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“El director General de la RSE abandona su puesto y se une a Podemos”, 

Diario Responsable, 

28 diciembre de 2014.

 Cuando empecé -hace ya muchísimos años- con estas cosas de lo social en la empresa, ni existía la RSE como tal, ni siquiera se aceptaba que la empresa se metiera en camisas de once varas, es decir, que pusiera “sus sucias manos” en el terreno de lo social. A la empresa le correspondía lo económico –ese era el reparto socialdemócrata en su forma originaria- y en lo económico se tenía que centrar. Tanto han cambiado las cosas que es probable que pueda parecer mentira lo que estoy diciendo. No, no lo es y voy a contar una historia real –los “mayores” somos muy dados a contar historias “reales”- para tratar de que se me entienda.

A comienzos de los setenta del siglo pasado –esto de hablar con tanta naturalidad del siglo pasado me pone los pelos de punta- se rodó en Hidroeléctrica Española (hoy Iberdrola) un documental sobre la labor social de la empresa. Nos parecía que valía la pena difundirla, presumir de su carácter pionero. Se proyectó en la Junta General y dentro de lo que cabe –no era ni es la acción social sino el dividendo lo que preocupa principalmente a los accionistas- tuvo una buena acogida. Me sentía feliz con aquel documental que dirigió mi amigo Luciano Egido y en el que aprendí las maravillas del montaje y se me ocurrió llevarlo a un cineclub en el que colaboraba al lado de gentes como Peridis, Gregorio Peces Barba o José Ramón Sanz, el que proyectó la campaña “por el cambio” del PSOE. Gentes, ya lo veis, más bien de izquierdas. Lo organizaba en el Hogar del Empleado la revista Aún que gozaba de cierto predicamento en el mundo del catolicismo social de aquellos años.

El documental era bueno desde el punto de vista cinematográfico –tenía incluso algunos premios- y también, así quiero creerlo, por el mensaje social que contenía. Sin embargo, la pitada que se produjo al final de la proyección resuena todavía en mis oídos. Aquellos compañeross míos progresistas no podían soportar la exhibición ostentosa del protagonismo social de una empresa.  La crisis del Estado del Bienestar puso de manifiesto el arcaísmo en el que vivían mis amigos de Aún. Hoy día las protestas van en dirección contraria: la empresas, se dice, no cumplen adecuadamente su papel social. Hace unas semanas se podía leer esto en el la portada del Suplemento de Negocios de El País: “España suspende en responsabilidad social”. Era el típico titular periodístico que tira por elevación –España no es solo lo que son sus empresas- pero reflejaba una realidad. La “moda” de la RSE había pasado de largo. La crisis económica y con ella la reforma laboral habían cambiado el escenario. Ya nada sería igual que antes, nos decían. Podría parecer que en unos pocos años todo se había derrumbado, pero no es verdad. Lo que quizás haya desaparecido es precisamente lo que había de “moda”, de aparato publicitario y, en ocasiones, de maquillaje, en torno al papel social de la empresa. En tiempos de vacas gordas la RSE se convirtió en una especie de sello que toda empresa tenía la “obligación” de defender, avalar, exhibir. Además de carne de marketing, la RSE pasó a ser una mina: millones de euros en certificaciones, asesorías, sellos de calidad y cientos de toneladas de informes. Viví esa etapa de esplendor y en cierto modo saqué también partido de ella, cuando desempeñé durante varios años la cátedra de análisis de la RSE en la Universidad Nebrija de Madrid. La crisis y quiero creer que también el sentido común pusieron fin a tanto ropaje, tanto marketing, tanta retórica y tanto trabajo sobrevenido, para dejar a la responsabilidad social de la empresa en toda su prístina pureza. No es ni mucho menos una ocurrencia creada de la noche a la mañana; es el resultado de innumerables aportaciones patronales y sindicales, de cambios políticos, económicos e ideológicos, de luchas sociales y de innovaciones tecnológicas. La responsabilidad social de la empresa no es un invento; el invento es el montaje creado a su alrededor.

Quizás debamos esperar a que la tormenta amaine para saber exactamente qué hay en la RSE de verdad y de mentira, qué hay de campaña publicitaria, qué de verdadero sentido de responsabilidad, de verdadero compromiso con la sociedad… Veremos en qué queda la RSE cuando las aguas vuelvan a su cauce. No quisiera que se me situara en el grupo de los nuevos ateos o agnósticos de la RSE. No, en absoluto, ese no es mi caso. La verdad es que llego al final de esta entrada con más interrogantes que certezas. Como siempre. Ojalá haya más convencimiento, más verdades que mentiras, más realidad que cintas de vídeo…

 
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