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Si bien el problema se remonta a mucho tiempo atrás, desde hace más de 50 años venimos recibiendo avisos por parte de la comunidad científica sobre el impacto de nuestra actividad económica y de nuestra forma de vida en el medio ambiente, que está provocando un cambio climático. Las señales y los efectos son ya evidentes en todo el mundo, en términos de calentamiento global, contaminación, pérdida de la biodiversidad y catástrofes naturales.Desde la década de los 70 del siglo XX, se han sucedido los encuentros multinacionales y los grandes acuerdos marco globales, como el Protocolo de Kioto, el Acuerdo de París o la Agenda 2030. Los compromisos han quedado plasmados sobre el papel, pero ¿han tenido impactos reales? ¿Estamos consiguiendo revertir el proceso de calentamiento global y evolucionar hacia modelos más sostenibles?
Creatividad colectiva y sistémica para lograr avances reales contra el cambio climático

Si nos atenemos a las aportaciones de los expertos, científicos, representantes de organizaciones especializadas y las aportaciones autocríticas -más bien, escasas- de algunos de los representes políticos reunidos en estos días en la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26), en Glasgow (Escocia), la respuesta es un rotundo no.

No solo no hemos logrado suavizar o minimizar nuestros impactos, sino que los hemos agravado. No tenemos más alternativa que pasar de los compromisos a los hechos y actuar… y hacerlo ya.

La cuestión es cómo. En la COP26 se ha incluido en muchos discursos un elemento que no es frecuente en este tipo de foros: la creatividad. Porque, una cosa está clara: si seguimos afrontando el problema e intentando solucionarlo como lo hemos hecho hasta ahora, el planeta está condenado.

Este nuevo enfoque, abre una puerta a la esperanza. El país anfitrión ha sido el primero en reconocer la necesidad de “dar un cambio al propio cambio climático”.

La cuestión ahora es, ¿dónde y cómo hay que aplicar esta creatividad para lograr esa transformación?  

Es posible plantear muchos ámbitos, formas y contextos en los que implementarla. Desde mi punto de vista, es fundamental trabajar seriamente en tres aspectos clave.

El primero de ellos, pasa por conseguir o fomentar la ‘creatividad adaptativa’. Se trata de poder pensar de manera disruptiva no solo en conseguir todo lo necesario para lograr el reto que tenemos entre manos. El enfoque debe ser ir más allá de la teoría y los cálculos científicos, para ayudarnos a orientar nuestros esfuerzos en buscar soluciones y alternativas sostenibles a lo que tenemos que eliminar, pensando, al mismo tiempo, en cómo nos vamos a adaptar cuando cambiemos todo lo que tenemos que modificar.

Reflexionar, por ejemplo, en alternativas viables al cierre de centrales de combustión de hidrocarburos, eliminar el uso de vehículos de combustión, actuar sobre las centrales térmicas, frenar la deforestación, etc. Y sí, puede que ya se esté haciendo algo en este sentido, pero, si no lo hacemos aplicando esta ‘creatividad adaptativa’ y un pensamiento de innovación holístico, podemos volver a caer en consecuencias indeseadas que no nos permitan romper con este sistema socioeconómico que hemos construido y del que, al parecer, nos cuesta tanto escapar.

Un segundo elemento, que ya está emergiendo de manera natural y con fuerza, es la ‘creatividad activista’. Se trata de un aspecto de la creatividad que es esencial para influir en la conciencia social, que lleva aplicándose durante toda la historia y que ha dado lugar a grandes cambios.

El enfoque creativo nos puede ayudar no solo a alcanzar nuevas alternativas innovadoras en el plano económico e industrial, sino, también, a idear acciones inspiradoras que nos ayuden a difundir y consolidar una concienciación medioambiental y la motivación para frenar el cambio climático. Las personas que actúan desde la ‘creatividad activista’ pueden contribuir, sin duda, a allanar y acelerar el camino hacia esa “revolución industrial verde” que mencionaba el primer ministro británico, Boris Johnson, en su intervención en la ceremonia de apertura de la Cumbre del Clima. Porque, si en algo están todos los participantes de acuerdo es en que es totalmente necesario un cambio de mentalidad en la sociedad.

Y es aquí donde llegamos al tercer aspecto, y puede que el más importante: la ‘creatividad cultural’. Hablamos de aquellos cambios que pasan por trabajar en las creencias, en los valores, en los hábitos de vida, las acciones y conductas de consumo de las personas, como parte indivisible del planeta.

A lo largo de la historia, hemos podido constatar el poder que tiene la ciudadanía para iniciar revoluciones. En estos momentos, es innegable la autoridad que tiene para influir en las tendencias de consumo y en los mercados. Y es el momento de emplear ese poder para reforzar esa idea de una “revolución verde” y conseguir ese cambio en la manera creativa de pensar, sentir y actuar que nos facilite un giro de rumbo, para no caer en una nueva “revolución industrial”, que, aunque algunos estén pintando de color esperanza, ya somos muy conscientes de a dónde nos puede llevar.

Es el momento de apostar por la ‘creatividad sistémica’ y abrazar una verdadera “revolución socioeconómica”, solvente y sostenible para ‘nosotros-planeta’.

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