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Vivimos un momento histórico que nadie habríamos podido imaginar hace tan solo unos meses. Todo se tambalea y las organizaciones se enfrentan a situaciones totalmente nuevas e inciertas. Y aunque ya comencemos a estar cansados de la llamada “nueva realidad” lo cierto es que nadie sabemos en qué se concretará, cómo será la vida en las organizaciones dentro de unos meses. Ni siquiera mañana.

Lo único cierto es, por lo tanto, la incertidumbre y ante ella son necesarios más que nunca unos liderazgos [radicalmente] responsables que permitan marcar y acompañar el nuevo rumbo que deberemos tomar.

En una conversación reciente, Cristina Monge nos hablaba de que ahora debemos ser capaces de valorar, más que nunca, los liderazgos honestos, que en estos momentos son liderazgos humildes. Humildes porque deben asumir que no tienen las respuestas, pero honestos porque están dispuestos a construirlas con todas las partes interesadas.

Porque, pase lo que pase, en las organizaciones no podemos – o no deberíamos – dejar de tomar decisiones, cada día, en todos los ámbitos. Y si no desarrollamos procesos de toma de decisiones conscientes, que velen por la integración de la ética en todas sus etapas y por la inclusión de todas las voces en su consecución, corremos el riesgo de dejarnos arrastrar por la inmediatez y el cortoplacismo que tienden a empujarnos a una toma de decisiones alejada de estos criterios.

Debemos ser conscientes de que las decisiones que tomamos configuran nuestra cultura ética, nuestro “carácter” como organización, el compromiso del equipo y también la confianza que nos legitima para actuar. Y es por ello que debemos contar con unos liderazgos, en plural, que velen por un ejercicio responsable y ético en todas las dimensiones organizativas.

Estos liderazgos, además de la humildad y honestidad que citábamos antes, deben ser capaces de incorporar, desarrollar y aplicar un conjunto de competencias que garanticen este ejercicio ético y [radicalmente] responsable:

  1. La integridad, ejerciendo el ejemplo de excelencia en ética y responsabilidad [radical] en todas nuestras acciones.

En nuestras políticas de personas hablamos de crecimiento y desarrollo, de cuidar a nuestras personas, pero ¿estamos siendo capaces de acompañarlas en las dificultades derivadas de la conciliación de la vida laboral y personal en esta situación? ¿somos, realmente, flexibles en la construcción de la propia carrera profesional de cada persona en nuestra organización?

  1. La coherencia entre [lo que decimos] y [lo que hacemos], siempre, sin excepción.

Tenemos códigos, valores, propósitos escritos, pero ¿tenemos herramientas para aterrizarlos en el día a día? ¿medimos y gestionamos el estrés ético que puede derivar de una vivencia de poca coherencia entre nuestros valores y el día a día corporativo?

  1. La alteridad, desde el cuidado de [el otro] como esencia de la confianza en las relaciones.

Seguramente hemos identificado a nuestros grupos de interés, pero ¿gestionamos, realmente, la relación con ellos para construir una base de confianza que nos permita avanzar en una gestión responsable? ¿escuchamos, de verdad, lo que tienen que decirnos o simplemente articulamos mecanismos de consulta que no impactan en nuestras decisiones? ¿tenemos en cuenta a las partes más vulnerables?

  1. La transformación, orientando nuestra acción a la creación y captura del impacto ético.

Implementamos complejos sistemas de indicadores para medir los resultados de nuestra actividad, pero ¿tenemos en cuenta si estos resultados generan cambios ciertos? ¿estamos consiguiendo un impacto transformador coherente con nuestro propósito? ¿gestionamos dicho impacto?

  1. Y el diálogo: la base que fundamenta la toma de decisiones.

Muchas veces presumimos de que tenemos en cuenta a las diferentes personas de la organización cuando tomamos decisiones, pero ¿establecemos procesos de diálogo transparentes y sinceros en estos procesos? ¿incorporamos métodos que integran la perspectiva ética en la construcción conjunta de soluciones ante los conflictos a los que se enfrenta la organización?

El liderazgo y la toma de decisiones son dos caras de una misma moneda y al introducir la ética en nuestros procesos de toma de decisiones estamos reduciendo el estrés ético, impulsando a través de la acción nuestro propósito [lo que queremos ser], aumentando de forma radical la coherencia y legitimando el ejercicio de nuestros liderazgos.

Disponer de una cultura ética arraigada, sabernos alineados con unos valores compartidos, puede suponer una garantía de coherencia con el propósito de la organización: una demanda cada vez más evidente por parte de la sociedad y una necesidad de las organizaciones que quieran aprovechar este momento para avanzar en la gestión ética y responsable.

La crisis provocada por la Covid-19 está suponiendo, y supondrá, profundas transformaciones en el mundo organizativo. De repente, nos hemos dado cuenta de que somos, todos, humanos. Somos más conscientes que nunca de que tenemos que cuidarnos los unos a los otros y, para ello, resulta imprescindible contar con unos liderazgos que nos acompañen en este camino. Solo si somos conscientes de ello y obramos en consecuencia todo esto, al menos, habrá servido de algo.

 www.beethik.com

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