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Tras un verano en el que los debates sobre el uso de la corbata o la temperatura de los termostatos han llenado tertulias mediáticas y sobremesas familiares, y en el que entre todos hemos fulminado la frontera entre ahorro energético y eficiencia energética -conceptos que ni tan sólo son sinónimos-, es el momento de reflexionar sobre el futuro incierto de la energía y sus impactos económico, social y medioambiental.

Por un lado, la coyuntura de guerra que nos acompañará genera incertidumbre, y por otro, el recuerdo de unos episodios meteorológicos extremos (olas de calor, granizo inesperado, etc.…) nos hacen dudar sobre si nuestros edificios están preparados para el reto. ¿O es que estamos dispuestos a que, si la situación geopolítica se prolonga, debamos renunciar a nuestro bienestar personal como parece que se nos propone?

El cambio climático no espera a los lentos, sigue acelerando y, para afrontarlo, la mejor palanca está en nuestras manos, y no depende de terceros: lograr la eficiencia energética mediante la rehabilitación de nuestras viviendas. Es la opción más coste-eficiente a largo plazo y una garantía de resultados más que probada.

Nuestras viviendas (y edificios) son responsables en Europa del 36% de las emisiones de CO2 derivadas de un consumo de energía no limpia muy similar. A pesar de que la intensidad energética del sector de la edificación ha ido disminuyendo de forma constante, las emisiones totales de los edificios siguen aumentando, siendo la climatización de las viviendas gran parte de la huella de carbono total de los hogares, y representando habitualmente una proporción mayor que la de cualquier otra fuente de emisiones, como el transporte.

La mejora de la eficiencia energética de un hogar mediante medidas de rehabilitación como el aislamiento puede, por tanto, contribuir sustancialmente a los esfuerzos de un hogar por vivir una vida más sostenible y respetuosa con el medioambiente; además de crear hogares más cómodos a un coste de funcionamiento más asequible y, potencialmente, aumentar el valor de la propiedad. Ofrece, a su vez, beneficios sociales, como son la reducción de la pobreza energética, la mejora de la salud y el bienestar, y de la educación, al tener el aislamiento propiedades que mejoran la acústica y, por tanto, la concentración. La rehabilitación de edificios también es beneficiosa para la economía; ya que crea empleos adicionales, sobre todo locales, en las PYME y actividad económica en sectores como la fabricación y la construcción.

El reciente aumento en los precios de la energía supone un aumento de las facturas para todos los consumidores y se estima que al menos 96 millones de personas en Europa corren el riesgo de sufrir pobreza y exclusión social, tanto en invierno como en la época estival. En este sentido, el principal reto al que se enfrentan los consumidores es la falta de concienciación e información de los beneficios económicos personales que supone rehabilitar su vivienda. Existe una falta de comunicación en cuanto a las facilidades que ofrecen los gobiernos y entidades privadas, como es el caso de los fondos Next Generation de la Unión Europea, que aportan subvenciones para financiar rehabilitaciones sostenibles en los hogares, y que el gran público desconoce. Según un estudio de Cambridge Econometrics, más del 50% de los ciudadanos se encuentra con barreras financieras que impiden que sus hogares sean eficientes desde el punto de vista energético, pero, paradójicamente, el 79% actuaría si tuviese el apoyo financiero.

Para abordar de manera satisfactoria el reto, es clave la rehabilitación sostenible de edificios a través del aislamiento con lana de roca, un material sostenible y duradero de origen natural, que ofrece protección contra incendios y facilita el aislamiento térmico y el confort acústico. Esto se debe a que la lana de roca soporta temperaturas superiores a 1.000oC, ahorra energía manteniendo una temperatura óptima en el interior, bloquea, absorbe o mejora los sonidos, y es un material duradero, así como reciclable una y otra vez.

El mensaje es muy claro: para tener éxito en la acción climática (y económica y social) necesitamos edificios energéticamente eficientes. Así que, ¿cómo logramos ese objetivo? El dinero no debería ser el problema. Aunque los costes de la acción climática serán siempre objeto de debate (y esperemos que también lo sean los costes de no actuar), la realidad es que hay mucho dinero disponible para rehabilitar edificios y realizar otras inversiones sostenibles. La rehabilitación en sí misma no es ciencia espacial: requiere el uso de prácticas de construcción y materiales bien conocidos, lo que supone una gran ventaja.

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