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En épocas electorales, los ciudadanos deberíamos cobrar con cargo a las arcas públicas un plus por nuestra paciencia...

"Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: ´Mañana va a llover´. Y llovía." Así principia un hermoso y breve cuento de Benedetti titulado “Los bomberos” al que regreso periódicamente cuando padecemos aburridos procesos electorales y -“fakes” aparte- las redes nos intoxican, los medios nos inundan con encuestas manipuladas con posibles o imposibles resultados, aguantamos a los candidatos sus promesas mentirosas, con o sin debates, y soportamos estoicamente a los opinadores profesionales, todólogos que saben de cualquier cosa y se equivocan un día si y otro también, y aquí no ha pasado nada, aunque todo (la convivencia incluida) se degrade un poco más. En épocas electorales, los ciudadanos deberíamos cobrar con cargo a las arcas públicas un plus por nuestra paciencia...

Vivimos tiempos en los que, como el que no quiere la cosa y es sabido, la corrupción y la desigualdad se han instalado entre nosotros y no parece que quieran irse porque, equivocadamente, todos aceptamos esas lacras como lo mas natural del mundo y hacemos muy poco para erradicarlas. Hoy, los humanos solo tenemos certeza de la propia incertidumbre, y tampoco. Somos tan vulnerables que, como ha dicho Isabel Lopez Triana, “la normalización de la incertidumbre acentúa la crisis de la confianza”. Salvo la que muchos depositan en los “influencers” (la mayoría mercenarios muy bien pagados por las marcas) que han anulado a los referentes, a los ejemplos. Cierto que restan pocas personas en las que mirarnos, pero muchos trabajamos por recuperar la sabia y latina conseja: “Es menester escoger y tener siempre ante nuestros ojos a algún hombre virtuoso, a fin de vivir como si nos viere y de obrar como si nos contemplase.” Dados los antecedentes que arrastramos, por favor, no pensemos en los políticos.

También son dias, o años, vaya usted a saber, en los que prima el deseo irrefrenable de éxito frente al trabajo y el esfuerzo para conseguir la excelencia. Es decir, se prefiere y se busca, no importa como, el brillo refulgente y no la luz que ilumina, olvidando lo que Séneca le decia a Lucilio: “...la luz tiene un origen bien determinado en si misma mientras que el resplandor brilla con claridad prestada”.

Lo difícil no es tener exito. Como escribio Albert Camus, lo difícil es merecerlo. Y, aunque lo merezcamos, su semejanza con el mérito engaña a hombres y mujeres. Al fin y al cabo, el exito no es mas que el resultado, bueno o malo, de una empresa o de una acción, y normalmente es pasajero. Sin huir del éxito, ni buscarlo a toda costa, deberíamos trabajar por la excelencia que, señores mandamases, no es mas que la virtud de excelente, del “arete” griego, la “virtu” romana libre de moralina, la virtud del Renacimiento. Cumplir responsablemente con nuestro deber, el deber de ser responsables si queremos permenecer libres, como decía Faulkner; sobresalir en nuestro comportamiento ético y en nuestro compromiso, con coherencia y haciendo verdad cuanto dijimos.

El futuro se construye hablando menos y trabajando mas, porque no he dicho que Olegario, el protagonista del cuento de Benedetti, gozaba entre sus amigos de una admiración sin limites. Tanta que, sin mover un dedo, guardaron un respetuoso y afable silencio cuando Olegario vio pasar a los bomberos y dijo: "Es casi seguro que mi casa se este quemando". Y así ocurrió.

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