Podría ocurrir que se utilizaran herramientas estándar o libres en el mercado, y que, siguiendo sus procesos, se obtuviera un resultado óptimo. En ocasiones ocurre que son las propias organizaciones, que consideran que hacen bien las “cosas”, las que quieren que se les certifique, que se les verifique, como forma de reconocimiento público, como elemento diferenciador, que permita mejorar su reputación, mejorar la confianza que tiene la sociedad sobre la forma de actuar de la misma y que mejore su posición en el mercado mejorando su rentabilidad.
Al final el proceso es el mismo, pero en un caso se cuenta con una certificación, ya sea pública o privada, que proporciona una medida comprobable del desempeño de una organización que acredita de forma rigurosa su competencia y confiabilidad.
Lo que no es plausible es contar que se hacen cosas que realmente no se hacen, las malas prácticas en este sentido hacen que en ocasiones se duden de las publicaciones de parte o, dicho de otro modo, se dude de la información no certificada o contrastada por tercero independiente. Al final “siempre pagan justos por pecadores”.
Los procesos de certificación no son más que hojas de ruta, herramientas, que facilitan el desempeño excelente de las organizaciones, sobre distintas materias y que dan por resultado una fotografía de situación que permite tomar, en su caso, medidas correctoras o, de otra manera, reforzar su reconocimiento. Dotan de comparabilidad a unas organizaciones con otras y proponen, en líneas generales, procesos de mejora continua. Seguir a los mejores se refiere no solo al apartado de rentabilidad económica, sobre todo se debe comparar el desempeño social, medioambiental y de buen gobierno.
Y actualmente más si cabe, pues verifican la contribución al cumplimiento de los ODS, de la Agenda 2030, ofreciendo una información contrastada que permite establecer prioridades y formular objetivos.
Por eso lo más importante de las métricas es su capacidad de medir el impacto social como ventaja competitiva, que cada vez más es una exigencia para cualquier organización, ser coherente con el objetivo de mejorar la sociedad y el planeta tiene recompensa. Las métricas de impacto social y medioambiental son un compromiso de las organizaciones y una fuente de información muy valiosa, que permite a las mismas saber por dónde dirigir las estrategias en dirección a un cambio social positivo.