El documental era bueno desde el punto de vista cinematográfico –tenía incluso algunos premios- y también, así quiero creerlo, por el mensaje social que contenía. Sin embargo, la pitada que se produjo al final de la proyección resuena todavía en mis oídos. Aquellos compañeross míos progresistas no podían soportar la exhibición ostentosa del protagonismo social de una empresa. La crisis del Estado del Bienestar puso de manifiesto el arcaísmo en el que vivían mis amigos de Aún. Hoy día las protestas van en dirección contraria: la empresas, se dice, no cumplen adecuadamente su papel social. Hace unas semanas se podía leer esto en el la portada del Suplemento de Negocios de El País: “España suspende en responsabilidad social”. Era el típico titular periodístico que tira por elevación –España no es solo lo que son sus empresas- pero reflejaba una realidad. La “moda” de la RSE había pasado de largo. La crisis económica y con ella la reforma laboral habían cambiado el escenario. Ya nada sería igual que antes, nos decían. Podría parecer que en unos pocos años todo se había derrumbado, pero no es verdad. Lo que quizás haya desaparecido es precisamente lo que había de “moda”, de aparato publicitario y, en ocasiones, de maquillaje, en torno al papel social de la empresa. En tiempos de vacas gordas la RSE se convirtió en una especie de sello que toda empresa tenía la “obligación” de defender, avalar, exhibir. Además de carne de marketing, la RSE pasó a ser una mina: millones de euros en certificaciones, asesorías, sellos de calidad y cientos de toneladas de informes. Viví esa etapa de esplendor y en cierto modo saqué también partido de ella, cuando desempeñé durante varios años la cátedra de análisis de la RSE en la Universidad Nebrija de Madrid. La crisis y quiero creer que también el sentido común pusieron fin a tanto ropaje, tanto marketing, tanta retórica y tanto trabajo sobrevenido, para dejar a la responsabilidad social de la empresa en toda su prístina pureza. No es ni mucho menos una ocurrencia creada de la noche a la mañana; es el resultado de innumerables aportaciones patronales y sindicales, de cambios políticos, económicos e ideológicos, de luchas sociales y de innovaciones tecnológicas. La responsabilidad social de la empresa no es un invento; el invento es el montaje creado a su alrededor.
Quizás debamos esperar a que la tormenta amaine para saber exactamente qué hay en la RSE de verdad y de mentira, qué hay de campaña publicitaria, qué de verdadero sentido de responsabilidad, de verdadero compromiso con la sociedad… Veremos en qué queda la RSE cuando las aguas vuelvan a su cauce. No quisiera que se me situara en el grupo de los nuevos ateos o agnósticos de la RSE. No, en absoluto, ese no es mi caso. La verdad es que llego al final de esta entrada con más interrogantes que certezas. Como siempre. Ojalá haya más convencimiento, más verdades que mentiras, más realidad que cintas de vídeo…