El hambre y el cambio climático son dos caras de una misma moneda. Dos caras del dolor y de la injusticia. Si no se logra a nivel global una acción concertada, el cambio climático seguirá poniendo en peligro el acceso de las personas a los alimentos y la incidencia de las crisis de hambre relacionadas con el clima no hará más que aumentar, generando olas migratorias y dificultades en la producción alimentaria en el mundo entero.
Coincidiendo con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que está ocurriendo en Glasgow, la ONG Acción Contra el Hambre publicó el informe “Cambio climático: Una crisis en ciernes”. El documento recoge los resultados de un amplio conjunto de investigaciones que analizan la relación del cambio climático y el hambre en los países más pobres y frágiles: desde las repercusiones en la producción de alimentos hasta el impacto en la igualdad de género y en la salud infantil, entre otras áreas.
El informe lo explica con claridad: nos encontramos frente a una crisis humanitaria. La creciente emergencia climática que no da tregua, es también una emergencia humanitaria. Los expertos advierten que, incluso si el aumento de las temperaturas se mantiene dentro de los 1,5°c de los niveles preindustriales (actualmente estamos en 2,7°c1), el mundo se enfrentará de manera inminente a un futuro caracterizado por el empeoramiento de la situación alimentaria mundial, la pérdida de biodiversidad, la mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos y la reducción de las temporadas de cultivo. Además, el agua dulce será cada vez más escasa y las enfermedades y la malnutrición aumentarán, lo que contribuirá a los desplazamientos y los conflictos.
Los datos que emergen de la investigación son dolorosos. El informe ofrece un panorama claro de cómo la actual situación climática afectará en los próximos 30 años a la calidad de vida, de millones de personas en el mundo. En los niveles actuales, para 2040 el cambio climático podría provocar una pérdida de hasta el 50% en el rendimiento de los cultivos. La producción de trigo podría reducirse un 49% en el sur de Asia y un 36% en el África subsahariana. La escasez de agua afecta actualmente a unos 700 millones de personas en todo el mundo. Además, para 2040, 700 millones de personas más estarán expuestas al riesgo de sequía. Se espera así mismo una disminución del ganado de entre el 7 y 10% con pérdidas económicas asociadas de entre 9.700 y 12.600 millones de dólares
Lo cierto es que los efectos medioambientales ya son graves en muchas latitudes y se prevé que lo sean aún más en los próximos años. El cambio climático tiene importantes repercusiones en la dieta y la nutrición. La reducción del acceso a alimentos suficientemente nutritivos deteriora el estado nutricional y disminuye la resiliencia, especialmente en las comunidades de bajos ingresos. Según la investigación de Acción Contra el Hambre ocho de cada diez de los 35 países con mayor riesgo de sufrir el cambio climático ya están experimentando una inseguridad alimentaria extrema. Solo en 27 de estos países, más de 117 millones de personas viven con hambre en nivel crítico o más acusado. Incluso en contextos en los que las catástrofes y los cambios drásticos pueden no tener un efecto inmediato en la nutrición y la salud, es probable que estas empeoren.
Otro aspecto importante sobre el que el estudio hace hincapié es en la desigualdad de género y su estrecho vínculo con la crisis medioambiental. Al respecto explica que las mujeres, los niños, los grupos marginados y las comunidades que viven en la pobreza se llevan la peor parte del cambio climático. Concretamente, las mujeres y los niños tienen 14 veces más probabilidades que los hombres de morir durante una catástrofe y suelen ser también las que corren mayor riesgo de desplazamiento: el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo estima que el 80% de las personas desplazadas por el clima son mujeres. Además, cuando la disminución de las cosechas conlleva una caída de los ingresos y escasez de alimentos, las mujeres y las niñas suelen ser las primeras en comer menos. La falta de derechos sobre la tierra deja a las mujeres sin poder intervenir sobre ella para satisfacer y adaptarse a las necesidades nutricionales, y a menudo las mujeres son excluidas de las decisiones sobre cómo superar los desafíos climáticos.
Los conflictos bélicos son otra arista sobre la que profundiza el estudio. La investigación advierte que el cambio climático se considera cada vez más una amenaza para la seguridad nacional y un factor que contribuye a los conflictos mundiales. El Informe del IPCC sobre el cambio climático y la tierra de 2019 concluye que el clima extremo puede provocar un aumento de los desplazamientos y los conflictos. Las ocho peores crisis alimentarias de 2019 estaban vinculadas tanto a los impactos del cambio climático como a los conflictos armados.
Finalmente, el informe muestra la mayor de las injusticias: los que menos contaminan, son los que más sufren. El documento ofrece datos concretos de cómo el cambio climático se está dejando sentir de forma desproporcionada en los países más pobres, que, sin embargo, son los que menos contribuyen a la crisis climática. De hecho, el total de las emisiones de gases de efecto invernadero de los 27 países más afectados por el hambre apenas llega el 5% de las emisiones totales de los miembros del G7. Solo en estos 27 países, más de 117 millones de personas viven con un nivel de hambre de crisis o peor. El cambio climático es un factor de estrés adicional que,unido a prolongados conflictos y la pobreza, contribuye al aumento del hambre y la inseguridad alimentaria.
Para concluir, la investigación realiza una serie de recomendaciones a modo de llamado a la acción para los estados y los líderes mundiales.En primer lugar, el estudio sugiere que es necesaria una mayor implicación de los firmantes del Tratado de París. Al respecto afirma que todos los gobiernos deben presentar y cumplir contribuciones determinadas a nivel nacional que cumplan su parte justa de las acciones de mitigación necesarias para limitar el aumento medio de la temperatura global a 1.5°C. En segundo lugar, insta a los líderes a aumentar la inversión y las políticas de apoyo al agua, el saneamiento y la higiene (WaSH). El documento concluye que esto debe ser una prioridad en los países con una elevada carga de malnutrición, con el apoyo de donantes y organismos multilaterales.
El nombramiento en la COP26 un defensor de las pérdidas y los daños como agente de consulta es otra de las sugerencias que realizan los expertos de Acción Contra El Hambre, quienes afirman que esto sería preciso para crear consenso para la acción, así como el establecimiento de un mecanismo de financiación que permita apoyar a los países más vulnerables. Por último, se recomienda que los gobiernos y los donantes deberían invertir en la formación y las herramientas para la adaptación agrícola transformadora, como la agroecología, para garantizar la resiliencia a largo plazo y la seguridad alimentaria y nutricional en las zonas más vulnerables a los impactos del cambio climático en la agricultura, la pesca y el turismo.