América Latina y el Caribe se convirtieron en la única región del mundo en 2023 que logró reducir la inseguridad alimentaria, devolviendo los niveles a los registrados antes de la pandemia de COVID-19. Esta es una noticia positiva en medio de una crisis global, pero no debe hacernos bajar la guardia. Acción contra el Hambre, en un reciente informe, destaca que aún quedan desafíos cruciales para asegurar que los grupos más vulnerables puedan acceder a suficientes alimentos para llevar una vida saludable.
Según Benedetta Lettera, coordinadora de Operaciones para América Latina y Filipinas de Acción contra el Hambre, "debemos celebrar que la inseguridad alimentaria ha bajado a niveles previos a la pandemia. Sin embargo, esta buena noticia no puede distraernos de nuestro objetivo: acabar con el hambre". La situación sigue siendo alarmante: en 2023, 181 millones de personas en la región han experimentado inseguridad alimentaria, moderada o severa.
El cambio climático es uno de los principales agravantes de la inseguridad alimentaria en Centroamérica. La prolongada sequía y los efectos del fenómeno de El Niño han golpeado duramente a comunidades agrícolas en Guatemala, Honduras y Nicaragua. Los pequeños agricultores, particularmente en el Corredor Seco Centroamericano, han visto reducidas sus reservas de granos y enfrentan un aumento en los precios de los alimentos. El impacto es grave: entre 2 y 2,5 millones de personas en Guatemala y 1,9 millones en Honduras se espera que sufran inseguridad alimentaria severa en los próximos meses, de acuerdo con la Clasificación Integrada por Fases de la Seguridad Alimentaria (IPC).
Las estadísticas más recientes proporcionadas por el Sistema de Monitoreo y Predicción de la Seguridad Alimentaria (PREDISAN) de Acción contra el Hambre revelan que 7 millones de personas en la región tienen un consumo de alimentos no adecuado, mientras que 25 millones están recurriendo a estrategias de supervivencia como reducir el tamaño de las porciones o elegir alimentos menos nutritivos.
Colombia sigue siendo otro de los focos críticos en términos de inseguridad alimentaria. El 28,4% de la población enfrentó dificultades para acceder a suficientes alimentos en 2023, con los departamentos de La Guajira, Sucre y Vichada entre los más afectados. El conflicto armado ha empeorado esta situación, ya que más de 80.000 personas fueron impactadas por emergencias humanitarias relacionadas con el conflicto durante el año pasado. Los desplazamientos forzosos y la pérdida de acceso a cultivos y tierras productivas han dejado a miles de familias sin medios para sustentar su alimentación.
La población migrante y refugiada también enfrenta grandes dificultades. La pérdida de poder adquisitivo y el acceso limitado a fuentes de ingreso y servicios básicos continúan empeorando su seguridad alimentaria. El programa ADN Dignidad de Acción contra el Hambre ha sido una respuesta efectiva, disminuyendo la venta de pertenencias y el endeudamiento familiar entre los migrantes más vulnerables.
En Perú, el hambre sigue siendo una realidad que afecta a más de 16 millones de personas, principalmente en zonas rurales e indígenas. La Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) de 2023 muestra una preocupante tendencia: entre 2019 y 2022, el número de hogares con ingresos reducidos aumentó considerablemente, lo que obligó a muchas familias a reducir su consumo de alimentos. Esta situación es particularmente grave en comunidades rurales como la de Yasumi, una niña de 8 años que vive en Ayacucho.
Gracias al apoyo de Acción contra el Hambre, la familia de Yasumi ha logrado instalar un biohuerto en su hogar, lo que ha permitido que consuman verduras frescas y mejoren su dieta. Esta iniciativa es un ejemplo de cómo las soluciones basadas en conocimientos locales pueden marcar la diferencia en la vida de las comunidades más afectadas.
Aunque los avances en la reducción de la inseguridad alimentaria en América Latina y el Caribe son notables, aún queda mucho por hacer. Los esfuerzos por erradicar el hambre no deben cesar, especialmente en las zonas más vulnerables afectadas por el cambio climático, el conflicto armado y la pobreza extrema. Como concluye Lettera, "el hambre no puede esperar".