“¿Cómo se atreven?”, preguntaba Greta Thunberg con lágrimas en los ojos el pasado 23 de septiembre, en la Cumbre sobre Acción Climática de Naciones Unidas. En un intento de impulsar la lucha contra el cambio climático, el Secretario General Guterres había inaugurado el encuentro proponiendo a los gobiernos recortar las emisiones un 45% en 2030 y lograr la neutralidad en carbono en el 2050, todo con el objetivo de que el aumento medio de temperaturas no supere 1,5 grados a finales de siglo.
La reunión evidenció cierta falta de liderazgo político, especialmente por parte de EE.UU., China e India, tres países que suponen la mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI). Un sentimiento extendido es que se ha pasado de un enfrentamiento entre estados más o menos desarrollados (a cuenta de la financiación de las iniciativas), a otro entre aquellos que asumen el consenso científico y los que mantienen algún tipo de reservas.
Todos recordamos la controvertida intervención de Greta; impactante, indignada, elevando el tono en la llamada a la responsabilidad de los líderes políticos y empresariales. Ella es una más de los miles de jóvenes que a lo largo de la Semana del Clima participaron en los 5.000 actos de protesta convocados por todo el mundo, culminando el día 27 de septiembre con la primera huelga mundial por el clima.
Sin embargo, me gustaría detenerme en un informe que se presentó esa semana y que quizás no haya tenido toda la atención mediática que se merecía. Me refiero a “Completando el cuadro: cómo la economía circular aborda el cambio climático”, elaborado por la Fundación Ellen MacArthur en colaboración con la consultora Material Economics (disponible en inglés aquí).
En esencia, la publicación recuerda que la transición -imprescindible- hacia energías renovables permitirá reducir las emisiones hasta un 55% en 2050; el 45% restante están causadas por la forma en que fabricamos y usamos los productos, por cómo procesamos los alimentos y gestionamos las tierras de cultivo. Según los autores, la aplicación de la economía circular a cinco sectores (cemento, plásticos, aluminio, acero y alimentación) permitiría reducir ese 45% a la mitad, eliminando 9,3 millardos de toneladas de CO2 (el equivalente a las emisiones mundiales del transporte). Para reducir la otra mitad serían necesarios cambios en los hábitos alimenticios, la aplicación de nuevas tecnologías y la captura y almacenamiento de carbono.
Esto es así porque los tres principios en que se basa la economía circular permiten transformar la manera en que fabricamos y usamos las cosas, y con ello reducir las externalidades ambientales negativas como es el caso del cambio climático:
Este nuevo paradigma permitirá no sólo reducir las emisiones, sino también mejorar la resiliencia ante los efectos del cambio climático (por ejemplo la agricultura regenerativa potencia la adaptabilidad de los suelos ante sequias o inundaciones) y avanzar en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, fundamentalmente el ODS 12 “Modalidades de consumo y producción sostenibles”.
Volviendo a la pasada Cumbre del Clima, finalmente fueron 65 los países que se comprometieron con la neutralidad de carbono en 2050; 70 anunciaron que redoblarán los esfuerzos en sus planes de acción nacionales, y más de 100 líderes empresariales propusieron adoptar acciones concretas. A buen seguro se sumarán más en los próximos meses porque, cómo nos recordaba la adolescente sueca, “los ojos de las generaciones futuras nos miran”.