La Organización Mundial de la Salud define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. La salud es responsabilidad, en mayor o menor medida de todos los agentes que intervienen en la prevención de enfermedades, en la investigación de nuevos fármacos y dispositivos, en la asistencia sanitaria, etc., en definitiva, de la Administración Pública, empresas de salud, institutos o centros de investigación, organizaciones de pacientes y de los propios pacientes o ciudadanos con necesidades de salud.
En España del 2010 al 2016 hemos visto como de forma progresiva se ha ido reduciendo el gasto público en salud per cápita (de 1566€ a 1538€) y es en 2017 cuando se ha vuelto a situar al nivel de 2009 (1565€/cápita)[2]. Las políticas de restricciones económicas, sin duda, afectaron a la Sanidad.
Soy de las que piensan que el gasto per cápita no explica si la Sanidad es mejor o peor. Decir lo contrario es instaurarse en la crítica fácil. Podemos ser más eficientes gastando menos, invirtiendo mejor. Ahora que se debate sobre el “dejar de hacer[3]” como una de claves para optimizar el Sistema Nacional de Salud (SNS), resulta imprescindible medir para concretar qué podemos “dejar de hacer” para ser más eficientes, siempre con la vista puesta en la mejora de la salud de la ciudadanía y bajo la premisa de la sostenibilidad del Sistema.
¿Y si le preguntamos a los usuarios del Sistema Sanitario, a los pacientes, cómo medirían su salud? Los que afortunadamente no tenemos (aún) una enfermedad crónica diríamos casi con toda seguridad que mediante la ausencia de enfermedad. Los que desafortunadamente han sido diagnosticados de una enfermedad crónica (que son aquellos que más recursos consumen del Sistema Sanitario), por el momento incurable, cambiarían este indicador por el de mayor bienestar o calidad de vida.
Las organizaciones de pacientes se han convertido desde hace años en un agente más del Sistema Sanitario y Social, representan los intereses de las personas que agrupan, pero también trabajan por el conjunto de ciudadanos que utilizamos el Sistema Sanitario Público. Son conocedores de las necesidades reales de las personas que viven con una enfermedad crónica y desde hace algunos años empiezan a ser consultadas -aún con bajo impacto-, por otros agentes para la toma de decisiones. Pero, ¿cuánto contribuyen a mejorar la salud o la calidad de vida de los pacientes? Aquí introduzco el concepto de valor social. Tenemos que dejar de hablar de costes para hablar de valor. Moneticemos o no el valor, es importante identificarlo y comunicarlo.
Fundaciones y asociaciones del ámbito de la salud siempre han ejercido un rol complementario al de la Administración Pública, garante de nuestra salud. Son generadores de conocimiento, canal de información, catalizadores sociales, prestadores de servicios no incluidos o insuficientes en la cartera pública del SNS o Social o incluso ya levantadores de fondos para la investigación científica. ¿Cómo se concreta todo este valor social, qué impacto social generan?
Existen diferentes herramientas (para estas organizaciones me decanto por SROI) que nos ayudan a identificar, medir y comunicar el valor y el impacto social, pero muy pocas organizaciones han dado el salto. No hacerlo, en una sociedad en la que la tecnología parece ocupar a pasos de gigante el espacio de encuentro que ofrecen las organizaciones, donde ciudadanos anónimos logran miles de firmas en plataformas tecnológicas, donde la información (buena y mala) se encuentra fácilmente en Internet, es dejar pasar el tren y quedarnos sentados esperando en la estación.
Identificar el valor social que generamos es parar a reflexionar sobre qué queremos cambiar, si tenemos que seguir haciendo lo mismo o debemos adaptarnos a los cambios que están a nuestro alrededor. Y si sabemos qué queremos cambiar, planificar cómo hacerlo, centrándonos en lo que realmente importante, “dejando de hacer” y poner los recursos solo en lo que realmente importa. La mejora de la salud y la calidad de vida de las personas.
ESIMPACT es la asociación española para la medición y gestión del impacto social. Su propósito es la difusión y generación de conocimiento sobre la medición y gestión del impacto social tanto en la esfera pública como privada y, en concreto, de las metodologías de evaluación que se utilizan para ello. Esta asociación tiene como fin el generar diálogo sobre la importancia de medir, gestionar y maximizar el valor social en las empresas, en las Administraciones Públicas, en las Universidades, centros de investigación, y en el Tercer Sector, de forma prioritaria. Más información en https://www.facebook.com/EsImpact/
[1] https://www.who.int/suggestions/faq/es/ [acceso: 16 de diciembre de 2018]
[2] https://datosmacro.expansion.com/estado/gasto/salud/espana [acceso: 16 de diciembre de 2018]
[3] https://www.diariofarma.com/2018/11/30/colaboracion-profesionalizacion-de-la-gestion-uso-de-datos-y-dejar-de-hacer-claves-para-optimizar-el-sns [acceso: 18 de diciembre de 2018]