En los últimos años se pueden apreciar diversos avances en igualdad de género a nivel global. La edad a la que se contrae matrimonio ha aumentado para las mujeres, se han reducido las diferencias en los permisos parentales, la mujer continúa incorporándose al mercado laboral, y las tasas de fecundidad han disminuido, sobre todo en los países más desarrollados. No obstante, los datos sobre la mejora de la situación de la mujer a nivel global no deben relajar el sentido de urgencia, pues estamos aún muy lejos de la paridad efectiva. El cambio de mentalidad asociado a la igualdad de género sigue siendo un ejercicio gigantesco en todas las regiones e incluso en el caso de las economías más avanzadas en cuestiones de igualdad, existen todavía importantes carencias más allá de cuestiones tan visibles como la violencia de género o el matrimonio forzado.
El empoderamiento de la mujer en el largo plazo parte de contar con una independencia financiera y profesional completa. Todas aquellas cuestiones relativas a generar y controlar sus propios recursos son capitales para la igualdad. En las economías desarrolladas, atajar retos como la brecha digital (la falta de inclusión de la mujer en las profesiones más vinculadas a la tecnología), la brecha salarial (la diferencia de remuneración por un mismo trabajo) y el techo de cristal (la barrera invisible para acceder a cargos directivos) es urgente para dotar de coherencia al discurso del cambio a nivel político y empresarial. Sin estos cambios, se corre el riesgo de cronificar y naturalizar desigualdades invisibles, perpetuando una paridad profesional tan solo aparente. En el caso de las economías en vías de desarrollo y subdesarrolladas, la inclusión y educación financiera de la mujer es especialmente destacable, pues de poco sirve incorporarse al mercado laboral si posteriormente no se dispone de acceso a servicios financieros básicos o no se posee la capacidad real de tomar decisiones sobre esos servicios.
A tan solo cuatro días del Día Internacional de la Mujer, un análisis de las compañías cotizadas españolas nos posicionaba como el segundo país más igualitario del mundo, gracias a los avances en políticas corporativas contra el acoso sexual y transparencia respecto a la brecha de género. El tejido empresarial no es ajeno a la obligatoriedad de reportar indicadores de igualdad y a la fuerza de los recientes movimientos sociales contra el acoso sexual. Por un lado, el ejercicio de publicar métricas sobre una cuestión determinada obliga a reflexionar sobre el desempeño, permite compararse con los compañeros de sector y abre el camino a fijarse objetivos de mejora. Las tendencias sociales, por su lado, aportan información valiosa sobre las preferencias de los clientes y contribuyen a preparase ante posibles controversias y crisis reputacionales.
En pocas palabras, la igualdad de género se está convirtiendo de forma creciente en una cuestión material para las organizaciones, tanto desde un punto de vista de la rentabilidad como desde la propia gestión de riesgos. Sin embargo, la lógica tras la inclusión efectiva de la mujer en todas las cuestiones empresariales va más allá: el mercado puede obtener grandes rendimientos si consigue integrar el capital humano de más de la mitad de población mundial de forma eficaz.
En esta circunstancia, no es de extrañar que las finanzas sostenibles incorporen la igualdad de género de forma creciente entre los indicadores ASG de los fondos de inversión sostenibles, tanto en el campo social (S) como en el de la gobernanza (G) y, de forma más dedicada, en los fondos temáticos en igualdad de género, que se apoyan en la premisa de que la diversidad de género es totalmente compatible con la rentabilidad, con la reducción de problemas relacionados con la reputación o con una canalización de talento más activa.
En el diseño de productos financieros de este tipo es también un factor influyente estar preparado para satisfacer las necesidades de los inversores pertenecientes a la generación millenial, que buscan generar un impacto en la sociedad y vivir con coherencia respecto a sus convicciones y que, si bien se encuentran todavía a la espera de gestionar grandes patrimonios, pueden protagonizar un rápido contagio intergeneracional.
Este desarrollo de la inversión sostenible no está exento de retos como la urgencia relativa de las cuestiones ambientales o la falta de homogeneidad en la medición de indicadores sociales en los reportes no financieros, incluso entre aquellas herramientas de uso más generalizado como el índice de igualdad de género o la brecha salarial. Destaca también la falta de representación de mujeres gestionando los propios activos financieros, en un sector en que tan solo hace un año había más fondos de inversión gestionados por hombres llamados "Dave" que por mujeres en Reino Unido.
En definitiva, sigue siendo necesario insistir en el apremio de las cuestiones de género, a la vez que pasa un tiempo prudencial para que los esfuerzos que se hacen en el presente en educación, inversión y sensibilización se materialicen. En este camino, la capacidad de las finanzas sostenibles para canalizar capitales hacia organizaciones y proyectos que apoyen la igualdad de género puede ser un gran aliado y acelerador del cambio, muy ligado a la consecución del resto de objetivos sociales a los que nos enfrentamos.
Fuentes: