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Esta sociedad cada vez más fragmentada intenta luchar contra la soledad para ahorrar costes, ¿es el enfoque más adecuado?

El problema de la soledad es un fenómeno social que cada vez tiene más protagonismo, y España - como uno de los países más longevos - no escapa al fenómeno. De hecho, Naciones Unidas sitúa a España como el país más envejecido del mundo en 2050.

En la actualidad tenemos 750 millones de personas de más de 60 años en todo el mundo. Para 2050, se prevé que este número se triplique para llegar a los 2.000 millones.

Dentro de 15 años uno de cada cuatro españoles tendrá 65 años o más, es decir, pasaremos de unos nueve millones actuales a unos 12. Entre otras consecuencias, uno de cada tres domicilios estará habitado por solo una persona. En la actualidad, alrededor de dos millones de personas de más de 65 años viven solas, de las cuales el 80% son mujeres.

El Reino Unido cuenta con un Ministerio de la Soledad, y España pone en marcha un programa de ayuda a este numeroso colectivo. Los Estados están tomando cartas en el asunto porque esta situación repercute en las arcas públicas. Miguel Ángel García Vega nos explica que "la soledad tiene el mismo efecto que fumar 15 cigarrillos al día y aumenta, según la universidad de Stanford, un 31% el riesgo de morir. Es además detonante de enfermedades como la hipertensión, la demencia, los ataques cardiacos o la depresión".

Se pone el foco en las personas mayores porque la humanidad es cada vez más longeva, pero en realidad la soledad no ataca únicamente a este colectivo: el 20% de las personas entre 20 y 39 años está actualmente en riesgo de exclusión porque van perdiendo su red de relaciones sociales. Esta pérdida es debida en muchas ocasiones a que los jóvenes viven "virtualmente", adictos a las redes, como es el caso extremo de los hikikomori, jóvenes japoneses recluidos en su habitación. En cualquier caso, nos estamos refiriendo a un numeroso grupo de jóvenes que carecen de amigos y viven en soledad.

Pero no siempre el aislamiento social es el responsable de la soledad. Según Javier Yanguas, el 70% de los mayores de 65 años que viven acompañados de hijos o nietos se sienten solos, y en los centros de mayores confiesan esta soledad el 40%.

Mercè Pérez Salanova apunta que es preciso diferenciar entre vivir en soledad y en aislamiento: ni todas las personas que viven solas son mayores, ni todos los mayores carecen de un entorno.   Hace hincapié, como buena psicóloga, en los elementos psicológicos que se dan cita en una situación de soledad real o sentida como tal, como la indefensión, la marginación, la ausencia de atención y de cariño, la sensación de inutilidad y vacuidad…

¿Y qué hay en el mundo de la empresa?

Hay muchas empresas socialmente responsables que se preocupan por el bienestar de sus empleados en tanto que personas, y por ello ofrecen diferentes programas de bienestar como promoción del deporte y la actividad física, promoción de hábitos saludables de alimentación, ampliación de estudios… tendentes todos ellos a mejorar el nivel de motivación del empleado. Se entiende que una persona motivada está en mejores condiciones para establecer relaciones sociales, ergo la motivación puede ser una herramienta útil para ahuyentar la soledad. (Aunque no sea este el principal objetivo de las empresas, puesto que el planteamiento habitual es: a mayores niveles de bienestar, mayores niveles de compromiso con la entidad y con los resultados).

Esos programas están muy bien, y ojalá los implanten muchas empresas más.

Y algo que quizá no se haya tenido en cuenta es trabajar también en la vertiente social: el empleado es una persona que vive en sociedad, obviamente, y la sociedad no le ofrece en la actualidad algunos elementos vitales para su bienestar psíquico: el comercio minoritario está desapareciendo, y con él relaciones persona a persona; las asociaciones de vecinos, los sindicatos y tantas otras agrupaciones están en franco declive, así que la persona tiene menos oportunidades de convivir con las personas más próximas (física, intelectual o anímicamente); las grandes ciudades - donde vive la mayor parte de la población - favorecen el aislamiento y el recelo ante los desconocidos…

Sin embargo, es un hecho que las organizaciones de ayuda cuentan con gran aceptación por parte de la población: desde las campañas de recogida de alimentos hasta organizaciones de ayuda a migrantes, personas en riesgo de exclusión social, personas desfavorecidas, animales maltratados, defensa de la naturaleza… sus convocatorias acostumbran a tener gran acogida y capacidad de movilización.

Es evidente que existen muchas razones para tal éxito, pero algunas importantes son que ayudan a mitigar los sentimientos no deseados (soledad, inutilidad, culpabilidad…) ayudando así a que las personas se sientan mejor (compañía, utilidad, responsabilidad…).

Se presenta así para las empresas una nueva faceta del compromiso con causas sociales: su capacidad de mejorar los niveles de autoestima de sus empleados. Se les pueden ofrecer programas relacionados con su bienestar físico y psíquico dentro de la propia empresa, claro, y también otros relacionados con ensanchar sus horizontes sociales: obras sociales en las que puedan cooperar a la vez que se relacionan entre iguales (algo tienen en común) ampliando así su entorno de relaciones positivas.

Cómo diseñar e implementar esos programas es algo que las empresas tendrían que meditar para que se consigan los objetivos habituales y además la ampliación de horizontes sociales éticos, comprometidos y acogedores para estos ciudadanos con nuevas necesidades personales.

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Opiniónexclusión socialmayores#soledad

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