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Estoy enfadado, como dice mi nieto Luis que, con tres años, sabe expresar claramente sus sentimientos y sus estados de animo. Muy enfadado, pero no solo por el quehacer de nuestros políticos (o de los políticos en general, reconvertidos casi siempre en un mal endémico), sino por las cosas que pasan y que no resuelven/resolvemos casi nunca, y el enfado persiste a pesar de que cuando transitamos por el otoño de nuestra vida somos mas benévolos con los errores de nuestros semejantes, pero lo que sucede en determinados ámbitos tiene difícil explicación y no puede justificarse por mucho que lo intentemos.

Veamos algún ejemplo de cosas que ocurren: dicen los periódicos (diario ABC de 11 de septiembre) que “España cuenta con la tasa mas alta de Europa de ludópatas entre 14 y 21 años”, y que si hace algunos años el perfil del adicto al juego era un hombre casado entre los 35 y los 45 años, hoy los que solicitan ayuda para abandonar el juego son jóvenes de entre 18 y 25 años. Deberíamos recordar que, en relación con las apuestas y los juegos de azar, en España solo se puede jugar si se han cumplido los 18 años. Pero parece que, una vez más, hecha la ley hecha la trampa: desde que se reguló el juego on line ( año 2011) se han multiplicado hasta el extremo los anuncios sobre apuestas en medios de comunicación y redes sociales, y el “aumento de reclamos, como bonos de bienvenida, promociones o anuncios es muy relevante en grupos mas vulnerables, como los jóvenes y adolescentes”, un grupo de población muy familiarizado con el uso de las tecnologías y, por tanto, expuesto masivamente al juego. Hoy es posible apostar on line prácticamente desde cualquier lugar, para cualesquiera competición deportiva y con los escenarios/resultados más peregrinos. Basta con ver la TV unos minutos para sentir una inmensa vergüenza y una impotencia brutal. ¿Y que hace la Administración, además de considerar el juego desde una perspectiva recaudatoria?: Nada de nada. En España juega de manera patológica hasta el 1 por ciento de la población, es decir, más de 400 mil personas, que “comparten” su adicción sin sustancias y los problemas consecuentes con familia y amigos lo que supone, según la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados (Fejar), un 2.5 por ciento de la población, más de un millón de personas.

Mas curioso resulta que casas de apuestas patrocinen con su nombre a equipos de fútbol o de cualquier otro deporte, incidiendo en los aficionados o seguidores y atrayéndolos hacia el juego, que es legal, claro, pero que sin medidas preventivas entre los mas jóvenes puede convertirse en un problema de salud pública. Incluso hay empresas que se dedican al juego que (supongo que para “lavar” su imagen) patrocinan todo tipo de eventos y, a cambio de una jugosa cuota, se convierten en “socios protectores” de asociaciones de Responsabilidad Social que deberían velar por la formación y el desarrollo de sus socios en lugar de “legitimar” una actividad, el juego, que por muy legal que pueda ser está lejos del exigible compromiso que tenemos como ciudadanos y, como decía Faulkner, “de la necesidad de ser responsables si queremos permanecer libres”. El juego, como cualquier otra adicción nos puede
transformar en esclavos... 

En el Diccionario de la Academia, la palabra miserable se recoge como “ruin o canalla”, pero también como “desdichado, abatido o infeliz”, acepciones que no quiero utilizar para referirme al juego, a los adictos compulsivos y a las empresas que se dedican a tal menester: Prefiero escribir “miserabilis”, palabra latina que significa “digno de compasión”.

Juan Jose Almagro
Septiembre de 2019

 

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OpiniónEmpresasazar

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