Sabemos que el acoso sexual sigue siendo una práctica común en todos sectores y que tiene efectos nefastos en la integridad física y psicológica de las personas y en la economía global.
Este verano entra en vigor el Convenio núm. 190 sobre violencia y acoso de la OIT que ha sido ratificado (me debato entre un “ya” o un “sólo”) por 4 países. Sin duda es un instrumento que nos da pautas sobre cómo proteger a las personas trabajadoras contra la violencia y el acoso. ¡¡Sí, que se ratifique, cuántos más países lo hagan mejor!! Pero mientras, nosotros, en nuestras empresas tenemos que hacer algo más. Sobre todo, si somos empresas que queremos garantizar lugares de trabajo diversos, inclusivos, respetuosos y productivos.
Las empresas típicamente responden de 3 formas ante el acoso sexual (1) ignoran las quejas, (2) despiden al acosador, y (3) ofrecen formación sobre el acoso. Ignorar las quejas empeora la situación porque normaliza el acoso y crea culturas empresariales tóxicas. Despedir al acosador puede “solucionar” el caso concreto, pero no tiene un impacto significativo sobre la cultura de la empresa y futura incidencia. La formación que se ofrece sobre el acoso tiende a estar enlatada, enfocada a evitar la responsabilidad legal de la empresa y a decirle a las mujeres “esto es lo que puedes hacer cuando te acosen (o para que no te acosen)” y a los hombres “esto es un comportamiento inadecuado, no lo hagas”. Podría entrar en más detalles, pero me imagino que es suficiente para entender por qué nada de esto está funcionando.
¿Y si aprovecháramos el potencial de todas las personas de la empresa para crear un ambiente seguro? ¿Y si formáramos más en lo que sí hay que hacer y menos en lo que no? ¿Y si preparásemos a todas las personas para adoptar un rol activo y garantizar ese espacio seguro? ¿Y si enseñáramos a las personas cómo intervenir en una situación de acoso para detener un incidente?
Cada vez se están aplicando más este tipo de estrategias en la empresa, fomentando que todos nos impliquemos. Básicamente se fomenta y enseña a los testigos u observadores a intervenir -de forma segura-, cuando ven o escuchan comportamientos que amenazan, acosan o fomentan la violencia.
Hay muchas razones por las que no intervenimos para detener una conducta inaceptable, no sólo por miedo personal o a posibles represalias, también por lo que se llama el “bystander effect” (efecto del espectador) por el cual pensamos que, si hay más personas que son testigo del incidente pues que ya intervendrá otro, o que si nadie interviene es que en el fondo la conducta no es tan horrible. Pero podemos (1) enseñar a toda la comunidad de la empresa que hay muchas formas de intervenir: antes, durante y después, (2) ayudarles a desarrollar sus habilidades para hacerlo, y (3) darles tiempo para aprender y practicar.
Siempre me ha gustado la expresión en inglés de “I’ve got your back” (tengo tu espalda). No es sólo un yo te respaldo, si no más bien un yo te protejo, yo me encargo, yo me ocupo.
¿Y si fomentásemos un ambiente laboral en el que todas las personas trabajadoras supieran que esa comunidad les va a proteger y que ellas también ayudan a proteger a sus integrantes?