El informe FOESSA muestra que dos de cada tres personas que están en situación de pobreza en España ya lo estaban antes de la crisis económica que irrumpió después de 2007. Esto quiere decir, que la fractura social era en buena medida previa a la actual situación de crisis y que probablemente tampoco se resolverá cuando se inicie la recuperación económica. Esta constatación nos debería obligar a abrir nuestro punto de mira sobre esta realidad. Se ha hecho famoso el gráfico de T. Pikkety y E. Saez de 2013 donde se muestra cómo los niveles de desigualdad (en EEUU y también en el resto de países occidentales) disminuyeron de manera muy significativa entre la mitad de la década de los 40 hasta mediados de la década de los 80 (es decir, entre el fin de la segunda guerra mundial y el fin de la guerra fría, cuando se despliegan los Estados del Bienestar) para volver a trepar esta desigualdad de manera muy alarmante en las dos últimas décadas, coincidiendo con la emergencia de la globalización financiera y de la doctrina neoliberal.
Son tres nuevas constataciones las que nos permiten ahora modificar nuestra visión sobre la fractura social. La primera es que la forma actual de capitalismo globalizado está erosionando la base social no de los tradicionales pobres y excluidos sino incluso y sobre todo de la misma clase media, que representa el tuétano sobre el que apoya la democracia liberal. La segunda constatación es que, como confesaba M. Draghi el año 2012, la era del trabajo seguro y del Estado del Bienestar en Europa ha llegado a su fin.
Y, finalmente, la tercera es que esto está dando lugar a la emergencia de una nueva clase social: el precariado global, un estrato social cada vez más mayoritario vinculado a la economía postindustrial que se ve amenazado por la exclusión económica, laboral, social y cultural. Es contra esta inmensa fractura social contra la que tendremos que luchar en los próximos años.
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