La Unión Europea, que está en pleno maremoto legislativo en materia de Sostenibilidad, ha lanzado el pasado mes de julio la iniciativa Fit for 55. Que busca fijar objetivos de recorte de emisiones para 2030 en Europa.
Estas medidas vienen de la mano de la legislación de la taxonomía (criterios que han de cumplir las actividades en el ámbito europeo, ligados al medioambiente, lo social, los derechos humanos y el gobierno corporativo de las organizaciones) así como de la comunicación - reporte que se haga de los mismos. Y la financiación que las empresas puedan obtener en el mercado público, y también en el privado, dependen de cumplir y demostrar con datos verificados que cumplen con los criterios y objetivos cuantitativos fijados desde las instituciones europeas en las materias citadas.
Esto, digamos, atañe a la industria europea que tiene que cumplir para tener futuro, con estos parámetros. Y claro, si la empresa produce en este sentido…. si la oferta cumplirá estos criterios…. la demanda deberá ajustarse a los mismos.
Como ciudadanos, consumidores y clientes vamos cambiando los hábitos de consumo (o eso nos dicen, las cifras aún no dan), Hasta ahora, la verdad, nos hemos preocupado poco. Pero la Sostenibilidad va a suponer un cambio en la oferta importante, porque toca sectores estratégicos en la vida de las personas: la energía, la automoción, la movilidad, la alimentación, la financiación… aspectos estratégicos para cada familia. Decisiones que pueden costar cientos o miles de euros… Y claves para la industria que necesita recortar emisiones para 2030 y descarbonizarse para 2050. Para la empresa también urge, porque los plazos se acortan para una fenomenal reconversión 4.0 hacia la empresa europea sostenible. Y la financiación lo exige. Y sin embargo esta oferta y esta demanda no acaban de encontrarse. La oferta cumplirá los plazos, bajo riesgo de extinguirse, pero… ¿y la demanda?
Antaño únicamente los accionistas influían en el devenir de la empresa, el capital - capital. Hoy parece que el capital reputacional, el capital social, los clientes, los ciudadanos, los gobiernos tienen cada vez mayor peso en las decisiones de la misma.
Si antes del COVID-19 en las empresas hablábamos de la importancia de temas como la calidad o la digitalización, en esta época posterior lo que importa son la salud, la seguridad, la comunicación, la confianza, los nuevos modos de trabajo (teletrabajo, conciliación) y la ética empresarial. Esto es, en lo que hacemos es cada vez más importante lo que impactamos en el entorno y el cómo conseguimos los resultados empresariales.
Europa, acusada de tecnócrata con frecuencia, corre el riesgo de serlo una vez más. Consciente de haber perdido la batalla digital, la Unión Europea aboga por la Sostenibilidad como modelo de desarrollo económico que aporta futuro al planeta. Para ello, hay que bajarse de los tacones y definir políticas de protección comercial a sus empresas y de fiscalidad positiva para sus ciudadanos / consumidores. Hay que proteger y premiar al sostenible, so pena de no conseguir los objetivos por pérdida de competitividad y / o pérdida de la demanda interna. Al fin y al cabo, las otras economías de la globalización planetaria no están siendo tan exigentes en la materia. Los acuerdos internacionales le obligarían a ello, pero aún sus legislaciones están lejos de demostrar ese compromiso líquido.
En la Unión Europea los ejes que se muestran ya claros y a corto plazo son la existencia de una taxonomía financiera que premie las actividades económicas incluidas en el listado que las instituciones entiendan como “actividad sostenible “.
La Sostenibilidad (acción social hace veinte años) en las empresas empezó estando en el departamento de buenas obras… a fecha de hoy algunas empresas tienen ya las direcciones de Sostenibilidad en el área financiera. Y desde luego son claves en la innovación (de materiales, productos, diversificación…) y en la gestión de personas.
Las personas como trabajadores o consumidores somos clave en el futuro de la Sostenibilidad en Europa. Como trabajadores debemos ser más partícipes en las decisiones de la empresa (sobre todo ante una transformación - revolución industrial tan rápida e inminente) y como consecuencia en sus resultados, teniendo empresas gobernadas de forma más flexible, transparente y diversa que hasta ahora. Con la corresponsabilidad que ello conlleva para todos los partícipes. Modelos de empresa participativa e inclusiva son los que hacen falta por diferentes motivos: porque ante la transformación económica, medioambiental y social que se pretende la inclusión de todos los colectivos y personas es imprescindible. No solo por aquello de “no dejar a nadie atrás “sino porque la riqueza que aporta la diversidad es imprescindible. Por otro lado, la participación va a dar carta de naturaleza y legitimidad a una transformación de alto calibre. No se puede hacer desde arriba en una sociedad democrática como la europea.
En cuanto a consumidores, es preocupante la vulnerabilidad informativa que tenemos ante los nuevos modelos energéticos (y sus costes), los nuevos modos de movilidad, la financiación o la propia transformación alimentaria. Somos vulnerables a una publicidad, una no información masiva e interesada que nos encarezca la vida (salvo que nos premien por la compra sostenible). Y es que, para la fiscalidad, la sostenibilidad es también un reto transformador.