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José Illana y Ricardo Pinilla nos piden que, de una vez por todas, cambiemos la forma de vivir

Cuando le propuse a José Illana grabar un “vis a vis” para Diario Responsable, lo primero que me dijo fue: “me encanta la idea, ese concepto de charla es un acierto, pero quiero hacer algo diferente, más personal. Y te voy a proponer como interlocutor a una persona de la que he aprendido mucho, un profesor de Filosofía”. Yo también he aprendido mucho de Illana, de su forma de ver el mundo, así que naturalmente le dije que sí. Disfruté como una niña escuchándoles durante la grabación y espero que os suceda lo mismo, queridos lectores.

José Illana: ¡Muy buenas! Soy José Illana, fundador de Quiero. Es un gusto estar con la familia de Diario Responsable. Me ilusiona muchísimo presentaros a una persona maravillosa: Ricardo Pinilla, profesor de filosofía en la Universidad de Comillas, músico y filósofo. Hemos venido a hablar sobre algo que tiene cierta lógica coincidiendo con el tema de la COP26, pero podríamos ir mucho más allá… y es sobre lo que nos cuesta cambiar. Cuesta cambiar ¿no Ricardo?

Ricardo Pinilla: ¡Cuesta! Cuesta salir de nuestras zonas de seguridad, y tampoco hay que verlo como algo negativo. Si estamos bien en una convicción, en una visión, cuando nos convence otra, sí que cambiamos. Por ejemplo, alguien que está enfermo cambia su conducta para mejorar, pero a veces no vemos esas cosas. Falta una pedagogía del cambio.  La gente dice ¿por qué voy a cambiar si así me encuentro bien, o no tan mal?

J.I: Pero, con la que está cayendo, ahora tenemos la COP26, tenemos una emergencia climática que ya claramente se está diciendo, ¿qué más necesitamos que nos digan para que de una vez por todas cambiemos? ¿qué frenos son los que nos impiden dar pasos?

R.P: Los cambios duraderos siempre son más progresivos que revolucionarios. Es una mala noticia que la revolución no revoluciona tanto. El cambio drástico ayuda a un cambio de rumbo, pero los cambios que permean en la sociedad tiene más que ver con la gestión de los hábitos,  con una labor desde abajo, vinculada a la educación. Cuando uno toma esos hábitos, ya ha cambiado sin darse cuenta. Cuando uno tiene muy en cuenta que tiene que cambiar, ese cambio es más impostado, menos duradero.

J.I: Todos los que nos dedicamos a esta industria, de alguna manera en lo que estamos metidos es en promover los cambios dentro de nuestras organizaciones. Yo, como empresario, trato en mi propia empresa de generar esos cambios entre todos y todas los que estamos ahí. Pero también nosotros nos dedicamos a acompañar a las organizaciones en esos cambios donde directoras de RSC o de Comunicación se dedican a esto, a generar un cambio, entonces pienso en lo difícil que es, cuando lo miras en perspectiva, provocar estos cambios. Además, muchas veces, en departamentos en los cuales desafortunadamente tampoco tienen los recursos financieros a la altura del reto, ¿qué provoca que una organización se cambie? ¿cómo hacerlo?

R.P: Yo, como me dedico a la palabra, creo mucho más que en la acción, en las actitudes, en la pedagogía de actitudes y no en la consigna. Siempre pensamos que el ejemplo lo dan los padres a los hijos, pero lo da también el directivo de un equipo, el compañero, que tiene un cierto habito de no derrochar aquí o que cuida algo, o que tiene una forma de ser. Voy a contar algo muy personal, pero que a lo mejor también es interesante: tengo unos hijos que, por generación, tendrían que tener mucha mayor consciencia ambiental que yo. No la tienen, por lo menos en el día a día. Por ejemplo, con separar la basura, una cosa fundamental, por mucho que luego me digan la excusa de que “el ayuntamiento de turno no hace bien su trabajo”. Para mí sería como guardar los calcetines con el queso en la nevera, no me sale. No me sale tirar un plástico en el cubo de lo orgánico. Cuando esto se vuelve un hábito, no es que con eso hayamos cambiado, pero creo que, como decía Aristóteles, los cambios llevan su inercia y hay que programarlos, pero no pueden ser de golpe. Por la vía intelectual, yo comprendo que nos estamos cargando el planeta, pero si al día siguiente tiro un chicle en lo orgánico porque no tengo el hábito, no sirve.

J.I: Al pensar en la generación de cambios en las empresas, se me viene a la cabeza un ejemplo: cuando el ayuntamiento de Nueva York implementó todo el sistema de bici compartida en la ciudad, la estrategia que siguieron fue de concentración y no de dispersión. En lugar de poner puntos de recogida de bicicletas en distintas partes de Manhattan o de Brooklyn, lo que hicieron fue tejer una malla densa en una ciudad, y luego ir a otras. Porque, de alguna manera, lo que vieron fue que si dispersaban los puntos era mucho más complejo generar rutinas. Si tu creas una red en un barrio es mucho más fácil que en ese barrio se genere la rutina y de allí vayas saltando a otro. Cuando pienso en ese ejercicio de generar cambios en las organizaciones, creo que debemos trabajar por departamentos, o por zona geográfica. Porque si tratamos de expandir todo, es mucho más difícil generar esos hábitos. 

R.P: Estoy de acuerdo con eso, se trata de una labor casi orgánica: como va creciendo una planta, no de golpe, no desde arriba. Yo creo que esos cambios son los que permean...

J.I: ¿Cuánto crees tú que pesan las convicciones en la voluntad de cambio?

R.P: Pues, mucho. En el tema de fondo del que estamos hablando, que es la preocupación medioambiental, hace falta una labor de trabajar más la convicción. Hoy oía valoraciones de algunas declaraciones en Glasgow y lo que no podemos hacer es constantemente culpabilizar al ciudadano. Hay que ir por una vía de colaboración, de comprensión, de que a uno le cuesta pensar cuando se levanta en una ciudad como Madrid, donde hay mucha polución, que esto es una urgencia. No por la vía de demonizar, sino de proponer, y de establecer medios con otras formas de vivir en el planeta. Y no tanto determinar qué se derrocha y qué no, sino preguntaros por qué vamos a hacer algo que es un derroche.

Yo, que me dedico a la filosofía, me quedo a veces un poco fuera de lo cotidiano. Hoy en día, tenemos un derroche digital pero como no es tan acuciante como la contaminación de los mares, de los océanos, o el papel, pues no hay consciencia y ahí seguimos siendo ese homo faber activo, incansable, derrochón, y por mucho que los economistas clásicos decían que los recursos son escasos, siempre contamos el mundo como si fuera un almacén infinito y esa convicción esta aún sin remover y habría que explicitar esas convicciones para cambiar esa forma de ser. Las convicciones están muy arraigadas y se renuevan pensándolas, explicitándolas y criticándolas y que las nuevas convicciones no vengan simplemente como un prejuicio, no hay que bajar nunca la barrera de la duda, de la crítica, hasta con las nuevas propuestas. La duda es lo que mantiene viva una convicción y en ese sentido se puede llegar a reblandecer y cambiar, sino se hace pétrea.

J.I: Y reafirmar... 

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