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“Tengo tanto miedo de que pase algo como de que todo siga igual” nos dijo El Roto en una viñeta que mostraba a un ser humano encerrado entre muros, atrapado por las circunstancias, dominado por la incertidumbre, angustiado...

La gran paradoja de la crisis del coronavirus es que la pandemia vino de China y -eso parece- también la solución y, previo pago de su importe, la ayuda para solucionar la crisis también llegará desde allí en forma de mascarillas, respiradores, material de protección, test y vacunas. Durante decenios Occidente dejó en las manos de Oriente la fabricación de todo lo que puede fabricarse, y aún más. Y la cosa iba bien porque el precio era barato. Occidente, ha escrito Alfonso Pajuelo, “se quitó el riesgo de encima” y, con enorme cinismo, predicabamos sobre Sostenibilidad y Responsabilidad Social mientras ocurrían tragedias como las del Rana Plaza en Blangladesh, y hacíamos la vista gorda sobre derechos humanos y laborales, trabajo precario, falta de democracia y ausencia de libertad en los paises que nos nutrían de cuanto les encargábamos. Así era, y así es, la  globalización que hemos construido entre todos; un movimiento inevitable que, más allá de sus ventajas, se olvida de principios y valores esenciales y, de paso, acepta que se hayan instalado entre nosotros, como lo mas natural del mundo, la corrupción y la hiriente desigualdad que puede destruir la democracia. Por si faltara algo, las enseñanzas de las escuelas de negocio se plasmaron en las decisiones de lideres que nunca debieron serlo pero que se hicieron ricos, y globalizaron tanto y hasta tal punto que se olvidaron de que no hay que poner todos los huevos en la misma cesta, una eficaz y sabia receta de nuestras abuelas. Y, entre todos, implantamos un estilo de vida que nos resulta natural y cercano, pero que es fruto tan solo de hace treinta años. Desde los ochenta, cuando el capital se volvió impaciente, equivocadamente hicimos virtud del beneficio material, y así nos fue...

Y, además, como el dinero se convirtió en un fin en si mismo, muchos dirigentes, y otros que no lo eran, se creyeron modernos semidioses redivivos que eran capaces de cualquier cosa y, poco a poco, los seres humanos nos perdimos el respeto a nosotros mismos y nos olvidamos de cumplir nuestros compromisos, una exigencia que siempre va unida al derecho y al deber del hombre de ser responsable (Faulkner), a la necesidad de ser responsables si queremos permanecer libres,

La crisis financiera que se inicio en 2007 nos enseño lo mal que hacíamos algunas cosas, pero no aprendimos nada. La recesión nos trajo recortes salvajes y mas desigualdad, y los ricos se hicieron mas ricos y, por vez primera en la historia, un empleo no era la garantía para salir del riesgo de pobreza, y las sucesivas crisis de los refugiados destaparon lo que Francisco llamó la “globalización de la indiferencia” porque, en el fondo, nos importaba poco lo que ocurría un poco mas allá de nuestro circulo mas intimo o de nuestros intereses económicos, y veintiséis personas/familias pudieron atesorar mas dinero que tres mil seiscientos millones de seres humanos, según constató un informe de Intermon Oxfam. Dice Nuccio Ordine que la política neoliberal ha descuidado los dos pilares de la dignidad humana: educacion y salud. Los políticos, que nunca piensan en las generaciones venideras sino en las próximas elecciones, ignoraban que los paises ricos lo son porque supieron invertir en Educacion y en bienestar común; muchos otros paises, con dirigentes ineptos, esperan a ser ricos para hacerlo...

Y una Europa insolidaria que lucha cada día por su destrucción, y buena parte de los paises del primer mundo, a pesar de las enseñanzas de la crisis económica, no hicieron nada para cambiar y se negaron a repensar las bases de un mundo mejor, a seguir avanzando y a perseguir la utopía que, como escribió Galeano, esta en el horizonte... Los humanos, y no solo  nuestros dirigentes, creímos que, tras vencer una crisis, éramos merecedores, como Belerofonte,  de subir al Olimpo a lomos de Pegaso, el caballo alado. Y olvidamos que fue Zeus, el padre de todos los dioses, quien para castigar el orgullo de Belerofonte, envió un tábano que encabritó a Pegaso y dio con Belerofonte en tierra donde, tullido y ciego, vagó hasta el resto de sus dias como el humano mortal que siempre fue.

La epidemia del COVID-19 (nuestro mitológico tábano del siglo XXI) nos ha demostrado -por humanos- lo frágiles, débiles y vulnerables que somos. Hace falta, dice Adela Cortina, que los “brotes de solidaridad” que han nacido por el coronavirus se consoliden y fructifiquen para saber como actuaremos cuando no haya una amenaza constante, y para “construir el futuro”, para poder seguir adelante necesitaremos todo la “capacidad moral” y el “capital ético” de cada uno.

Deberíamos ser conscientes de que nos encontramos en uno de esos instantes que son “vierteaguas de la historia”: probablemente nada será igual después de esta crisis universal, de esta pandemia que causará miles y miles de muertos, recesión económica y el intenso dolor de las ausencias. Gracias a estar confinados hemos descubierto la importancia del otro en nuestras vidas: de nuestras familias, de los vecinos, de los que con riesgo y desprendimiento sin limites han trabajado para curarnos, de los que nos han surtido de artículos de primera necesidad, de cuantos solidariamente se han puesto a disposición de los demás ayudando en lo que fuere menester. La ciudadanía está comportándose ejemplarmente. Y nos hemos dado cuenta también de que no siempre tenemos los lideres que merecemos, ni dirigentes capaces; pero también nos hemos dado cuenta, con Ernesto Sábato, de que la mejor forma de contribuir al cambio es no resignarse, y por ese cambio deberíamos trabajar, sabedores -como nos contó Albert Camús- de que “la verdadera generosidad con el porvenir consiste en darlo todo en el presente”. Gracias si así lo hacemos.

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