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Las noticias que nos llegan sobre los comportamientos éticos de nuestros dirigentes políticos, empresariales, institucionales… resultan, en demasiadas ocasiones, negativas: cuando ponen sus intereses personales o de grupo por delante de los de la entidad que representan o del colectivo que ha puesto en ellos su confianza (lo que en el lenguaje de gestión llamamos problema de agencia) y, todavía peor, cuando se vulnera la ley, las normas o los principios éticos elementales.

El primer caso sería el de un consejo de administración que aprueba unos sueldos exagerados para sus directivos (es legal, es muy frecuente en las grandes empresas, incluso pueden autojustificarse, pero no están cumpliendo con su deber fiduciario); en el segundo podríamos enmarcar al directivo que cobra una comisión bajo cuerda en dinero negro (es ilegal, pero desgraciadamente ocurre, y no solo entre los directivos). La parte positiva de esto es que, afortunadamente, estas noticias salen a la luz cada vez más, y eso se lo tenemos que agradecer a los medios de información, al sistema judicial, a la policía…; además los ciudadanos nos vamos concienciando de que esto “no se puede aguantar”, lo que es muy importante; creo sinceramente que la presión social es un antídoto muy eficaz contra la corrupción: el ser consciente de que lo que haces no lo puedes contar sin ser criticado, y de que si se conoce, tu reputación va a verse dañada, puede resultar un incentivo poderoso para no hacer las cosas mal.

Otro camino importante para mejorar la calidad ética de nuestros dirigentes es la formación. Esta formación se recibe de muy diferentes maneras: en la familia, en el colegio, en la universidad, con los amigos, en actividades relacionadas con la religión o el voluntariado, a través de los medios de comunicación, en el trabajo, mediante la lectura, el estudio y la reflexión, por influjos del ambiente social… Pero hoy quiero centrarme en la formación que damos desde las business schools.

Llevo trabajando cuarenta años en la que fue la pionera de las escuelas de negocios españolas y he colaborado con otras en Europa y América. Desde mi experiencia puedo constatar que en las business schools nos esforzamos en transmitir y crear conocimiento técnico en las materias conocidas de gestión como contabilidad, finanzas, organización, estrategia, gestión comercial, recursos humanos, economía…, y también en las hoy más novedosas como ciberseguridad, big data o gestión de las TICs. Además, tratamos de desarrollar en nuestros alumnos actitudes y habilidades para implantar esos conocimientos en pos de lograr una mayor creación de valor. Pero también, y desde el principio, hemos tratado de inculcar unos valores éticos[1]: no se trata solo de crear valor, también hay que crearlo para el conjunto de la sociedad y hacerlo responsablemente, cuidando los legítimos intereses de todos los partícipes sociales.

Centrándonos en esto último, las escuelas de negocios son vehículos privilegiados para transmitir valores como la libertad, la cooperación, la solidaridad, el respeto, el diálogo, la honestidad, la honradez, la lealtad, la apertura a lo nuevo o a lo diferente…, primando siempre la dignidad de la persona y el bien común. Tenemos que formar directivos que sean conscientes de que dirigen personas, de las que dependen otras personas, y de que, en numerosas ocasiones, sus decisiones afectan a otras muchas personas. Debemos explicarles que las medidas que pueden tomar (congelar los sueldos, trasladar la actividad a otro país, invertir para ser menos contaminantes…) tienen efectos sobre los que ellos ven y sobre muchos que no ven. Han de ser capaces de valorar las consecuencias de sus decisiones, y de hacer un discernimiento ético sobre sus conductas[2]. Ciertamente, en ocasiones, hay que tomar decisiones difíciles, a veces hay que cerrar una planta para que no acabe quebrando toda la empresa; pero todos debemos ser conscientes de las consecuencias de nuestras actuaciones y hemos de valorarlas éticamente. Para lograr esto usamos diferentes herramientas como la exposición teórica, la discusión, los casos prácticos… y también la forma de tratarnos entre todos. Yo creo que es muy importante que los asistentes a nuestros cursos se sientan bien tratados, y estimulemos un buen trato entre ellos: es una forma de enseñarles cómo deben tratar a los demás. Que aprendan a ver la dignidad de cada persona que se ve afectada por sus decisiones, la tengan o no delante.

Hay dos virtudes esenciales en finanzas: la prudencia y la justicia, idea que bien creo se puede extender al conjunto de la gestión empresarial y a la economía en general. Los profesores de las business schools debemos ayudar a que se desarrollen entre los que participan en nuestros cursos. Y para ello puede ayudarnos el insistir todavía más en la responsabilidad social corporativa. Como le gusta decir a la profesora Adela Cortina: “la responsabilidad social debería ser un instrumento de gestión, una medida de prudencia y una exigencia de justicia”.

Para terminar, una buena formación suele ir asociada a una investigación de calidad, y ahí también podemos aportar en esta línea. Por poner solo un ejemplo, en mi equipo de investigación, junto a los temas clásicos de finanzas como inversión, financiación, dividendos, mercados o instituciones financieras, hemos priorizado en los últimos años temáticas como la responsabilidad social, la sostenibilidad, la justicia retributiva, la inversión socialmente responsable… y sus efectos en las finanzas, en el riesgo y en la creación de valor.

En mi opinión algo hemos hecho en este importantísimo campo, y cada día vamos haciendo algo más, pero nos queda mucho por hacer. La formación ética debe ser una responsabilidad de todos los formadores, y en la de nuestros dirigentes tenemos una especial responsabilidad las business schools.

 

[1] El 2 de octubre de 1916, en el discurso de apertura de la Universidad Comercial de Deusto (hoy Deusto Business School), su prefecto de estudios, el padre jesuita Luis Chalbaud decía: “El intento es formar los jefes de empresas, los hombres de negocios, los gerentes, en una palabra, los directores…”; “La Universidad Comercial es una obra nueva…”; “…que forme al hombre completo, enseñándole la moral que debe aplicar en sus negocios”; tal como puede verse en la obra de Mª Dolores Revuelta: “Cien años de la creación de la primera escuela de negocios española”.

[2] Puede verse el interesante documento del Vaticano: Oeconomicae et pecuniariae quaestiones.

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