Testimonios como este se repitieron y se repiten por centenares de miles: despidos, desahucios, emigración, exclusión social, un cóctel que sacude a la sociedad española y que provoca el descrédito de muchos de sus pilares fundamentales. Un panorama desalentador que continúa vigente y que nos obliga a todos a poner manos a la obra y buscar soluciones.
Es por eso que no hay una problemática que la sociedad española considere más acuciante ni a la que se hayan dedicado más recursos que a la lucha contra el desempleo. En particular, el desempleo juvenil, que ha alcanzado cifras alarmantes, algo que ha sido insistentemente puesto de manifiesto por numerosos informes de organismos internacionales. Un ejemplo de ello es el “Global employment trends for youth de la Organización Internacional del Trabajo", en el que se subraya la incidencia de la pobreza entre los trabajadores más jóvenes en España.
En este contexto, son muchas las entidades sociales que trabajan para la inserción laboral. Pero como señalaba mi compañera de ESIMPACT Sophie Robin en este mismo portal (“Por 13 razones"), las buenas intenciones no son suficientes: solo conociendo nuestro impacto podremos mejorar nuestras actuaciones, evitar los impactos negativos y maximizar los positivos, tomando las decisiones adecuadas para ello. Lo demás será, en mayor o menor medida, postureo.
El impacto social puede definirse como todo cambio en algún aspecto relevante de la vida que, para un conjunto de agentes o grupo de interés, se produce como consecuencia de su participación en una iniciativa o programa. En el contexto de una iniciativa de empleo, medir el impacto equivale a plantearse una serie de preguntas: ¿Quién y cómo se determina qué es impacto social en este contexto? ¿Qué cambios se producen en las personas como consecuencia de encontrar un empleo? ¿Ello implica, per se, un impacto positivo? ¿Cómo medir los impactos identificados? Para dar respuesta a muchos de estos interrogantes (que no solo son relevantes para medir programas de inserción laboral) aquí van estos cuatro breves consejos.
En primer lugar, hay que establecer el alcance y los grupos de interés de la medición. Por una parte, se deberá conocer el propósito de la medición, el período temporal que abarca, con qué recursos se cuenta y a quién va dirigida. Por otra parte, usualmente será necesario considerar a las personas desempleadas participantes, pero también a sus familias y, en función del alcance de la medición, a otros agentes que puedan estar involucrados (financiadores, el personal técnico del programa, sus comunidades, etc.).
En segundo lugar, es imprescindible entender qué cambia y cómo para cada grupo identificado. Para ello, es clave contar con los propios interesados ya que ellos conocen muy bien lo que produce una transformación en sus vidas. De ahí que es muy útil acercarse a ellos, por ejemplo, mediante entrevistas exploratorias o grupos de discusión. Como consecuencia, podremos determinar cuáles son los ámbitos en que se producen estos cambios y decidir hasta qué grado de profundidad analizarlos: por ejemplo, entre las personas desempleadas, se determinará si la medición considerará la empleabilidad y los potenciales efectos de la inserción laboral (el incremento de sus ingresos, la disminución de los conflictos familiares, la mejora del estado de salud, etc.). Saber cuáles y con qué detalle dependerá del perfil del programa pero, sobre todo, del alcance de la medición. Esto nos permitirá dibujar un esquema vinculando las actividades a estos cambios, lo que nos ayudará a plantear, posteriormente, cómo medirlos.
En tercer lugar, hay que valorar lo importante. Eso significa que toda medición de impacto debe jerarquizar los cambios y guiarse por la eficiencia: no puede costarnos más recursos encontrar el dato que el valor que éste puede tener para la medición de impacto del programa.
Por último, una vez obtenidos unos resultados, es muy importante atribuir justamente, es decir, identificar honestamente qué parte de los cambios observados es resultado de las actividades del programa, en contraste con lo que hubiera ocurrido de todos modos o lo que es atribuible a otros factores. Ello puede materializarse, en la medida en que se disponga de recursos, mediante un grupo de control que nos permita saber que habría sucedido con un grupo de personas en una situación similar pero en ausencia del programa.
En definitiva, medir el impacto social de un programa de inserción laboral no solo es una responsabilidad ante quienes lo financian sino, fundamentalmente, ante sus propios protagonistas, es decir, las personas desempleadas, con quienes adquirimos la responsabilidad de mejorar sus vidas mediante la implementación de actuaciones eficaces que repercutan en un cambio en su situación y la de sus familias.
ESIMPACT es la asociación española para la medición y gestión del impacto social. Su propósito es la difusión y generación de conocimiento sobre la medición y gestión del impacto social tanto en la esfera pública como privada y, en concreto, de las metodologías de evaluación que se utilizan para ello. Esta asociación tiene como fin el generar diálogo sobre la importancia de medir, gestionar y maximizar el valor social en las empresas, en las Administraciones Públicas, en las Universidades, centros de investigación, y en el Tercer Sector, de forma prioritaria. Más información en https://www.facebook.com/EsImpact/