Consejos prácticos para evitar el desperdicio de alimentos
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Aunque parezca un problema menor, el desperdicio de alimentos es una de las causas más comunes de contaminación medioambiental. Además, para gran parte de la población mundial el desperdicio de alimentos se ha convertido en costumbre lo cual somete a nuestros recursos naturales a mayor presión.
Cuando desperdiciamos alimentos desperdiciamos el trabajo, el esfuerzo, la inversión y los recursos naturales empleados en su producción tales como agua, semillas, pienso, etc. y los recursos empleados en su transporte y elaboración. Resumiendo, el desperdicio de alimentos aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero y contribuye al cambio climático. Malas costumbres como dejar que las frutas y hortalizas se estropeen en casa o servir porciones más grandes de lo que podemos comer someten a nuestros recursos naturales a mayor presión y perjudican a nuestro medio ambiente.
Se trata de un gran problema, pero lo positivo es que la solución está al alcance de nuestra mano. A escala mundial se pierden o desperdician a diario toneladas de alimentos comestibles. Solo entre la cosecha y el nivel minorista se pierde cerca del 14 % del total de alimentos producidos en todo el mundo. También se desperdician enormes cantidades de alimentos en el plano minorista o del consumidor. En 2011, la FAO estimó que 1/3 de todos los alimentos producidos en el mundo se pierde o se desperdicia. Eso equivale a 1 300 millones de toneladas al año.
Cabe destacar que la parte de alimentos que se pierde desde la cosecha hasta el nivel minorista excluido se conoce con el nombre de pérdida de alimentos, mientras que la parte que se desperdicia en el nivel minorista o del consumidor se denomina desperdicio de alimentos. Se hace esta distinción para abordar las causas últimas del problema, a cuya solución pueden contribuir agentes de todo tipo, desde agricultores y productores hasta clientes y propietarios de tiendas. En cualquier caso, la reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos es esencial en un mundo en el que millones de personas padecen hambre a diario. Cuando reducimos el desperdicio, entendemos que los alimentos no vienen dados para los millones de personas que padecen hambre a diario.
Depende de nosotros cambiar nuestras costumbres para que no desperdiciar alimentos se convierta en un modo de vida. En este sentido, la FAO ha publicado una serie conejos fáciles y prácticos para que todos y todas aportemos nuestro granito de arena:
Adoptar una dieta más saludable y sostenible. La vida se mueve deprisa, y preparar comidas nutritivas puede ser complicado, pero las comidas saludables no tienen por qué ser elaboradas.
Comprar solo lo que se necesita. Planifique sus comidas. Prepare una lista de la compra y aténgase a ella evitando las compras impulsivas.
Elegir frutas y hortalizas feas. No juzgue los alimentos por su apariencia. A menudo se tiran a la basura frutas y hortalizas magulladas o con formas extrañas porque incumplen unas normas cosméticas arbitrarias.
Almacenar los alimentos con sensatez. Pase los productos más antiguos a la parte delantera del armario o el frigorífico y coloque los nuevos en la parte trasera. Utilice contenedores herméticos para mantener frescos en el frigorífico los alimentos abiertos y asegúrese de cerrar los paquetes para que no entren insectos.
Comprender el etiquetado de los alimentos. Hay mucha diferencia entre las fechas de “consumo preferente” y “caducidad”. A veces los alimentos siguen siendo inocuos para el consumo pasada la fecha de “consumo preferente”, mientras que la fecha de “caducidad” indica el momento en que el consumo deja de ser inocuo. Verifique las etiquetas de los alimentos para averiguar si contienen ingredientes no saludables como grasas trans y conservantes y evite los alimentos con azúcar o sal añadidos.
Empezar por lo pequeño. Sirva en casa porciones más pequeñas o comparta platos más grandes en los restaurantes.
Valorar las sobras. Si no se come todo lo que prepara, congélelo para más adelante o utilice las sobras como ingrediente de otra comida.
Hacer uso de los alimentos desperdiciados. En lugar de tirar a la basura desechos de comida, haga compost con ellos. De esta forma devolverá nutrientes al suelo y reducirá su propia huella de carbono.
Respetar los alimentos. Los alimentos nos ponen en conexión a todos. Restablezca la conexión con los alimentos sabiendo del proceso de producción que comportan. Infórmese leyendo de la producción de alimentos y conozca a agricultores cercanos.
Apoyar a los productores de alimentos locales. Comprando productos locales, presta apoyo a agricultores familiares y pequeñas empresas de su comunidad. También contribuye a la lucha contra la contaminación reduciendo las distancias que recorren los camiones y otros vehículos en el reparto.
Mantener a flote las poblaciones de peces. Consuma especies de peces que abunden más, como la caballa o el arenque, antes que otras que corren peligro de sobreexplotación, como el bacalao o el atún. Compre pescado que se ha capturado o criado de forma sostenible, como pescado provisto de etiqueta o certificado ecológico.
Usar menos agua. No podemos producir alimentos sin agua. Aunque es importante que los agricultores utilicen menos agua para cultivar alimentos, la reducción del desperdicio de alimentos también ahorra todos los recursos hídricos empleados en su producción. Reduzca de otros modos el consumo de agua: arregle las goteras o cierre el grifo mientras se cepilla los dientes.
Mantener limpios los suelos y el agua. Algunos desperdicios domésticos son, en potencia, peligrosos y nunca deben echarse a un cubo de basura general. Artículos como pilas, pintura, teléfonos móviles, medicamentos, productos químicos, fertilizantes, neumáticos o cartuchos de tinta pueden filtrarse en nuestros suelos y nuestro suministro de agua perjudicando a los recursos naturales con los que se producen nuestros alimentos.
Comer más legumbres y verdura. Trate de consumir una vez por semana una comida a base de legumbres o cereales “antiguos” como la quinua.
Compartir es cuidar. Done los alimentos que de otro modo se desperdiciarían. Por ejemplo, mediante aplicaciones los vecinos pueden conectarse entre sí y con empresas locales para que los excedentes de alimentos puedan compartirse y no tirarse a la basura.