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Vivimos en mundo cada vez más desigual. La pandemia no ha hecho más que acentuar una tendencia que ya venía en ascenso antes de la llegada del coronavirus. La movilidad social ascendente que existía en los años 1940 ha disminuido de manera considerable en la actualidad. Un artículo publicado por Naciones Unidas explica los efectos que esto tiene, y destaca como uno de los más graves la imposibilidad de salir de la pobreza que tendrán las generaciones venideras.
La desigualdad estructural impide la justicia social

El sistema capitalista es muy eficaz si de acrecentar las desigualdades se trata. Vivimos en sociedades cada vez más injustas y en las cuales revertir las condiciones de pobreza a las que se ve sometida una persona es cada vez más difícil. Olivier De Schutter, relator de la Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y derechos humanos explica que: “La igualdad de oportunidades está en el centro de nuestra concepción de una sociedad justa. Sin embargo, a los niños nacidos en familias desfavorecidas se les niega esa igualdad de oportunidades y sus posibilidades de alcanzar un nivel de vida decente en la edad adulta disminuyen considerablemente por el mero hecho de que sus padres sean pobres”.

Existe un concepto propio de las ideologías neoliberales que es el de la” meritocracia” el cual desconoce las condiciones de desigualdad estructural a las que se ven sometidas millones de personas, motivo por el cual el “esfuerzo” muchas veces no alcanza. Si las condiciones de partida de una y otra persona son tan desiguales, es insensato pretender que lleguen a lugares similares. El experto de la ONU denuncia además que, frente al concepto de justicia social vinculado a la igualdad, la desigualdad fomenta “la concepción anticuada y ya desacreditada de la meritocracia”, idea que “es sostenida, sobre todo, quizá sin que resulte sorprendente, por las personas con ingresos elevados”.

Según el último informe redactado por el relator de Derechos Humanos de la ONU, mientras que los individuos nacidos en la década de 1940 tenían más posibilidades de pasar de la mitad inferior al cuartil superior en los países en desarrollo que en los países desarrollados, la situación ahora se ha invertido: la movilidad ascendente está disminuyendo en el mundo en desarrollo, y la persistencia en la parte inferior está aumentando. En palabras del propio De Shutter: “La baja movilidad relativa significa que tanto el privilegio como la pobreza tienen más probabilidades de persistir a lo largo de las generaciones, con claras repercusiones para los pobres”.

El informe revela que desde 1980, la mitad de la renta mundial está en manos del 10 % más rico. De hecho, la cuota de ingresos del 1% más rico ha seguido aumentando, pasando del 16 % en 1980 al 22 % en 2000, mientras que la cuota del 50 % más pobre se ha mantenido en torno al 9%. Por otra parte, la investigación advierte que la velocidad a la que crecen los ingresos también es desigual: en tres cuartas partes de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los ingresos de los hogares del 10% más alto han crecido más rápido que los del 10% más pobre y los niños del decil inferior de ingresos tardan entre cuatro y cinco generaciones en alcanzar el nivel de ingresos medios, según datos del relator.

Las cifras de la desigualdad nos duelen. Detrás de los números hay vidas, historias, proyectos que se pierden. Mientras siga existiendo desigualdad estructural estaremos lejos de alcanzar la tan ansiada Agenda 2030.  El informe resalta que las desigualdades no son sólo económicas, sino que se reproducen en múltiples ámbitos de la vida, como la educación, la salud y la vivienda. Por ejemplo, sobre la salud, el relator indica que “la pobreza y la mala salud están interrelacionadas. Los grupos desfavorecidos están expuestos a los riesgos ambientales y a las temperaturas extremas, y a las barreras financieras para acceder a la atención de la salud”.De acuerdo con los datos que ha recopilado para su informe, los adultos con una experiencia temprana de pobreza durante la infancia tienen un mayor riesgo de desarrollar hipertensión o inflamación crónica.

En cuanto a la vivienda, De Schutter señala que los niños de hogares socioeconómicamente desfavorecidos suelen tener más probabilidades de crecer en viviendas superpobladas, mal aisladas y expuestas a entornos contaminados e inseguros. También es más probable que vivan en barrios “guetos”, violentos y con un acceso inadecuado a los servicios esenciales.

Todo ello, repercute además en la salud, tanto por las condiciones de la vivienda como tal, incluida la exposición a altos niveles de contaminación atmosférica, especialmente donde la energía limpia es inaccesible o la regulación es insuficiente, como por los entornos alimentarios deficientes y el acceso limitado a zonas verdes para el ejercicio físico y el ocio. Sobre la educación, el experto afirma que los adultos que viven en la pobreza a menudo no pueden asegurar los medios para que sus hijos crezcan con mejores oportunidades que las que ellos tuvieron, a pesar de sus esfuerzos por hacerlo. “Muchos padres expresan la esperanza de que sus hijos vayan a la escuela e incluso completen la educación universitaria”.

La investigación llega a una conclusión preocupante: nos encontramos frente a la trampa de la pobreza. El relator afirma que: "Los niños nacidos en familias pobres tienen menos acceso a la sanidad, a una vivienda digna, a una educación de calidad y al empleo que los de los hogares más acomodados. Esto reduce drásticamente sus posibilidades de salir de la trampa de la pobreza. El resultado es espantoso: los niños nacidos en una familia en situación de pobreza tienen más del triple de probabilidades de seguir siendo pobres a los 30 años que los que nunca fueron pobres".

Ante esta preocupante situación el relator asevera que es hora de acabar con el mito de que la desigualdad es un incentivo que anima a la gente a trabajar más. "Los hechos apuntan a lo contrario. La desigualdad reduce la movilidad social y consolida las ventajas y desventajas durante décadas. Cuando fetichizamos el mérito, estigmatizamos a las personas en situación de pobreza o con bajos ingresos, y las culpamos de su propia condición", dijo De Schutter.

El informe muestra cómo se puede poner fin a estos ciclos, para lo cual es necesario: invertir en la primera infancia; promover la educación inclusiva; dar a los jóvenes adultos una renta básica financiada a través de los impuestos de sucesiones y combatir la discriminación contra las personas pobres. “La pobreza es un fracaso no del individuo, sino de la sociedad”, concluye el especialista en Derechos Humanos.

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