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Mañana, 23 de julio, en medio de un contexto adverso a causa de la pandemia que aún no da tregua, comienzan en Tokio los Juegos Olímpicos 2021. Las expectativas son altas para todos los equipos, pero, sin dudas, para algunos está en juego mucho más que un deporte. Especialmente, para el Equipo Olímpico de Refugiados. El Comité Olímpico Internacional ha anunciado a 29 atletas que conformarán este equipo, todo un símbolo de esperanza para los refugiados del mundo entero. A través de su participación buscan aumentar el conocimiento y la atención mundial sobre la magnitud de la crisis internacional de las millones de personas desplazadas a la fuerza a nivel global. Para ellos haber llegado a Tokio 2021 no es el final del camino, sino más bien el comienzo de una nueva vida.
29 ejemplos de perseverancia, esfuerzo y resiliencia

Al igual que en los Juegos de Río 2016, este año también habrá un Equipo Olímpico de Refugiados, el equipo de la esperanza. Serán 29 atletas de diversos países que lo integrarán y con la alegría de poder resignificar el dolor participarán en la competencia deportiva más importante del mundo. Han superado la persecución y el conflicto en sus países de origen y han entrenado durante años para competir al más alto nivel. El primer equipo fue anunciado originalmente en octubre de 2015 por el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach. En marzo de 2016, el Comité Ejecutivo del COI acordó crear el equipo para ofrecer a los potenciales atletas de élite que se vieron afectados por la crisis de los refugiados la oportunidad de clasificarse y participar en los Juegos Olímpicos.

En 2016, después de que el Comité Ejecutivo del COI aprobara la creación del equipo, se preseleccionaron 43 candidatos antes de que se eligiera una lista definitiva de 10 atletas para participar en los Juegos Olímpicos de Río. Todos los atletas que se tuvieron en cuenta habían recibido el estatus de refugiado de la ONU. Se trata de un importante gesto político, que apunta a dar una señal para la comunidad internacional de que los refugiados son nuestros compañeros y enriquecen a nuestra sociedad. Estos atletas refugiados mostrarán al mundo que, a pesar de las inimaginables tragedias a las que se han enfrentado, cualquiera puede contribuir a la sociedad a través de su talento, sus habilidades y la fuerza del espíritu humano.

El Comité Olímpico Internacional ha presentado al equipo de este año, que ha crecido exponencialmente: casi el triple que en 2016, quienes participarán para "enviar un potente mensaje de solidaridad y esperanza al mundo, sensibilizando sobre la difícil situación de las más de 80 millones de personas desplazadas", según el propio organismo.

Las y los atletas competirán bajo la bandera olímpica y desfilarán inmediatamente tras Grecia en el acto inaugural del próximo 23 de julio. La selección de estos deportistas que huyeron pronto de la guerra y las calamidades de su país muy jóvenes, jugándose en ocasiones la vida, se ha hecho en base a criterios deportivos y de representatividad de género, lugar y especialidad.

Masomah Ali Zada, Mujer, afgana y perteneciente a la minoría Hazara, Masomah Ali Zada ha sorteado muchos obstáculos hasta llegar hasta aquí, aunque su especialidad no es los 100 metros vallas, sino la bici. Es una pasión que desarrolló desde niña en su Afganistán natal, a pesar de tenerlo todo en contra. Masomah fundó un grupo de ciclismo para niñas, que se convirtió en el tema central del documental francés "Les Petites Reines de Kaboul", y pasó a formar parte del equipo nacional de ciclismo. Por todo ello, fue perseguida en su país y tuvo que huir con su familia a Francia. Ahora vive en Lille, donde estudia Ingeniería y se prepara para Tokio 2020. Desea inspirar a otras mujeres y niñas afganas a seguir sus sueños.

Eldric Sella Rodríguez se inició en el boxeo a los nueve años, en Caracas. En 2012, ganó su primer Campeonato Nacional. Con 18 años, consiguió un lugar en la selección nacional de Venezuela. Cuando la pobreza y la violencia hicieron muy difícil la vida en su país, no tuvo más remedio que irse. En 2018, fue invitado a participar en un torneo de boxeo en Trinidad y Tobago, donde buscó asilo. Hoy tiene 24 años y en su horizonte está Tokio 2020. “No hubo un día en el que no pensara en ir a los Juegos Olímpicos. Me he apegado a esto toda mi vida. Me siento vivo otra vez” expresó el deportista. 

Dorian Keletela, Refugiado congoleño de tan sólo 22 años, lleva mucho tiempo entrenando para formar parte del equipo olímpico de atletas refugiados en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Llegar hasta aquí no ha sido fácil, pero nada lo ha sido en su vida. Se quedó huérfano cuando era niño y tuvo que huir de la violencia en República Democrática del Congo, su país de origen. Hoy, vive en Portugal y tiene una beca para deportistas refugiados, gracias a la cual ha podido prepararse para correr los 100 metros lisos en Tokio.

Dorian, Masomah, Eldric y los otros 26 refugiados que componen el equipo olímpico de atletas refugiados representan las esperanzas y la ilusión de muchos otros.  Los 29 deportistas competirán en 12 disciplinas deportivas y proceden de países como Afganistán, Camerún, República del Congo, Eritrea, Irán, Irak, Sudán del Sur, Siria o Venezuela. Competirán en natación, atletismo, bádminton, boxeo, piragüismo, ciclismo, judo, kárate, tiro, taekwondo, halterofilia y lucha.

Para este equipo, llegar a Tokio ha sido más que un desafío meramente deportivo. Han sobrevivido a la guerra, el hambre y al exilio y se han visto despojados de prácticamente todo. Muchos han perdido lo más valioso: a sus seres queridos. Pero sin embargo allí están, con la frente en alto para competir contra toda adversidad. Para la niñez y la adolescencia desplazada el deporte es mucho más que una actividad de esparcimiento. Es una oportunidad para ser incluidos, sanar, desarrollarse y crecer.

“Cuando desfilamos en el Estadio Maracaná, en Río, la gente nos daba la bienvenida. Nos sentimos como seres humanos”, recuerda Rose Nathike Lokonyen, una refugiada de Sudán del Sur que llevó la bandera del primer equipo olímpico de refugiados en Río de Janeiro en 2016. El deporte empodera, sana y protege. Estos deportistas son la muestra de la capacidad de resiliencia humana, la prueba de que hasta el dolor más grande puede transformarse.  

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