Las palabras son las piezas con las que construir las realidades, pero en ocasiones nos fallan. Creemos trasladar una realidad pero no es eso lo que ocurre, algunas palabras fueron vaciadas de contenido y ahora son demasiado débiles para construir nuestras vidas.
Llegar a la esencia de cualquier propuesta o contenido exige una construcción verbal que describa, desde la claridad y la sencillez, aquello que andamos buscando o hemos descubierto. En el mundo son muchas las palabras que se han vaciado de contenido, que se han transmutado o desviado. De esta manera llegamos a equivocar las realidades que construimos.
Cuando inicié mi vida como empresario entendí que una empresa era una construcción de un grupo de personas que persigue un objetivo: satisfacer alguna necesidad. Nadie puede vender algo que no se necesita pues nadie se lo compraría. Tenia 16 años y diseñé una empresa que cubría necesidades en cada una de sus acciones, las cubría con el producto que vendía y las cubría con la forma de generarlo. Sin embargo conforme vas conociendo el mercado no entiendes cómo éste posibilita la venta de productos que no cubren necesidad alguna y sin embargo hay necesidades incuestionables que no acepta. Mi idea original se construyó con las palabras de una economía integral, social y solidaria. Mientras la realidad lo hace con las de la economía del egoísmo del capital.
También aprendí, en mis primeros trabajos, cómo se calculaban los precios de los bienes y servicios. Era un escandallo de los costes la base a la que se le añadía el beneficio industrial para llegar al precio. Luego entraba el libre juego de la oferta y la demanda que terminaba de fijar el precio de mercado. También en este caso las palabras han cambiado de contenido. El tiempo me ha enseñado que no todos los costes entran en el precio, sólo entran aquellos que la empresa está soportando. Aquellos que puede exportar los acabaremos pagando por otras vías y no serán parte del cálculo. Cuando como consumidor quieres ejercer ese papel de forma responsable, la estructura de precios del mercado te lo pone muy difícil, confunde nuestras elecciones y nos lleva a pensar que pudiera ser cierto un precio por debajo de los costes reales. Tampoco reconoces el libre juego de la oferta y la demanda, ya que éste no existe. Un mercado regulado y diseñado para el beneficio de unos pocos frente a la población mundial no es libre sino todo lo contrario. La oferta y la demanda se cruzarán entonces con unos precios de partida que no reconocen todos los costes y dentro de unas reglas que dificultan la vida del pequeño y facilitan las concentraciones.
Uno se pregunta entonces si la economía es un medio para que las personas ordenen sus relaciones productivas o un fin en sí mismo. La conversión de herramientas en fines es una habilidad especialmente desarrollada por el ser humano con unas nefastas consecuencias. El dinero es seguramente el más claro ejemplo de esto. El dinero como fin, como producto que tiene sentido en sí mismo, es el que finalmente está detrás de todos estos cambios en los contenidos de las palabras que terminan cambiando nuestra realidad.
Hace unos años construimos un hospital de palabras donde éstas pudieran recuperar su esencia evitando convertirse en zombis. Necesitamos que la economía vuelva a ser una herramienta al servicio de las personas y del planeta. Necesitamos un mercado que ordene la oferta y la demanda dejando espacio para todos. Necesitamos unos precios que respondan a todos los costes realmente generados y nos permitan producir para cubrir necesidades reales.
Podemos salvar a estas palabras y aún más a las realidades que con ellas se construyen, devolviendo al modelo económico todos sus valores. Tenemos que abandonar un modelo que nos habla sólo de valores financieros, rendimiento del capital, para incorporar los valores sociales y medioambientales. Introducir estos valores es lo que ha de permitir que necesidades reales que no reconoce el mercado, como los cuidados por ejemplo, puedan encontrar retornos que nos posibiliten seguir aportando soluciones. Estos valores se crean como resultado de una acción que tendrá sus costes y sus beneficios, sociales y medioambientales. Introducir estos costes junto a los que las empresas ya reconocían reconciliará la palabra precio con su realidad. No será necesario argumentar un precio justo cuando el escandallo ya está mostrando un resultado integral, cuando el total de los costes se reconocen como propios del proceso de producción. En numerosos casos se evidenciarán el total de costes como no asumibles por el planeta, como no rentable. Eliminar las normas que permiten la ocultación o exportación de los costes sociales y medioambientales e incluso facilitar al mercado su juego integral, con todos los valores, hará que realmente la oferta y la demanda se encuentren en el lugar donde todas las personas y el planeta encontrarán la solución a sus necesidades de una forma responsable, sostenible y rentable.
La salud de las palabras como constructoras de realidades es deseable y necesaria. El uso de esas palabras para cambiar el mundo está al alcance de todos. En el caso de la economía tengo la seguridad de que la mayoría de la sociedad es capaz y tendría interés en construir una realidad diferente si tuviera las piezas que para ello se requiere.
La medición del valor social y medioambiental es hoy una realidad accesible para empresas, administraciones públicas y entidades sociales. Una vez conocidos los valores, los podremos gestionar para aportar los mejores resultados, que serán también los más justos y sostenibles.
El emprendimiento social es aquel que se diseña para la obtención del máximo valor social y medioambiental a la vez que asegura una viabilidad financiera. El crecimiento para el emprendedor social no tiene sentido en sí mismo sino que su sentido se encuentra en el crecimiento en valores.
Nittúa
Raúl Contreras