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Cuando hablamos de ética enseguida nos trasladamos al espectro de lo etéreo, de las grandes y profundas reflexiones que nos llevan a los marcos filosóficos y que nos alejan de nuestro día a día. Y esta concepción sitúa la disciplina fuera de las prioridades y urgencias de las organizaciones. Con la que está cayendo – podemos pensar – no estamos para grandes reflexiones. Este es un grave error que puede conllevar importantes costes en el futuro. Porque la gestión conlleva acción y al añadirle el atributo de “ética” enfocamos esta gestión desde la perspectiva de la integridad, la coherencia, el cuidado de nuestros equipos, la conexión con el entorno, la toma de decisiones compartida y, en definitiva, la aplicación de los valores en cada una de nuestras actuaciones cotidianas.

Lo que nos ofrece la gestión ética es el ejercicio de todas ellas de manera consciente, organizada y efectiva. Nos exige una actitud crítica racional, inquieta, que busca siempre las mejores respuestas en conexión permanente con nuestras raíces, con nuestra radicalidad más humana.

Pero para encontrar respuestas primero debemos hacernos preguntas y esta es una de las claves de una gestión ética. Porque una organización ética observa, pregunta, escucha y articula los procesos y espacios necesarios para encontrar las respuestas más adecuadas a cada situación, procurando siempre equilibrar la satisfacción de las diferentes necesidades que están en juego.

Volvamos ahora al momento actual, ese momento en el que decíamos que la gestión ética es más necesaria que nunca. Y lo es porque la extrema incertidumbre y complejidad que nos rodea nos plantea constantemente, a cada momento y de manera inesperada, incógnitas que debemos resolver. Podemos solventarlas desde la solución rápida, “apagando fuegos”, sin mirar más allá, o podemos resolverlas construyendo respuestas coherentes con nuestros valores desde el diálogo con todas las partes implicadas o afectadas por cada decisión. Porque la ética en la gestión nos lleva al diálogo, a construir con otros, incorporando todas las miradas en nuestras decisiones.

La volatilidad, la incertidumbre, la complejidad, la ambigüedad y la urgencia que caracteriza la realidad actual nos ha obligado a salir de nuestras rutinas y a replantarlo todo: estrategias, políticas, sistemas, procedimientos, prioridades. Corremos el riesgo evidente de precipitarnos y focalizarnos exclusivamente en el corto plazo, desconectándonos de las bases que fundamentan la calidad de nuestras relaciones; bases a las que está bien atender en situaciones de estabilidad y bonanza, pero que sobre todo es esencial asegurar en situaciones de crisis.

Hoy, algunas de las preguntas que como organización no debemos dejar de hacernos son, por ejemplo (y solo como ejemplo, porque la realidad de cada organización es única):

  • En la situación actual ¿estamos acompañando y cuidando a las personas y, especialmente, a las que se encuentran con más dificultades en su vida profesional y personal? ¿O ahora no es tiempo para eso? [liderazgo]
  • ¿Estamos reorientando nuestras prioridades y estrategias para adaptarnos al momento actual sin perder el rumbo? ¿O la sensación de urgencia nos tiene tan atrapados que ya nos ocuparemos de ello más adelante? [priorización y actualización estratégica]
  • ¿Estamos reservando en nuestra agenda espacios de reflexión, integrando la mirada de todas las personas para mantener el compromiso compartido en el día a día? ¿O hemos aparcado nuestro propósito hasta que salgamos de la crisis? [reflexión ética]
  • ¿Provocamos una participación real y dialogada en la toma de decisiones? ¿O estamos cayendo en la trampa de informar unidireccionalmente y dar órdenes, asociada a la sensación de urgencia? [diálogo real y toma de decisiones]
  • ¿Estamos prestando atención a la aplicación de nuestros códigos éticos y de buen gobierno en el día a día? ¿Velamos por la vivencia de las personas de la organización respecto a la coherencia con nuestros valores? ¿O consideramos que ahora no es el momento? [estrés ético]
  • ¿Gestionamos las relaciones con todos nuestros grupos de interés buscando la complicidad y la confianza? ¿O la mayoría han pasado ahora a un segundo plano? [alteridad y confianza]
  • ¿Seguimos apostando por la transformación social y la mejora continua? ¿O en los tiempos que corren bastante hacemos con asegurar nuestra supervivencia económica? [impacto y transformación]                                                                                                                                

Detrás de cada una de estas preguntas hay diferentes alternativas que nos tienen que llevar a la acción y dependerá de la respuesta que les demos que avancemos de manera alineada y coherente hacia el propósito que nos hemos marcado.

Porque la ética es acción y la acción se impulsa con herramientas concretas, con recursos que nos permiten trabajar en la resolución de los retos que se nos plantean para seguir forjando nuestro carácter colectivo, a través de todas y cada una de las actuaciones que llevamos a cabo. Herramientas y recursos para capacitar a las personas y desarrollar su talento ético, pero también herramientas, recursos y espacios organizativos que abonan el terreno para que las personas y los equipos puedan aplicarlos.

En este camino, en esta voluntad de progreso y mejora continua, necesitaremos un anclaje que nos permita resistir los embistes que nos encontramos cada día. Este anclaje son las raíces más humanas sobre las que vamos construyendo y fortaleciendo nuestra organización, todas nuestras organizaciones.

Así que ¡seamos radicales! No nos quedemos atrapados en la superficie. Acojamos la responsabilidad de seguir haciéndonos preguntas, de pararnos a pensar y no desconectar de  nuestras raíces. Es desde el fondo desde donde se consiguen los cambios de verdad para transformarnos y seguir avanzando hacia nuestro propósito compartido, aferrados a la esencia que nos hace únicas.

No tenemos excusa. Aprovechemos la oportunidad que nos brinda este ahora tan incierto y complejo que nos ha tocado vivir para dar un salto adelante hacia una sociedad más ética y, por lo tanto, más humana y sostenible.

 

José Antonio Lavado y Nekane Navarro Rodríguez

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