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En tiempos post/pre electorales, vaya usted a saber donde estamos, los políticos deberían conocer que hay que trabajar y esforzarse para conseguir un futuro cabal y decente, pero ignoran, como escribió Albert Camus, que "la verdadera generosidad con el porvenir consiste en darlo todo en el presente". No esta ocurriendo así.

Si una persona, por ejemplo, toma la voluntaria y libre decisión de ser político, dirigente empresarial/sindical o mandamás de lo que sea, debe conocer que su primera obligación es la de -honestamente- respetarse a si mismo. Eso supone conocerse, no engañarse, no engañar y averiguar que virtudes le adornan y los defectos que pueden lastrar sus futuras actuaciones. Y ese debe ser su principal anhelo porque solo si te respetas sabrás respetar a los demás, pero desafortunadamente no siempre es así: abundan los jefes y jefas narcisos cuyo único mérito es creer que lo saben todo, y que son los mas altos, los mas guapos, los mas rubios y los que tienen los ojos mas verdes. Aunque pueda tener éxitos parciales, el directivo narciso no nos interesa porque, inevitablemente, es un imbecil. Pero el jefe que no toma decisiones es mas peligroso si cabe. En el mundo actual, instalado en las redes sociales y en la inmediatez, las estrategias -propuestas globales- y los planes de actuación deben desarrollarse con rapidez, criterio y rigor, y las respuestas tienen que ser contundentes, con sentido común para que puedan ejecutarse en un lapso de tiempo breve, muy breve. La incertidumbre genera desconfianza siempre y el jefe que duda, el que no sabe delegar, el que actúa tarde, mal y a destiempo, o nunca, tiene el fracaso garantizado y un porvenir profesional muy corto. Claro que todo lo anterior es teoría, o una ensoñación reflexiva sin demasiado futuro. Muchos de esos jefes (deslenguados e hirientes, incompetentes, incapaces y golfos) han demostrado con su reciente actuar que en nuestro país la realidad supera casi siempre a la ficción y que, para ellos, aquello de que el  mejor tratado de moral es siempre un tratado práctico, aunque lo dijese Aristoteles, es una estupidez.

Un dirigente, cualquier mandamás, tiene el sagrado deber de dar cuenta no solo de lo que hace sino de como lo hace porque en muchas ocasiones ("non quo sed quomodo") el como importa tanto como el qué... Y eso implica, naturalmente, dimitir o ser cesado o apartarse, verbos que, a pesar de las numerosas oportunidades que se ofrecen, habitualmente no se conjugan en España, menos aun entre los políticos. De incompetencia, claro, ni hablamos. Uno tiene la impresión de que muchos dirigentes -políticos o empresariales, tanto da- consideran una humillación decir lo que están haciendo y como lo hacen, convencidos de que esa tarea no es obligación suya. Olvidan que, ademas de solucionar los problemas que preocupan a los ciudadanos, rendir cuentas es, ademas de una exigencia, una prueba de respeto y gratitud por la representatividad, publica o privada, que se ostenta.

“Antonio el Colorao” es la frase que puede leerse en la visera del refulgente, moderno y atractivo camión que Antonio, su propietario, conduce por toda Europa luciendo una rotunda y orgullosa afirmación de identidad, un “aquí estoy yo porque he venido”, un canto al esfuerzo diario, a la decencia en el trabajo, al compromiso sin fronteras, como ya se recoge en “El Quijote” y decía Sancho: “Yo apostaré que antes de mucho tiempo no ha de haber bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero, donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas” (cap.71, II parte). Hablan don Quijote y Sancho de “pintar la historia”, su propia historia, en bodegones, ventas y mesones, los genuinos espacios de la comunicación gráfica popular cuando principiaba el siglo XVII y pintar una historia era, probablemente, más eficaz que escribirla. En el siglo XXI, con solo tres palabras Antonio ha rotulado la suya en el frontispicio de su hermoso camión. Le pregunto si toma vacaciones y me contesta, alzando la cabeza, que un “colorao” no descansa hasta que no termina su tarea, y concluye: “A ver si aprenden los políticos”.

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Opiniónpolíticos

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