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Todas nuestras actividades, acciones y organizaciones crean y destruyen valor: valor económico, valor social y valor medioambiental. Hace años esto era visto como una ecuación de suma cero: para generar valor económico hay que destruir valor social y/o económico y viceversa: generar impactos sociales y ambientales positivos no era rentable. Sin embargo, de un tiempo a esta parte se ha visto que la ecuación se va convirtiendo poco a poco en una suma no nula, pues todos los valores pueden sumar de manera positiva y no necesariamente contrarrestarse unos a otros.

Efectivamente, la aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible/Agenda 2030 en septiembre de 2015 proporcionó al sector empresarial una clara hoja de ruta en un lenguaje fácilmente entendible por él. Más allá de buenos propósitos los ODS venían a cuantificar en 17 Objetivos, 169 metas y 232 indicadores una metodología para medir el impacto social y medioambiental de las empresas y por ende una nueva manera de entender la responsabilidad social corporativa que, ahora sí, entra de lleno en el core business y reta a directivos, empleados, clientes y proveedores a encontrar una nueva manera de hacer negocios sostenibles y socialmente comprometidos.

Los financiadores han empezado también a sentirse llamados a esa nueva corriente de negocios con impacto y han desarrollado nuevos vehículos de inversión que conjugan la rentabilidad financiera con el impacto (o rentabilidad) social y medioambiental. Ya no se habla tanto de filantropía empresarial como algo alejado de los negocios –primero la obtención del beneficio, luego la devolución a la sociedad- sino que se busca una inversión con intención declarada de generar rentabilidad económica sí, pero también social. Los fondos de impacto invierten con los mismos instrumentos que los convencionales (deuda, acciones de compañía, venture capital) pero además contribuyen a esos objetivos, metas e indicadores de los que hablábamos antes. Y además debe decirse así de claro en el folleto de presentación del fondo y por supuesto debe ser medible dicho impacto.

En este sentido, se suele diferenciar entre inversiones “Impact First”, que representan aproximadamente el 30% de la totalidad de la inversión de impacto mundial y en los que hay una tensión entre rentabilidad financiera e impacto social (se prioriza el impacto social) y por consiguiente ofrecen rentabilidades por debajo de mercado, consiguiendo retornar el capital con alguna pequeña rentabilidad. No dejan, pues, de ser una manera moderna de hacer filantropía. El otro 70% es “Profit First” en los que no hay ningún sacrificio en rentabilidad y riesgo respecto al mercado.

Los datos corresponden al GIIN's 2019 Annual Impact Investor Survey 2019 que además preguntó a los inversores por sus expectativas y ´mientras un 15% decía querer al menos conservar el capital invertido, un 66% respondió que esperaba un retorno según el interés del mercado. Esta misma encuesta cifró el tamaño de mercado de la inversión de impacto mundial en 502 mil millones de dólares en 2018 y estima que en 2019 se ha podido duplicar. España es todavía un mercado incipiente, con aproximadamente 100 millones de euros en activos de sus fondos de inversión de impacto, pero la entrada de gestoras de corte tradicional (Arcano, Cobas) unida a la creación de organizaciones ad hoc (La Bolsa Social, Gawa) presume un panorama muy esperanzador para la financiación del impacto social empresarial de nuestro país y por lo tanto acelerará la suma no nula de valores con la que empezábamos este artículo.-

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