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Si queremos revertir la tendencia post-covid en lo que respecta al aumento de emisiones de CO2, no debemos pisar el freno, sino acelerar en lo que a adopción tecnológica se refiere.

En 2021 se registró a nivel mundial el mayor nivel de emisiones de CO2 de nuestra historia, con un incremento de 200 millones de toneladas con respecto al pico registrado en 2019, cuando superamos los 36 millones de toneladas de CO2. La recuperación económica post-covid ligada a un mayor uso del carbón para impulsar dicha recuperación es el principal motivo de este dramático incremento de las emisiones.

Sin embargo, el sector del transporte, que tradicionalmente ha sido uno de los tres grandes contribuidores a las emisiones de CO2, junto con la industria y las infraestructuras, todavía en 2021 ha mantenido parte de la reducción de emisiones conseguidas durante la pandemia, debido a un menor uso durante el año pasado de medios como el avión, uno de los grandes consumidores de combustibles fósiles. Esta ganancia en sostenibilidad derivada del menor uso de determinados medios de transporte es – obviamente – circunstancial, puesto que en 2021 sectores como el turístico no se habían recuperado por completo. No obstante, ¿todavía estamos a tiempo de frenar la recuperación de las emisiones causadas por los medios de transporte a nivel global? Probablemente no, y los datos que se estén gestando en 2022 sean igual de desesperanzadores para el sector transporte que los de 2021 para el resto de sectores. Sin embargo, no debemos olvidar muchas de las tendencias positivas que nacieron durante el COVID, y que no está de más recordar con ocasión de la Semana Europea de la Movilidad.

Hemos confiado durante 2020 y gran parte de 2021 en la tecnología para que nos ayudase a salvar nuestra economía y nuestra forma de vida mientras convivíamos con el COVID. Efectivamente, la movilidad más sostenible es aquella que no se produce, o mejor dicho aquella que tiende a mover conocimiento, en lugar de materia. Gracias a las tecnologías de la información, la gran mayoría de las reuniones por motivos laborales pasaron a ser virtuales, en lugar de presenciales. Pero también, gracias a la digitalización de las tecnologías productivas, se empezó a trabajar mucho más en aspectos como el mantenimiento o la supervisión de los procesos industriales en remoto, evitando desplazamientos innecesarios. Todo esto redujo sensiblemente nuestra huella de carbono. No obstante, los seres humanos somos seres esencialmente sociales y existía hambre de poder reconectar presencialmente con nuestras familias, amigos y compañeros. La reflexión que debemos hacernos en estos momentoses: ¿qué parte de la presencialidad implica esa reconexión, ese contacto humano, y qué parte es puramente operativa y podemos continuar en remoto? Muchas empresas privadas y otro tipo de entidades están haciendo esa reflexión y actuando en consecuencia, pero otra gran parte se ha volcado en el regreso a la presencialidad sin hacer dicha reflexión y, por lo tanto, sin considerar el gran impacto ambiental que la vuelta a un día a día conforme al modelo pre-covid, lleva aparejado. Una de las partes quizás más negativas de esto, además de que olvidemos las buenas lecciones sacadas de algo tan devastador como el COVID, es que el impulso de las tecnologías que nos permiten mover conocimiento en lugar de materia, y en consecuencia ser más sostenibles, se vuelva a frenar por la reducción en la demanda de las mismas.

También, cuando hablamos de frenazo tecnológico, sin duda alguna debemos mencionar la oleada legislativa en pro de la movilidad sostenible surgida principalmente en las zonas más desarrolladas de nuestro planeta como Estados Unidos o la Unión Europea y que, en ocasiones, están más cargadas de buena voluntad que de un análisis en profundidad de las posibilidades existentes y de la realidad del día a día de los ciudadanos. Nadie puede discutir, con argumentos sólidos, que las zonas de exclusión en los grandes núcleos urbanos, o la reducción de la velocidad en determinadas vías, no generen reducciones en las emisiones generadas por la movilidad de personas y mercancías. Pero el abanico de opciones tecnológicas disponible desarrolladas por grandes empresas, y en muchos casos también por pequeños emprendedores y startups locales,  que ayudan a combinar las necesidades de movilidad del día a día de los ciudadanos con la reducción de la huella de carbono, es tremendamente amplio y en muchas ocasiones el gran olvidado en el desarrollo de las nuevas regulaciones. De este modo, se está desaprovechando su potencial y restándole el alimento necesario para poder crecer, desarrollarse y contribuir va hacer más sostenible la forma en la que nos movemos.    

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