Si la inauguración hubiera sido solo quince días antes, a la mayoría de españoles nos habría sorprendido en mangas de camisa. Una ola de calor tan prolongada y cercana al invierno como la que acabamos de vivir puede ser un ejemplo perfecto de lo que nos jugamos con el cambio climático. Nadie cuestiona la trascendencia que en nuestras vidas va a tener lo que los 195 países participantes decidan en París durante los próximos doce días. Hay quien dirá que el veranillo de San Martín siempre ha sido en torno al 11 de noviembre y que tampoco es para tanto. En realidad, ante tantos estudios y voces autorizadas que vienen alertando de la gravedad del problema, mirar ahora para otro lado solo nos servirá para volver la cabeza demasiado tarde.
Todos los medios de comunicación han incluido estos días numerosos artículos, noticias, crónicas, informaciones y estudios sobre la necesidad de tomar decisiones en París. Algo parecido sucedió en Kioto, en 1997, aunque los escasos resultados concretos de esa cumbre terminaron por defraudar las expectativas de todos. Lo importante ahora es alcanzar acuerdos reales y tangibles, capaces de ser percibidos y valorados socialmente y de despertar en gobiernos, empresas y sociedad un compromiso auténticamente compartido.
Las evidencias científicas son tajantes y nos apremian a actuar de acuerdo a las posibilidades concretas de cada uno. El último panel intergubernamental de expertos en cambio climático, puesto en marcha por la Organización de Naciones Unidas, alerta de que, al ritmo actual de emisión de gases de efecto invernadero, la temperatura media global habrá subido cerca de entre cuatro y cinco grados centígrados al comienzo del próximo siglo. A ese ritmo, el nivel del mar no dejará de crecer, y el calentamiento intensificará fenómenos climáticos extremos. Pasaremos de las sequías a las inundaciones casi sin solución de continuidad, igual que en otras zonas deberán preparase para más ciclones cada año que pase.
No son datos que acaben de conocerse. Quiero recordar un exhaustivo y ya veterano trabajo de la Red Temática de Clivar en España. Participaron en él la Universidad de Barcelona, científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y otros expertos, que crearon la mayor base de datos para analizar la marcha y los efectos del cambio climático en España. En total, un grupo de 120 científicos independientes, que presentó el estudio Clima en España: pasado, presente y futuro, informe de evaluación del cambio climático regional solicitado por la Secretaría de Estado de Cambio Climático, del Ministerio de Medio Ambiente.
La conclusión fue demoledora: la Península Ibérica se calienta más deprisa que el resto del hemisferio norte. Nuestra tasa de calentamiento es un 50% superior a la de nuestra zona del planeta, y casi el triple que la media mundial. Clivar planteaba como escenario español posible para el siglo XXII unas temperaturas medias seis grados centígrados más altas, con la mitad de precipitaciones en promedio y cierto riesgo irreversible de aridez en la mitad de nuestro territorio. Prevén también un descenso de las precipitaciones a lo largo de todo el año, mayor en verano que en invierno; el aumento de los eventos extremos de precipitación, tanto los episodios secos como los de precipitaciones intensas, y un incremento de los eventos de temperaturas superiores a 30 grados centígrados, especialmente en la zona sur peninsular.
Si estas amenazas no bastan para ponernos en marcha, no sé qué podrá hacerlo. El compromiso compartido hacia el que deberíamos tender ha de movilizarnos a todos. Es el momento de hacer cuanto esté en nuestra mano para reaccionar. Por citarles el caso que mejor conozco, el de Calidad Pascual, hemos suscrito un acuerdo con EDF Fenice, líder europeo en servicios energéticos medioambientales, para optimizar nuestro uso de energía en nuestros complejos de Aranda de Duero y Gurb.
Asimismo, colaboramos en la iniciativa Un millón por el clima, que busca alcanzar otros tantos compromisos compartidos entre las empresas participantes. Nos hemos marcado reducir una quinta parte de las emisiones de nuestros vehículos (equivalentes a 30.000 toneladas de dióxido de carbono), y otra quinta parte el peso de nuestros envases y nuestro consumo energético y de agua. Son iniciativas modestas, pero en el esfuerzo por detener o al menos mitigar el cambio climático, todo suma.
Francisco Hevia, director de Responsabilidad Corporativa y Comunicación de Calidad Pascual