de más de 50 trabajadores, un 2%  debe estar compuesta por personas con discapacidad, pero siguen siendo muy pocas empresas las que cumplen esta ley. Las empresas reciben subvenciones por estos contratos. La gran mayoría de las empresas involucradas muestran unos niveles de satisfacción muy elevados con respecto a la implicación, productividad y capacidad de trabajo en equipo de sus empleados con discapacidad intelectual.

El hecho de tener un trabajo remunerado fomenta la autonomía, al facilitar vivir de forma independiente, desplazarse al lugar de trabajo... Incide también de forma positiva en el bienestar emocional de las personas con discapacidad intelectual. Como ocurre con cualquier otra persona, el hecho de vivir en una situación crónica de desempleo genera sentimientos de depresión, apatía (dejadez en el aseo, desorden de horarios, menor actividad física, con incremento de la ingesta, lo que conlleva, entre otras cosas, un aumento de la obesidad), ansiedad…

Aprovechemos este Día de la Discapacidad para reflexionar qué podemos hacer, en nuestra parcela individual, social y laboral, para integrar realmente a este colectivo.

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