Más de 20 años han pasado desde que el explorador polar español Ramón Larramendi comenzó a pergeñar un proyecto único, sin imaginar entonces el potencial que podría tener para la ciencia a nivel global: el Trineo de Viento. Es probable que hayan escuchado hablar de este vehículo movido por gigantescas cometas que es capaz de recorrer miles de kilómetros, arrastrando toneladas de peso, por los desiertos de hielo de la Antártida y Groenlandia.

Es probable porque el equipo del Trineo de Viento (WindSled, en inglés) ya lleva recorridos más de 30.000 kilómetros en una decena de expediciones que han salido en los últimos años en todas las televisiones, radios o periódicos, nacionales pero también en medios extranjeros, como National Geographic, BBC o Russian Today.

Hoy, el Trineo de Viento es el único vehículo polar del mundo cero emisiones capaz de funcionar como una plataforma científica –si, hay intentos de vehículos eléctricos, pero para cortos recorridos y muy costosos- y también el único que puede permitir a España convertirse en una potencia científica en el interior continental de la parte más desconocida de la Antártida o el interior de Groenalndia, gracias a que su coste es infinitamente menor que cualquier otra alternativa. 

En pocas palabras, consiste en una plataforma realizada con rieles y travesaños de madera atados con cuerdas y organizada en un convoy de dos, tres o cuatro módulos, de entre 9 y 13 metros de largo, que es totalmente articulada, lo que permite su adaptación a las protuberancias que el viento diseña en los territorios polares. En la parte delantera, los pilotos llevan unos mandos que conectan con una cometa, que puede ser de hasta 150 metros cuadrados, situada a unos 200 metros de distancia. Este ‘motor de tela’ va aprovechando los fuertes vientos polares que Larramendi ha sabido aprovechar para transportar peso de forma eficiente, sostenible y además eficaz: en todos estos años no ha tenido ni un solo incidente importante en ninguna de las travesías.

Si en un principio, el explorador comenzó pensando en la aventura  y la exploración, hoy el Trineo de Viento tiene un incuestionable valor científico. La última expedición Antártida Inexplorada 2018-2019, con la que un equipo de cuatro personas (Larramendi, Ignacio Oficialdegui, Manuel Olivera e Hilo Moreno) han recorrido 2.538 kilómetros en 52 días, ha puesto de manifiesto que sus posibilidades para la investigación son innumerables. Al reto que siempre es culminar una aventura de este tipo, se sumaba en este caso que llevaban en el equipaje 10 proyectos científicos punteros a nivel nacional e internacional. 

Los expedicionarios soportaron temperatura de 40º bajo cero, encontraron una base científica americana con medio siglo de historia enterrada en el hielo, lograron ascender unos 1.000 metros del domo Fuji antártico en la zona con menos viento del continente, pelearon con la contaminación del escaso combustible que llevaban para guisar y derretir hielo….  Pero lo lograron. Y no dejaron de trabajar perforando el hielo y recogiendo muestras del hielo y del aire en busca de contaminantes o microorganismos, detectando señales de satélites espaciales y tomando datos de temperatura y humedad del aire. Nadie nunca ha hecho nada igual.

Entre la instituciones colaboradoras, ni más ni menos que la Agencia Espacial Europea, que ha utilizado el Trineo de Viento para comprobar cómo funciona el sistema de posicionamiento Galileo en latitudes donde no habían llegado nunca y que ya ha anunciado que quiere seguir colaborando con el proyecto. Y también investigadores de prestigio internacional, como Paul Mayewski, de la Universidad de Maine (EEUU), un referente de la ciencia polar global, pionero a su vez en expediciones por los hielos desde hace 50 años para estudiar el cambio climático. Sin olvidar a los científicos españoles, algunos con responsabilidades en el Comité Polar, que creen en sus posibilidades para para monitorizar, analizar y en definitiva, conocer sobre el terreno qué está pasando en los polos. Y no es algo baladí: de lo que ocurra allí depende el aumento del nivel de los océanos, el cambio de las corrientes oceánicas y el aumento de fenómenos climáticos extremos. Quizás por ello, las giras de Larramendi por universidades americanas (Berkeley, Maine, Wisconsin…), brasileñas y noruegas, son siempre un éxito. 

Es evidente que en los polos hay que estar, pero hacerlo sin contaminar es un valor añadido, como reconocía la prestigiosa revista Natureen un artículo donde hablaba del eco-vehículo de las cometas.  Es una oportunidad hacerlo gracias a una alternativa que podemos ofrecer desde España y sin la que de otro modo no podríamos aspirar a estar, como quedó de manifiesto en el 1º Simposio Científico del Trineo de Viento realizado en junio en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que reunió a unos 30 investigadores interesados en que tenga futuro.

La cuestión es que la financiación tanto de las expediciones como del propio desarrollo del Trineo de Viento y de su equipo ha sido prácticamente privada, aunque la ciencia haya sido pública, a través de patrocinios y crowdfunding ciudadanos. Todo conseguido gracias a un sobreesfuerzo del equipo del proyecto, cuyos resultados no se corresponden con los millones de euros en impactos mediáticos conseguidos en estos años. Y unos patrocinios que han apoyado algunas de las expediciones, pero que no se mantienen en el tiempo para que siga creciendo en sus múltiples posibilidades. 

No quiero dejar de mencionar la impresionante capacidad educativa y divulgativa de la ciencia que aporta el Trineo de Viento. Muchos colegios de toda España ya siguieron su última aventura científica antártica día a día, aprovechando para aprender sobre cambio climático, geología, tecnología espacial o contaminantes que vuelan hasta los hielos. Las conferencias ‘colapsan’ de ‘overbooking’. 

Esa es una faceta del Trineo de Viento por explorar para quienes apuestan por una Responsabilidad Social Corporativa exitosa que relacione una marca con la educación en un desarrollo sostenible para el medio ambiente;  la innovación que aúna el futuro (energías renovables) con la sabiduría de la tradición (en este caso, inuit);  y la aventura de explorar lo desconocido con un nuevo logro de un español, siguiendo la senda de esa capacidad que tenemos de hacer de cosas sencillas grandes inventos parara la Humanidad y explorando nuevos territorios.

El Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, tras presentarle los resultados de la expedición Antártida Inexplorada a Pedro Duque, estudia ya cómo encajar el Trineo de Viento en su esclerótica y burocrática estructura,  siempre con presupuestos ya bajo mínimos. Saben que no pueden ‘desvestir a un santo para vestir a otro’ y que ‘hay lo que hay’. Pero también existe el convencimiento de que abre innovadoras posibilidades de colaboración polar internacional. Una nueva vía para situar a España como pionera en la exploración, en este caso polar. 

Todo indica que si no se quiere desaprovechar esta oportunidad, no sólo de hacer ciencia sino de divulgarla, no sólo de ser pioneros en unos de los lugares más atractivos y fascinantes de la Tierra, sino de crecer, el futuro pasa por encontrar una colaboración pública y privada para que este invento español tenga el futuro que le corresponde, tanto en su faceta científica y expedicionaria como en la divulgativa y educativa. La RSC empresarial española tiene una oportunidad abierta. 

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