El compromiso con la salud del planeta, reafirmar la alianza a favor de la acción climática es uno de los grandes objetivos con los que se está preparando la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Este encuentro llega en un momento especialmente complicado y delicado en la esfera global, con un conflicto bélico en Ucrania que está poniendo en tensión las fuerzas internacionales, un encarecimiento de las materias primas y la energía, y un escenario económico que arroja unas tasas que apuntan a una ralentización. La COP27 nos va a ayudar a volver a poner el foco en la emergencia climática, a recordar que a pesar del contexto no se puede dejar de lado el desarrollo y avance de medidas sostenibles que mitiguen el calentamiento global.
En esta concienciación medioambiental por la que abogamos y que esperamos que se ponga sobre la mesa de trabajo de los responsables que acudirán al evento, queremos pararnos a reflexionar sobre otra iniciativa promovida por Naciones Unidas, en este caso por el Programa específico que tienen para el Progreso y el Desarrollo (PNUD): el Ocean Innovation Challenge (OIC). Se trata de un reto con el que se pretende acelerar el cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 14, el establecido para la conservación sostenible de los océanos, mares y recursos marinos en general. Para ello, el OIC convoca y apoya todos aquellos proyectos públicos y privados innovadores replicables y escalables que promuevan la conservación de los océanos, mares y recursos marinos del planeta para que todos podamos aprovechar sus beneficios.
Una de las formas que tenemos para afrontar los problemas ambientales de los océanos es a través de la agricultura. Tenemos que ser conscientes de que el uso excesivo de fertilizantes de origen mineral genera anualmente 13 millones de toneladas de fósforo y nitrógeno no asimilados por los cultivos, que acaba llegando a los océanos contaminándolos. Una de las soluciones en las que se está investigando nos la proporciona precisamente la propia naturaleza, un modelo de economía circular. Se trata de emplear materia prima que nos viene del mar, las algas, que aplicamos en la tierra como bioestimulantes. Recupera una práctica que se realizaba antaño, pues hay referencias de su uso temprano en las antiguas civilizaciones griega y romana, en el siglo I.
Para que este tipo de prácticas más respetuosas con el medio ambiente se extiendan y “naturalicen” y se incorporen al día a día de los agricultores se precisa el apoyo de las administraciones con regulaciones que faciliten estos nuevos manejos en la agricultura. Limitar la cantidad de fertilizantes químicos, apostar por la biotecnología, o incentivar la agricultura regenerativa y las técnicas de estimulación orgánicas son propuestas en sintonía con el cuidado de nuestro medio ambiente, un camino seguro por el que los gobiernos nacionales y la propia Unión Europea necesitan transitar no solo con legislaciones sino también campañas de concienciación.
Además, es importante destacar que la sostenibilidad no está reñida con la rentabilidad y la competitividad. Los propios agricultores que están participando en los ensayos de Nutrialgae reduciendo la fertilización convencional y compensándola con bioestimulantes de algas marinas y microorganismos están comprobando que las cosechas ganan en productividad, un incremento de hasta un 20%, en función de las características del suelo. La alianza entre el ámbito público, y el privado (empresarios emprendedores, agricultores sobre el terreno, distribuidores, investigadores…) precisa que esté en vigor, se refuerce y vaya a más. Todos somos agentes de cambio, de esa transición sostenible.
Quiero pensar que nuestro mercado está cada vez más preparado para aceptar el reto de la sostenibilidad y responsabilizarse de la gestión sostenible del agua y la tierra. En esta cita climática nuestro país tiene que mostrar que nuestro sector agrícola está preparado para liderar el desafío ambiental.